Revelan cómo se hacía fuego en la Edad de Hielo y con qué materiales

Durante el periodo más frío de la última glaciación, entre hace 26.500 y 19.000 años, pequeños grupos humanos lograron subsistir en la Europa oriental gracias a una tecnología tan antigua como fundamental: el fuego. La escasez de estructuras de combustión bien preservadas del Último Máximo Glacial ha dejado grandes lagunas sobre cómo los grupos humanos de entonces lograban mantenerse calientes, preparar alimentos o distribuir el espacio en sus asentamientos. Un nuevo estudio, publicado en la revista Geoarchaeology, aporta la evidencia más clara hasta la fecha: los habitantes del yacimiento ucraniano de Korman’ 9 no solo hacían fuego, sino que lo dominaban con precisión técnica, usando materiales diversos y adaptando su uso a las condiciones estacionales.
En total, los investigadores documentaron tres estructuras de combustión —dos en el nivel inferior y una en el superior— que muestran signos de uso reiterado, planificación y versatilidad. Los análisis geoarqueológicos demuestran que en ellas se alcanzaron temperaturas superiores a los 600 °C, gracias al uso combinado de leña, grasa animal y probablemente huesos. Para generar un fuego así en un contexto glacial, donde los árboles escaseaban y los recursos eran irregulares, hacía falta no solo conocimiento técnico, sino también una gestión planificada de los materiales disponibles. Este nivel de planificación contradice la visión habitual de comunidades que actuaban por necesidad inmediata, y sugiere que existía un saber técnico acumulado y aplicado con intención.
Una tecnología adaptada al clima extremo
El equipo liderado por el arqueólogo Philip R. Nigst, de la Universidad de Viena, plantea que los hogares no se usaban todos de la misma forma. Uno de ellos, más grande y térmicamente más potente, pudo haber servido para cocinar alimentos en grupo o secar pieles y herramientas, mientras que los otros respondían a necesidades más puntuales. “La gente controlaba perfectamente el fuego y lo usaba de diferentes maneras, según la finalidad”, afirma Nigst. Estas diferencias, lejos de ser anecdóticas, revelan un patrón de comportamiento técnico y social que se repetía a lo largo del tiempo, y que implicaba tanto saber cómo hacer fuego como cuándo y para qué usarlo.

La investigación aplicó técnicas como la micromorfología de sedimentos, el análisis colorimétrico de cenizas y la espectrometría por reflexión difusa para estimar la intensidad térmica alcanzada por los fuegos. Además, el estudio incluyó análisis zooarqueológicos para determinar si los huesos hallados en el interior de los hogares habían sido usados como combustible o si su combustión fue accidental. “Estamos investigando si los huesos encontrados fueron usados como fuente energética o si simplemente quedaron atrapados en el fuego”, apunta Marjolein Bosch, coautora del trabajo. La presencia de capas sucesivas de combustión, mezclas de materiales y temperaturas diferenciadas apunta a un conocimiento muy ajustado a las condiciones locales.
¿Por qué quedan tan pocos restos?
Una de las preguntas que plantea el estudio es por qué, si el fuego era tan común y vital, hay tan pocas evidencias bien conservadas de hogares de esa época. Los autores proponen que la escasez de vestigios podría deberse a factores postdeposicionales, como la congelación y descongelación estacional del suelo, la erosión o la reutilización de espacios. También se baraja la posibilidad de que algunas estrategias térmicas, como el uso de piedras calentadas o braseros portátiles, no dejen huellas claras en el registro arqueológico. Este vacío obliga a replantear las técnicas de excavación y conservación en contextos paleolíticos.
Otro elemento que destaca la investigación es el carácter estacional del uso del yacimiento. Según los patrones térmicos observados, Korman’ 9 fue visitado en distintos momentos del año, y sus habitantes sabían cómo aprovechar el mismo espacio con estrategias distintas. Esa repetición revela una transmisión de conocimiento, una forma de memoria colectiva que se materializa en cómo y dónde se hacía fuego. En lugar de pensar en estos grupos como nómadas sin rumbo fijo, los datos sugieren una ocupación planificada, con itinerarios repetidos y decisiones técnicas que responden a una lógica comunitaria y no meramente individual.

Un legado térmico que trasciende la supervivencia
Más allá del calor, el fuego generaba un punto de reunión, permitía prolongar la actividad más allá del anochecer y creaba un espacio compartido donde se comía, trabajaba o se enseñaba. En este sentido, el dominio del fuego tiene implicaciones que van más allá de lo técnico: refleja una forma de organización social y de cooperación. Las diferencias en tamaño, potencia y ubicación de los hogares pueden leerse como indicadores de roles diferenciados dentro del grupo, o de momentos de la vida cotidiana que exigían formas específicas de interacción térmica.
Este trabajo, además, reabre el debate sobre cómo interpretar la complejidad cultural de sociedades sin escritura. La forma en que se hacía fuego, se regulaba su intensidad o se elegía el combustible habla tanto de la inteligencia práctica como del conocimiento colectivo. Más que una respuesta puntual al frío, el uso del fuego parece integrado en una lógica más amplia de control del entorno, de organización del día a día y de construcción de vínculos dentro del grupo. El calor, en este caso, fue mucho más que una cuestión de temperatura: fue una herramienta para habitar un mundo en hielo.
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