Un hallazgo en los manuscritos medievales desvela una conexión inesperada con el Ártico

La piel de foca se usó para encuadernar manuscritos

Ada Sanuy

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Durante siglos se dio por hecho que los códices medievales europeos estaban hechos exclusivamente con materiales locales, como piel de ternera, oveja o ciervo. Sin embargo, una investigación internacional liderada por la bioarqueóloga Sarah Lévêque ha revelado que al menos una parte de los manuscritos producidos por los monjes cistercienses en el norte de Francia fue encuadernada con pieles de foca. El hallazgo, publicado en la revista Heritage Science, demuestra que esos materiales no eran una rareza, sino una práctica sistemática hasta ahora inadvertida.

Los investigadores han aplicado técnicas de análisis proteómico y secuenciación de ADN antiguo a más de un centenar de manuscritos de los siglos XII y XIII. El estudio se centró en libros procedentes de la abadía de Clairvaux y sus casas filiales, y encontró que las cubiertas exteriores —conocidas como chemises— estaban confeccionadas, en al menos 28 casos, con pieles de focas comunes, barbudas y de Groenlandia. Se trata de una de las primeras veces que se confirma el uso regular de fauna marina en la manufactura de libros medievales en Europa.

La pista genética de un comercio a larga distancia

Gracias a la conservación de fragmentos de colágeno y ADN mitocondrial, los científicos pudieron rastrear el origen de las pieles y situarlo en regiones como Islandia, Noruega, Escocia e incluso Groenlandia. Esto sugiere la existencia de redes comerciales sostenidas entre los monasterios franceses y territorios del Ártico. Los materiales, probablemente intercambiados a través de mercaderes noruegos o de la Liga Hanseática, pudieron llegar como parte de acuerdos económicos, ofrendas religiosas o incluso diezmos en especie, en una época en la que la moneda escaseaba en las regiones más septentrionales.

Una tecnología nueva para entender el libro antiguo

Los métodos empleados forman parte del campo emergente de la biocodicología, una disciplina que cruza biología molecular, arqueología y filología para leer los libros desde su materialidad. En este caso, el equipo utilizó eZooMS, una técnica que identifica especies animales a partir de trazas mínimas de proteínas, y lo combinó con análisis metagenómicos que revelan también la presencia de hongos, ácaros y bacterias. Estos datos, además de identificar la materia prima, permiten reconstruir las condiciones ambientales en las que se conservó cada volumen durante siglos.

Piel marina como decisión estética y espiritual

Aunque hoy muchas cubiertas aparecen oscurecidas por la oxidación, los autores del estudio sostienen que originalmente estas pieles eran grises o blancuzcas. En el contexto cisterciense, donde el blanco tenía un alto valor simbólico asociado a la pureza, el uso de piel marina no habría sido solo funcional, sino también estético e ideológico. Esta hipótesis pone en cuestión la idea de que los monjes trabajaban exclusivamente con materiales locales y sugiere que la elección de recursos respondía también a intenciones simbólicas cuidadosamente meditadas.

Una de las preguntas más intrigantes que deja el estudio es si los monjes sabían que estaban utilizando pieles de foca. En los textos medievales apenas hay referencias a este animal, y en muchas lenguas romances de la época ni siquiera existía una palabra específica para nombrarlo. Esto hace pensar que los religiosos podían no haber identificado con claridad el origen exacto del material, especialmente si las pieles llegaban ya curtidas y preparadas. Esa ambigüedad contribuye a que esta práctica haya pasado desapercibida hasta ahora.

El hallazgo, además, obliga a reconsiderar los límites del comercio medieval. La imagen de monasterios autosuficientes y cerrados sobre sí mismos se difumina cuando se comprueba que recibían regularmente materiales procedentes de miles de kilómetros de distancia. No se trataba solo de textos, reliquias o pigmentos: también pieles de animales marinos viajaban a través de rutas que conectaban el Atlántico Norte con el interior de Europa.

Más allá del aspecto económico, este descubrimiento subraya que los libros no solo cuentan historias con palabras, sino también con sus propios materiales. Las cubiertas y las hojas encierran capas de información que van desde lo simbólico hasta lo ecológico, pasando por lo logístico y comercial. Como apunta Lévêque, “los manuscritos medievales no solo transmiten ideas, sino también relaciones con el mundo natural y social que los rodeaba”.

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