ENTREVISTA Periodista e investigador

Alberto Quian: “Los hackers se interesan por la vida de los políticos cuando ocultan información que nos afecta”

Raúl Novoa

17 de junio de 2022 22:56 h

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Desde sus inicios, a los hackers les han rodeado una serie de estigmas. Si pensamos en la imagen de un hacker se nos viene a la mente la de un joven con capucha y encerrado en su habitación. Probablemente, cometiendo algún delito en la deep web. Para el periodista Alberto Quian, escritor de Civilización hacker (Anaya), estos prejuicios han sido interpuestos por los poderes políticos y económicos de las élites. De hecho, fue Bill Clinton el primer presidente en declarar a los hackers como enemigos del Estado.

“Los hackers construyeron y materializaron una utopía, que fue Internet… Otra cosa es en lo que se ha convertido”, defiende el también doctor en Investigación en Medios de Comunicación y profesor en la UC3M. Asegura que el hacking nada tuvo que ver con un movimiento destructivo, sino que en su ética es algo emancipatorio para el ser humano. ¿Su principio fundamental? Que el conocimiento sea libre. Y es que desde Abbie Hoffman y los yippies hasta los recientes DDoSecrets –sucesores de Wikileaks que están filtrando informaciones sobre la guerra en Ucrania–, los hackers ven en la información la forma de acabar con “la alienación y las formas de consumo impuestas”, asegura Quian en su libro. 

El también galardonado con el Premio de Periodismo Científico Celia Brañas ha tenido acceso a las investigaciones de Wikileaks. Para él, su descubrimiento más importante fue el de la implicación del oligarca ruso Mikhail Fridman en el caso del Prestige, donde él era el fletador del barco. “Trabajar con Wikileaks me ha permitido conocer otra forma de hacer periodismo”, confiesa en esta entrevista a elDiario.es.

En el libro critica cómo se banaliza e infantiliza a los hackers. ¿Cómo de grandes son estos prejuicios?

La criminalización de la cultura y la ética hacker comienza en los años 80. Empiezan a aparecer en los medios y se empiezan también a hacer los primeros estudios o la cultura. Esa popularización es lo que lleva desde determinados sectores del poder, principalmente el económico y el político, a temer una nueva cultura que precisamente lo que hace es plantear un órdago al capitalismo tradicional. Los hackers empiezan a cuestionar la propiedad intelectual o el copyright. 

De hecho, el hacking nunca tuvo nada que ver con ser destructivo.

No. Eso lo han dejado claro ellos. Crearon su propia terminología donde definen todas las categorías léxicas de su cultura. Cuando tú acudes al diccionario hacker, el Jargon File, lo que te dice es no confundir hackers con crackers. Los hackers se introducen en sistemas, pero para explorar, nunca para causar daño. Los crackers son los que hacen daño. Ahora, el término cracker evidentemente no es un término de uso común, que se haya asentado en la cultura popular. Pero sí que en vez de utilizar titulares como “hackers roban” o “hackers cometen un delito”, podemos utilizar terminologías como “ciberdelincuentes” o “cibercriminal”. En vez de hablar de “hackers rusos” podemos hablar de “cibermercenarios”.

También se criminaliza muchas veces a webs de software libre por amparar el tráfico de armas, drogas, etc.

TOR es un navegador que permite mantener una navegación segura o encriptada. Lo que dicen es una herramienta para los delincuentes porque entran en la web profunda, la deep web y que ahí pueden cometer crímenes. Se ha hablado de los famosos “jinetes del apocalipsis” de internet: las drogas, las armas o el abuso de menores. Sin embargo, los delitos se cometen en la vida virtual y en la física. Existen pederastas, narcotraficantes, violadores y asesinos en la vida real y por eso no cerramos calles. Entonces, ¿por qué hay que poner vallas a todo? ¿Por qué hay que criminalizar TOR? Este navegador es una herramienta de seguridad para los individuos y hay que popularizarla cada vez más. Al poder político o a las empresas no les interesa porque no pueden monitorizar tu navegación, por lo que no tienen datos. Cada vez que entramos en internet, nos convertimos en un producto, el cual las grandes tecnológicas utilizan para vender nuestros datos con fines políticos o económicos. A los Estados les interesa tenernos controlados porque no quieren voces disidentes.

Desde la izquierda existe cierto escepticismo hacia el mundo hacker, sobre todo por el anonimato. ¿Cómo deberían ver a los hackers?

Creo que la izquierda tiene un problema con la cultura hacker. También en general con las nuevas tecnologías. Siempre se ha impuesto una mirada desconfiada. Es cierto que tenemos evidencias de que las tecnologías pueden ser una herramienta para vigilarnos, controlarnos, etc. Pero está la otra visión: que es emancipadora y que se puede crear belleza mediante ellas. Se puede crear un mundo justo y equitativo.

En cuanto a ideología, hay una gran identificación con el anarquismo libertario. Se posicionan contra la homogeneidad, la alienación, el consumo impuesto por el sistema... En ese sentido, ¿cómo funciona ese activismo desde la ideología hacia lo que hacen en la práctica?

Volviendo a los principios de la ética hacker, hay uno fundamental, que es el de ser antiautoritario. “Yo soy un individuo con capacidad de decidir sobre mí mismo”. Ese principio nos lleva al anarquismo libertario. Pero aquí el problema del anarquismo es que sucede algo parecido como con el término hacker: se ha pervertido tanto que la gente lo ve como algo peligroso y caótico. El anarquismo no tiene nada que ver con eso. El software libre es puro anarquismo, aunque cuando lo uses no seas consciente de ello. Toda esa ideología se trata de manera material. La gente que visita la Wikipedia, sin ser consciente de ello, está practicando cierto anarquismo. La Wikipedia es un producto fruto de la cultura hacker: software libre, contenidos libres y colaboración mutua...

Todo periodista tiene que tener espíritu hacker, porque hay que tener curiosidad de saltar ciertos límites para buscar información veraz, contrastada y comprometida

Los hackers también nacen contra la distopía. Layla Martínez, en 'Utopía no es una isla' , habla mucho de cómo es importante generar utopías en estos tiempos. ¿Cómo de importante cree que pueden ser los hackers en el desarrollo de nuevos horizontes?

Los hackers construyeron y materializaron una utopía, que fue Internet… Otra cosa es en lo que se ha convertido. Pero Internet en su origen era una utopía que se perseguía. Un espacio de comunicación, de información libre. Que seamos libres y que no haya jerarquías. Ese es el Internet que materializaron los hackers en los 80. El conocimiento libre es una utopía. En el campo del periodismo hemos visto en los últimos años, por primera vez, proyectos de colaboración entre medios de comunicación. ¿Y eso de dónde viene? De la experiencia de Wikileaks, con los famosos Pandora Papers.

Se está hablando mucho del caso Pegasus y el tema del espionaje. ¿Faltaba un protocolo de actuación de cara al presidente del Gobierno?

Parece que Pegasus es algo nuevo, pero ya se conocía. Lo que demuestra es que la cultura hacker tiene toda la razón. Es decir, que si puede venir alguien de fuera y robar datos, por ejemplo del Ministerio de Hacienda, con nuestros contratos, están exponiendo a los ciudadanos y demuestra que tienen razón cuando dicen que precisamente los que se han introducido son los que pueden llamar ciber mercenarios o ciberdelincuentes y realmente ellos quieren un Estado seguro. A los hackers les interesa la vida de los políticos cuando ocultan información que nos afecta.

Los ataques con Pegasus también han sido desde los gobiernos hacia ciudadanos, activistas, periodistas, etc. ¿Cree que se está volviendo un poco al ataque a los grandes poderes fácticos del Estado contra ellos mismos?

No es nada nuevo que el poder político y el económico hayan utilizado las herramientas software para vigilarse entre ellos y a nosotros. Esto se puede volver en su contra. Son mecanismos que han utilizado de manera tóxica empresas y gobiernos y al final han acabado siendo ellos vigilados. Otra cosa es el derecho que tengamos nosotros los ciudadanos a introducirnos en sistemas del Gobierno para conocer sus secretos, que a lo mejor deben ser conocidos por la sociedad porque son de interés general. Hay que ser conscientes también de que cada vez que pasamos un móvil o que estamos conectados a un ordenador, a internet, lo estamos haciendo en un terreno con herramientas, en un terreno controlado absolutamente por el poder, cuando podríamos realmente hacerlo de otra manera. 

Anonymous ha declarado la ciberguerra a Rusia. ¿Hasta qué punto es contra la invasión y no porque haya intereses económicos detrás, por ejemplo, de petroleras estadounidenses o mexicanas?

El caso Anonymous es curioso. En el conflicto con Rusia apoyan a Ucrania. En círculos hackers se dice que no son los verdaderos Anonymous, que son nuevas generaciones que nada tienen que ver con los de hace diez o quince años. Dicen que los verdaderos están en otro lado y que no han declarado ninguna ciberguerra a Rusia. Claro que pueden estar siendo manipulados precisamente por determinados poderes políticos y económicos como Estados Unidos o empresas. Como mínimo es sospechoso. Además, el hacktivismo en su origen rechaza introducirse frontalmente en las ciberguerras entre países porque considera que es ponerse al nivel del imperialismo.

Por otro lado, aunque Wikileaks está bastante desactivada, hay plataformas nuevas con ese espíritu de Wikileaks, como DDoSecrets.

Yo los catalogo simplemente como herederos de Wikileaks. Sí que es cierto que Assange en un momento cambió su rol y dice: bueno, yo soy también editor de prensa. Una esencia periodística. Sin embargo, esta plataforma no busca esa esencia periodística. Es digamos que filtración pura y dura. Sí que es cierto que quizás Wikileaks se posicionaba más. Veremos su popularidad en función del impacto mediático que tengan.

En el momento en que les dices a los rusos que no pueden acceder a Instagram por su Gobierno, es discriminatorio y vulneras derechos fundamentales

Desde Occidente se firma un tratado contra lo que se llama la balcanización de la red. ¿Qué riesgos puede tener?

Tiene que ver con quién controla la red. Y en cuanto a internet y las infraestructuras, que es lo más importante. No se trata de controlar tanto los contenidos, que también, sino las infraestructuras que permiten estas comunicaciones. China hace años que ya ha puesto en práctica esto. Ciber-espacialmente es un país aislado. Los ciudadanos chinos no pueden interactuar con el resto del ciberespacio. Toda comunicación, internet, contenidos y todas las infraestructuras, están controlados por el Gobierno. Sus ciudadanos están aislados del resto del mundo en ese sentido. Esto se ha reproducido en más países. En el caso de Rusia, por ejemplo, es cierto que hace ya tiempo que está construyendo su propia internet y tiene sus propias redes. Sin embargo, no olvidemos que también en Occidente somos muy hipócritas y colaboramos en esto. Nosotros les estamos quitando servicios, no solo censurando, sino desconectando a ciudadanos rusos de plataformas de comunicación y de información como sanción a su Gobierno. En el momento en que les dices a los rusos que no pueden acceder a Instagram por su Gobierno, es discriminatorio y vulneras derechos fundamentales.

Usted ha accedido a las investigaciones de Wikileaks. ¿Cuáles son las informaciones más importantes que ha encontrado?

Estaba en periodo de investigación sobre el fenómeno Wikileaks durante mi doctorado. Empecé a seguir sus redes sociales. En aquella época tenían un proyecto que fue de una red social alternativa a Facebook. Al estar inscrito a esa red en un momento recibí un correo de Wikileaks que me decía que me invitaban a un par de filtraciones. Ahí es donde empecé a descubrir cómo funciona de verdad Wikileaks en el periodismo. Cómo se producen las noticias, todo el proceso desde los orígenes de cómo se articula todo –herramientas, contactos, fuentes, documentación– hasta cómo se desarrolla todo y se publica. 

De los casos en concreto, yo me quedo con el del Prestige. Wikileaks me permitió descubrir que los culpables no son los que han sido juzgados, sino otros. Y detrás estaba la mafia rusa. Todo gira alrededor de Mikhail Fridman. El relato en general, el que tiene la población que ha tenido acceso desde aquel momento hasta hoy, es un relato que no tiene absolutamente nada que ver con la realidad. Mikhail Fridman, que actualmente es el dueño de los supermercados Día, era el fletador del Prestige y resulta que es que tiene unos contactos muy estrechos con el Kremlin, con Putin. Han sido estos tipos que se han hecho multimillonarios despojando a los ciudadanos y al Gobierno tras la caída de la URSS. Todos los informes que he consultado de agentes de inteligencia verificaban que sigue vinculado a mafias, a grupos paramilitares… Él y su conglomerado empresarial sabían que estaban fletando un barco en unas condiciones absolutamente pésimas, con una carga que podía acabar como acabó. No digo que sean los únicos responsables, pero tendrían que haber sido sentados en los banquillos. Sin embargo, ostenta un poder muy importante y tiene mecanismos represivos y amenazantes para callar muchas bocas.