Una generación presionada por el éxito: Corea del Sur gasta cifras récord en academias pese al colapso demográfico

Los rankings escolares se han convertido en una referencia habitual en varias sociedades del este asiático, donde las calificaciones determinan el acceso a oportunidades laborales, reconocimiento social y estabilidad futura. Países como China, Japón y Corea del Sur muestran una cultura marcada por la evaluación continua y la exigencia académica desde edades tempranas.
La competitividad se cultiva dentro y fuera de las aulas, con familias que planifican el itinerario educativo de sus hijos con años de antelación, desde los primeros cursos de primaria hasta la universidad. En ese contexto de exigencia constante y escalada educativa se inserta el fenómeno que protagoniza la actualidad en Corea del Sur.
Las familias priorizan las clases particulares incluso por encima de necesidades básicas
Aunque el número de nacimientos desciende cada año, el gasto en educación privada no se frena. En 2023, Corea del Sur destinó alrededor de 20.000 millones de dólares a academias, conocidos como hagwon, una cifra que representa un nuevo máximo histórico, según datos del Ministerio de Educación. La paradoja demográfica y el aumento del gasto han hecho que el país se enfrente a una situación que el propio Gobierno define como una “emergencia nacional”.
En algunas familias, el presupuesto mensual para clases particulares de adolescentes supera el combinado de vivienda y alimentación. Según Statistics Korea, los hogares con mayor poder adquisitivo destinan una media de 1,14 millones de wones —unos 869 dólares— a educación privada, frente a los 636.000 en comida y 539.000 en alojamiento. Lo llamativo es que este patrón también se da en hogares más humildes, donde la prioridad educativa mantiene su peso incluso con ingresos más ajustados.

Las hagwon han pasado de ser un refuerzo puntual a un paso casi obligatorio para no quedar fuera del sistema. Aunque el número total de estudiantes ha disminuido por la baja natalidad, el gasto en educación privada sigue creciendo. El motivo principal está relacionado con el examen Suneung, una prueba de ocho horas que determina el acceso a las universidades más prestigiosas. Muchos lo consideran el filtro que condiciona el futuro laboral.
Cada noviembre, más de medio millón de jóvenes se examina en condiciones extraordinarias. Los vuelos se paralizan para evitar ruidos, los mercados bursátiles abren más tarde y la policía escolta a quienes llegan justos de tiempo. El día del Suneung se ha convertido en una jornada trascendental para miles de familias que aspiran a colocar a sus hijos en universidades que abren la puerta a trabajos estables en grandes conglomerados como Samsung o Hyundai.
La presión educativa afecta al bienestar emocional y alimenta problemas graves
Yerim Kim, estudiante de instituto en Seúl, explica en declaraciones recogidas por Time que el reciente cambio en el contenido del examen ha generado inquietud entre quienes aspiran a destacar académicamente: “Siento preocupación por sus posibles consecuencias en mi futuro”. El Gobierno ha eliminado las llamadas killer questions, preguntas que no aparecen en los materiales oficiales, pero que servían para distinguir a quienes alcanzaban un nivel más alto.
Sin embargo, esta medida no ha reducido la presión sobre estudiantes y familias. Al contrario. Muchos padres buscan ahora otras formas de reforzar la preparación académica ante un modelo que, aunque cambie, sigue premiando las máximas calificaciones. La socióloga Sonia Exley señala en el mismo reportaje que el problema no se limita al ámbito educativo y tiene relación con el mercado laboral surcoreano, marcado por una alta polarización: “Hay pocos empleos en las grandes empresas. Conseguir trabajo de calidad es muy difícil y la competencia es extrema”.

La sobrecarga académica tiene también un impacto emocional. Un informe nacional indica que uno de cada tres estudiantes de secundaria y bachillerato ha pensado en el suicidio por estrés académico. Matthew Lee, alumno de Daegu que planea presentarse al Suneung este año, apunta en ese mismo artículo que el ambiente que generan las academias puede ser sofocante: “Nos enseñan que el compañero que se sienta al lado es un rival en lo académico”.
La cultura de la competitividad educativa se ha convertido en una norma social difícil de revertir
A pesar de las reformas impulsadas en las últimas décadas, la dependencia de las academias no ha disminuido. En muchos casos, los cambios normativos han provocado una respuesta aún más intensa por parte de las familias, que buscan adaptarse cuanto antes. Exley lo resume claramente al explicar que cada modificación del sistema genera nuevas incertidumbres, lo que acaba reforzando el papel de las academias: “Históricamente, esa inseguridad ha sido aprovechada por la industria de la tutoría privada para ofrecer apoyo a las familias”.
La competitividad, más que una elección personal, se ha convertido en un mecanismo colectivo, casi estructural. Mientras los estudiantes intentan no quedarse atrás, sus familias reorganizan sus economías para sostener esa carrera de fondo. El Gobierno, por su parte, sigue buscando soluciones a un problema que va más allá de los exámenes y afecta de lleno al modelo social y laboral del país.
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