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Un yayoflauta contra el 'repago'

En algo coincidieron de primeras Manuel Fernández Martín, jubilado y yayoflauta, y el joven médico que le atendió el pasado verano en un centro de salud de Granada: a ninguno de los dos les habían iniciado nunca en el significado del término desobediencia civil. “¿Pero es que no habéis tenido en el colegio clases de Humanidades donde os lo expliquen?”, le preguntó Manuel a aquel doctor que, por edad, bien podía ser su hijo. “Yo lo he tenido que buscar en el Google porque tampoco me lo explicaron, pero tú, con una carrera…”.

Manuel nació hace 67 años en el barrio granadino de San Lázaro. Su familia se trasladó muy poco después al Albaicín, donde sigue viviendo a día de hoy. Su padre era pintor; su madre, sirvienta en casas pudientes. Despertó al trabajo y a la conciencia política a los 14 años, y colaboró con diversos partidos de izquierda hasta la Transición. Durante casi cincuenta años cotizó puntualmente a la Seguridad Social, 26 años con negocio propio, antes de jubilarse en lo que iba a ser un retiro tranquilo.

La mañana del 2 de julio –“el 1 cayó en domingo”– se plantó en su centro de salud decidido a seguir su conciencia: decir que no. “Es que lo tengo clarísimo: no. No voy a pagar ni un céntimo por medicamentos”, dice. El copago sanitario impuesto por el Gobierno del Partido Popular, y por el cual el contribuyente tendrá que asumir el 10% del precio de oferta al público de los medicamentos, es para Manuel “un robo”.

Él no pretendía dar lecciones de filosofía o política en su centro de salud; tampoco “complicarles la vida” a los trabajadores. Sólo quería su pastilla para la tensión. “Pídaselas a su médico de cabecera”, le dijeron. “No, porque si se las pido a mi médico de cabecera me cobran un dinero [a través de la tarjeta de la Seguridad Social] que yo no estoy dispuesto a pagar”, respondió Manuel. “A repagar, precisa. ”Intentaron convencerme de que era inútil lo que intentaba, pero lo inútil es no hacer nada. Así que pedí el libro de reclamaciones“, continúa Manuel. Al final se las dieron, por agotamiento.

De modo que el viejo carpintero decidió, después de esa primera visita, no seguir tomando sus pastillas. Pero durante una manifestación, a finales del verano, sufrió un desfallecimiento. “Tenía la tensión a veintitantos. Entonces ya tuve que ir a urgencias todos los días”. Durante casi un mes, entre agosto y septiembre, mañana tras mañana, repitió la misma operación en su centro de salud. Dependiendo del día, de la atmósfera, del humor (y de la edad) del médico que le tocase, se la daban o no; aunque cada vez era más “que no”. Como se sentía bien, y sobre todo se acumulaba el trabajo reivindicativo de los yayoflautas granadinos, que él coordina, dejó de nuevo de tomarlas: nuevo desfallecimiento y vuelta a sus citas matutinas en Urgencias, durante una semana aproximadamente, hasta que se estabilizó. Ahora comparte las pastillas, mitad y mitad, con su mujer, “que tiene pensión no contributiva”, buena salud y muy pocas ganas de llevarse otro susto.

25 céntimos

Sin embargo, su desobediencia no es en esencia una cuestión de dinero. “Al principio no sabía cuánto era lo que me tocaba pagar, y son 25 céntimos. Pero no estoy dispuesto. Lo tuve claro desde que dijeron que íbamos a perder los derechos que teníamos de sanidad gratuita y universal. ‘Vais a tener que pagar por vuestros medicamentos’, dicen. ¡Pero si eso ya lo hemos pagado! Esto no es simple cabezonería. Es que hay personas con una pensión mínima de 375 euros, que a lo mejor están realmente enfermas y necesitan alguno de los más de 400 medicamentos que ahora hay que pagar: ¿cómo va a gastarse ahora esa persona 60, 70, 80 euros al mes? ¿Quitándoselo de la comida? Sostener esa miseria nos costará luego aún más”, explica.

Manuel tiene un blog, donde da a conocer a diario las acciones de su colectivo y desahoga con vehemencia sus desvelos de jubilado a pie de calle. Cobra 570 euros de pensión; redondeando. Junto a la de su mujer, apenas arañan los 1.000 euros mensuales con una hipoteca aún por liquidar. Pero no es, en este caso, una cuestión de dinero, sino de lo que ese dinero significa, sean 25 céntimos “o uno solo” por mantener a raya la tensión. “Dignidad, cómo vas a vivir tu vida sin dignidad. Y no estoy hablando de sueños románticos, sino de cosas que nos tocan. De lo que les toca ahora a los jóvenes, por ejemplo. Yo también lucho por mis hijos, por que no les ocurra lo que a nosotros. Nosotros tuvimos una infancia de privaciones; una juventud de lucha, de pelear por unos derechos, y una madurez de mucho trabajo; y una vez conseguimos tenerlos, ahora que llegamos a la vejez pensando que teníamos ya unos derechos y un colchón para que pudiéramos vivir, nosotros y nuestros hijos…”, recuerda.

Este hombre correctísimo que medita bien lo que dice tras el humo de su pipa no puede evitar, sin embargo, elevar la voz, que le “hierva la sangre” al hablar de lo que llama, con todas las letras, “terrorismo”: “Los desobedientes son ellos [el Gobierno], que han perdido toda la legitimidad. Luchamos por los derechos que tanto nos costaron, que no son nada desorbitados, sino perfectamente normales, y que vienen a quitarnos ahora. Pero están destapando la caja de los truenos”, advierte. “Gente pidiendo limosna, acudiendo a Cáritas... Que ya tiene huevos, acudir a Cáritas, gente que ha estado trabajando toda su vida”. Manuel se enfada.

Manuel alaba la implicación de los jóvenes en las protestas contra los recortes, pero insiste en que también es necesaria la implicación de más personas mayores, de “los viejos, los que vivimos la dictadura y tenemos conocimiento de lo que se puede hacer”. “Porque se puede, se pueden hacer muchas cosas”, insiste.

“Nos enfrentamos a gigantes”

“Nos enfrentamos a gigantes. Con esto del copago nos enfrentamos a las grandes multinacionales farmacéuticas, a los intereses enormes que hay en que la sanidad pública pase a ser privada”, reflexiona Manuel, entre calada y calada a su pipa.

En sus ojos aparece un destello de emoción al recordar al hombre que se quitó la vida aquí mismo, en Granada, la madrugada antes de ser desahuciado. “A esas personas sí se les puede decir algo: siempre hay algo más que hacer que suicidarse. La vida no merece la pena reventarla así”, dice. Manuel hace una pausa, mira de nuevo desde muy lejos y deja la frase en el aire: “Antes de matarte tú...”.