“Soy una zorra de postal” o darle la vuelta a la injuria: una estrategia política contra el insulto que no es nueva

Marta Borraz

5 de febrero de 2024 23:04 h

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Cuando en abril de 1983 Las Vulpes cantaron Me gusta ser una zorra en un programa de TVE, la actuación se convirtió en un escándalo nacional. Tanto que incluso intervinieron los tribunales y la cantante, la autora de la letra y el conductor del programa enfrentaron una querella de la Fiscalía por escándalo público que se archivó tres años más tarde, cuando el juez sentenció que el tema no afectaba al “pudor colectivo”. Más de 40 años después, la canción Zorra, de Nebulossa, que vuelve a utilizar el término, representará a España en Eurovisión tras haber ganado el Benidorm Fest.

Aún es pronto para descartar que esta vez la cosa llegue a juicio, pero de momento ya podemos decir que hay debate entre quienes la consideran de mal gusto, las organizaciones feministas que piden que la canción se retire al considerarla machista hacia las mujeres y las que la celebran como una forma de reivindicación. Hasta el presidente Pedro Sánchez ha comentado el asunto y ha defendido la propuesta afirmando que “el feminismo no solo es justo, sino divertido”. En la misma línea se ha expresado la ministra de Igualdad, Ana Redondo, que ha asegurado que Zorra “rompe moldes y estereotipos” como “el edadismo”, en referencia a la cantante María Bas (55 años).

Ella y Mark Dasousa, que integran Nebulossa, defienden su creación y, aunque afirman que su intención no era componer ningún himno, han escrito una letra que contiene estrofas como “si salgo sola, soy la zorra. Si me divierto, la más zorra. Si alargo y se me hace de día, soy más zorra todavía”, “y esa zorra que tanto temías se fue empoderando y ahora es una zorra de postal” o “lapídame, si ya, total, soy una zorra de postal, yo soy una mujer real”. La web de RTVE dice del tema que “busca redefinir la propia palabra, otorgándole un nuevo significado en el contexto feminista actual”.

Es lo que se conoce como la reapropiación del insulto, una estrategia que no es nueva y ha sido históricamente puesta en marcha por las mujeres y colectivos discriminados como el movimiento LGTBI o las personas racializadas. “Se trata de desarticular el propio insulto a través de hacer nuestra la palabra. Son términos que nos han repetido una y otra vez para vejarnos o humillarnos, así que reapropiarse de ellos es utilizarlos desde el orgullo y afirmarnos desde ahí. Sí, soy sudaka y bollera y no pasa nada”, sostiene la historiadora y activista Tatiana Romero, que no obstante considera que la canción de Nebulossa “está utilizando la reapropiación histórica de 'zorra', que ya existe, para convertirla en un producto comercial y en mercancía”.

La socióloga Carmen Romero Bachiller sí cree que la letra resignifica el insulto, un proceso político que “es muy antiguo” y que consiste en emplearlo desde un punto de vista positivo: “Es potente porque por un lado señala y muestra la desigualdad y la violencia que sostiene ese insulto y al mismo tiempo hace que el sujeto que le da la vuelta y se autodenomina así, en vez de colocarse ahí y sentir la vergüenza o el daño de forma individual, lo colectivice y decida ocupar con orgullo el término”.

Perras, maricones y bolleras

“Zorra”, “puta” o “perra” son insultos que casi todas las mujeres han recibido alguna vez en su vida por cuestiones por las que los hombres no son juzgados –de hecho, la carga simbólica de “zorro”, en masculino, no es ni parecida–. “Sirven para señalar a aquellas que no hacen lo que deberían hacer, a las que no son sumisas o exceden los límites de lo que se considera aceptable, las que tienen un deseo propio que se sale del orden patriarcal”, explica Romero Bachiller. De ahí que haya quienes lo utilicen desde la reivindicación.

Con esa intención publicó en 2009 la escritora feminista Itziar Ziga el libro Devenir Perra o Rigoberta Bandini canta “Yo nací para ser perra” y hace suyo el término para reclamar a las mujeres como sujetos deseantes y no como objetos al servicio de la mirada masculina. Los ejemplos en el mundo del arte y de la música son varios: Puta es el título de uno de los álbumes de la cantante Zahara, con el que se abrió en canal para narrar los episodios de violencia que ha sufrido a lo largo de su vida y convertirlos en un relato que atraviesa de forma casi universal a las mujeres.

Las personas LGTBI han utilizado la reapropiación del insulto históricamente, entre otras cosas autoidentificándose como maricones o bolleras. Así lo ha hecho, por ejemplo, Chenta Tsai Tseng, más conocido por su nombre artístico Putochinomaricón. De hecho, el término queer también es un insulto reapropiado. Procedente del inglés, era una palabra vejatoria común contra quienes se salían de la norma y la traducción literal podría ser raro, desviado o extraño, pero, como afirma el filósofo Paul Preciado, “la historia política de la injuria es también la historia cambiante de sus usos” y a mediados de los años 80, el uso de la palabra queer cambió.

“Empujados por la crisis del sida, un conjunto de microgrupos decidieron reapropiarse de la injuria y hacer de ella un lugar de acción política y de resistencia a la normalización [...] Lo que había cambiado era el sujeto de la enunciación: ya no era el señorito hetero el que llamaba al otro 'maricón'; ahora el marica, la bollera y el trans se autodenominaban queer anunciando una ruptura intencional con la norma”, esgrime el autor de Dysphoria mundi en este artículo publicado por Parole de Queer sobre el origen del término.

La misma idea está detrás de disputar no solo las palabras, también los símbolos usados contra determinados colectivos. Así ocurrió con el rebautizado como 'gaysper', el fantasma arcoíris que utilizó Vox en un meme en la campaña electoral de las generales de 2019 y que acabó convirtiéndose en un icono de la comunidad LGTBI impreso en banderas, camisetas e imágenes en redes sociales, desactivando así su sentido negativo. El triángulo rosa usado por los nazis para marcar en los campos de concentración a los gays es otro ejemplo.

Incluso el término “feminismo” es una resignificación, según ha contado en alguna ocasión la lingüista Elena Álvarez Mellado. La palabra la acuñó el médico francés Fanneau de La Cour en el siglo XIX, cuando se decía que aquellos hombres enfermos de tuberculosis que veían afectados sus caracteres sexuales secundarios sufrían de feminismo. En 1872, Alejandro Dumas se refirió en un folleto así a los hombres que apoyaban la causa sufragista y “habían perdido su virilidad”, explica Álvarez Mellado en este artículo. Finalmente, fue la sufragista francesa Hubertine Auclert quien le dio la vuelta a la palabra, se reapropió de ella y comenzó a utilizarla con la carga política que hoy tiene.

Las palabras son “relacionales”

Romero Bachiller también apunta a la resignificación del vocablo “negro” utilizado como insulto. “Hay una entrevista hecha a Mohamed Ali en la que va nombrando cómo lo blanco está asociado a la belleza, al poder y a la bondad y lo negro a todo lo contrario, lo negativo. Y precisamente el movimiento de liberación negro ya en los 60 empieza a articular que 'lo negro es bello' con el black is beautiful”, cuenta la socióloga. Moro y sudaka son otros dos términos con carga negativa que también desde el movimiento antirracista han sido reapropiados.

“Sudaka es una palabra que cobra fuerza en los 90 al ser usado como ataque e insulto por parte del movimiento neonazi en España, y en un momento dado hay una resignificación y empieza también a ser identidad, entonces se vuelve una herramienta política para combatir la violencia o la discriminación”, esgrime Romero, que pone el foco en cómo las palabras “son relacionales” y su carga simbólica o significado negativo funciona dependiendo de si el grupo se lo concede o no.

Aun así, la estrategia de la reapropiación no implica que los insultos pierdan necesariamente su poder de dañar, aclara Romero Bachiller. “Siguen siendo utilizados así, con esa intención. En los colegios se sigue nombrando a los niños como maricones, bolleras o negros y el machismo, la LGTBIfobia o el racismo siguen existiendo, pero el hecho de que la resignificación se articule de forma colectiva es potente políticamente hablando”, añade la socióloga, que lamenta que el debate sobre Eurovisión se haya centrado en la canción de 'Zorra' y no tanto “en la participación de Israel mientras se produce el genocidio en Gaza”.