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El origen de la expresión 'tonto del capirote': ¿hay relación con la Semana Santa?

Una idea de castigo que apuntaba bien alto, en todos los sentidos

Héctor Farrés

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En Semana Santa hay cofrades que caminan descalzos, otros que se atan cadenas a los tobillos y unos cuantos que cargan con cruces que pesan más que un sofá de tres plazas. Pero ninguno de ellos da tanto juego en el lenguaje como los que llevan en la cabeza un capirote.

Este cono puntiagudo que sobresale por encima de los penitentes ha pasado del respeto al choteo popular con una facilidad histórica. La frase eres un tonto de capirote no salió de una procesión, sino de un castigo. Y lo más curioso es que, en su origen, ni siquiera era un insulto del todo vulgar como ahora.

Un insulto gráfico con aspiraciones de sentencia popular

Antes de que nadie se santiguase al verlo pasar, el capirote ya estaba asociado a la vergüenza. Fue la Santa Inquisición la que convirtió ese gorro de cartón en una herramienta para exhibir a los culpables.

Los acusados, señalados por delitos religiosos o conductas heréticas, debían desfilar por plazas y calles con esa estructura puntiaguda sobre la cabeza mientras eran objeto de burlas.

En palabras de los cronistas, el objetivo era que fueran “humillados públicamente” por el resto del pueblo. En muchos casos, junto al capirote, vestían también un saco de lana conocido como sambenito, que completaba el uniforme del escarnio.

El nacimiento de un dicho con mala leche

La función del gorro era clara: cuanto más alto, más ridículo. Era una forma gráfica de agrandar la culpa. La expresión empezó a usarse como una forma de llamar torpe a alguien que se había convertido en el hazmerreír del resto.

De ahí que ser un tonto de capirote sirviera para señalar a quienes, sin necesidad de tribunal, ya daban motivos para que se rieran de ellos. En realidad, se trataba de un insulto que mezclaba la apariencia con la supuesta falta de juicio.

De la burla inquisitorial al anonimato penitente

Con el paso del tiempo, el uso del capirote fue evolucionando. Durante las procesiones de Semana Santa, comenzó a emplearse con un sentido completamente distinto. Ahora lo llevaban quienes querían mostrar arrepentimiento por sus pecados, no como castigo ajeno, sino como penitencia propia.

El rostro cubierto, con apenas un par de agujeros para los ojos, ofrecía anonimato. Así nació la figura del nazareno, que podía hacer su recorrido sin ser reconocido.

En algunas ciudades, especialmente en el sur de España, el capirote se forra con tela, se alarga hasta los hombros y forma parte de los hábitos de las hermandades más tradicionales. Su función ya no tiene nada que ver con la burla ni con la exposición al público.

l capirote, hoy símbolo de penitencia en Semana Santa, fue originalmente una herramienta de escarnio público impuesta por la Inquisición

Lo que antes servía para señalar, ahora protege la intimidad de quien participa en la procesión. Pero el dicho ha quedado anclado en el lenguaje con su carga original, y todavía hoy se usa para referirse a quien actúa con torpeza o hace el ridículo.

El propio término capirote refuerza ese recorrido: proviene del latín cappero, a través de capirón, y su significado no deja lugar a dudas: prenda que cubre la cabeza. Lo que cambió fue la intención. Lo que en su día servía para humillar, ahora se respeta. Lo que antes era burla, hoy es tradición. Solo la frase conserva esa guasa antigua que convierte a cualquier despistado en un personaje de inquisición. Sin que tenga que salir en procesión para ganarse el título.

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