El debate sobre los instagramers de Chernóbil: ¿sus fotos son una falta de respeto?
Empecemos por los datos: sí, es cierto que se han incrementado el número de turistas en Chernóbil. La guía turística de la zona Viktoria Brozhko atribuía dicho incremento al éxito de la serie de HBO y declaraba en Reuters: “Mucha gente viene aquí. Hacen muchas preguntas sobre la serie, sobre los eventos. Mucha gente siente cada vez más curiosidad”.
El pasado 9 de Junio, un usuario de Twitter croata llamado @komacore (cuyo nombre visible es Bruno Zupan, probablemente en honor al pintor esloveno) publicaba un tuit en el que decía: “Mientras tanto en Chernobil: Influencers de Instagram acudiendo en masa al lugar del desastre”. Acompañado de varias capturas de pantalla, todas ellas sacadas de Instagram. En las 4 fotos podía verse la mano de un hombre sosteniendo un contador Geiger (que mide la radiactividad de un lugar); una mujer posando junto a un autobús quemado; una mujer con casco y mascarilla y una mujer que se quita un traje para revelar un tanga blanco. Todas las fotos aparecían localizadas en Pripyat, Ucrania, la ciudad fantasma que quedó en ruinas después del desastroso accidente nuclear en la central eléctrica de Chernóbil en 1986.
El tuit comenzó a viralizarse. Los medios comenzaron a hacerse eco y esto forzó la reacción en Twitter de Craig Mazin, guionista y productor de la serie Chernóbil: “Es maravilloso que Chernóbil haya inspirado una ola de turismo en la Zona de Exclusión. Pero sí, he visto las fotos. Si lo visitáis, por favor recordad que allí ocurrió una terrible tragedia. Comportaos con respeto hacia quienes sufrieron y se sacrificaron”. Una rápida búsqueda por localización en Instagram nos devuelve resultados similares. De hecho, más de un usuario ya ha publicado tuits similares al que se viralizó.
La situación es la siguiente: el creador de una de las series del momento hace un tuit criticando indirectamente a los influencers: Fight! ¿Quién ganará? Los influencers, instagramers o personas que documentan su viaje a un lugar peligroso para la salud tienen las de perder. Y en este caso no es solo por la radioactividad. Es por la viralidad y la brocha gorda con la que a veces se analizan fenómenos que son más complejos de lo que parecen.
Simplemente desde un punto de vista técnico, estos tuits que se han viralizado tienen un problema técnico: aunque sea cierto que el turismo a Chernóbil haya aumentado a causa de la serie, algunas de estas publicaciones son anteriores a la serie. Algunas tienen incluso varios años o son fotografías antiguas que han vuelto a ser subidas. De hecho, al hacer una búsqueda por localización de Instagram muestra primero “publicaciones destacadas” y más abajo “publicaciones recientes”. Por otra parte cualquiera puede localizar una foto como si hubiera estado en un lugar en el que realmente no ha estado.
Estas dudas son las que llevaron a la periodista Taylor Lorenz a entrevistar a algunas de esas personas que los medios habían etiquetados rápidamente como 'influencers' o 'instagramers' para conocer mejor sus historias. Su conclusión es interesante: “Tres de las cuatro personas que Zupan eligió resaltar en su tweet no son en absoluto influencers”.
En la pieza, Irene Vivch, una estudiante de 19 años que tenía solo 204 seguidores cuando publicó la foto de ella en el autobús del tuit que se viralizó, ofrece unas declaraciones que amplían un poco la mirada sobre la historia: “No me considero una 'persona influyente a tiempo completo”, le dijo por directo de Instagram a la periodista. “Chernóbil me causó una gran impresión... Así que hice una gran publicación en Instagram al respecto que describía mis sentimientos”. Vivch nació en Ucrania y está profundamente familiarizada con la historia del desastre. Lorenz cuenta además que el título de foto fue recortado en la captura distribuida. Este era “Un monumento eterno a la horrible crueldad del régimen soviético”.
Julia Baessler, otra de las personas que aparece en las capturas, que sí se autoidentifica con la categoría de influencer y que cuenta con más de 300 k followers, explicó a la periodista que no se hizo la foto a causa de la serie: “Debido al trabajo de ingeniería de mi novio, pudimos obtener una admisión especial para ingresar en la sala de control 4, que en realidad no es accesible para los visitantes. Quería compartir estas historias con el mundo porque están llenas de información de un lugar al que generalmente solo tienen acceso los científicos ”.
Lorenz termina dejando clara su postura: “Para miles de personas que retuitearon y respondieron al tweet de Zupan, el subtexto fue claro: mira a esos influencers insustanciales, pescando likes en vez de respetar la naturaleza trágica del lugar”. Para luego aseverar “Instagram, con más de mil millones de usuarios activos, se ha convertido en la forma por defecto para que muchos, especialmente los jóvenes, compartan y documenten sus vidas. Pero la gente todavía lucha con la mejor manera de elegir un formato para sus publicaciones en lugares solemnes”.
Antes de las redes sociales, recordar las tragedias a través de fotos personales era un acto privado. Ahora es algo que sucede en espacios digitales a los que cualquiera puede acceder. Todo eso ha cambiado y el origen pudiera estar en el selfie. El profesor de Memoria y Cultura Visual de la Universidad Pablo de Olavide Rubén Díaz nos ofrece una reflexión que complementa la mirada de Lorenz: “El selfie es un fenómeno típicamente postfotográfico, donde nosotros mismos hemos pasado de ser sujetos a objetos de la mirada fotográfica. El paisaje, también el paisaje de la memoria, que lo entiendo como un texto donde podemos pensar, interpretar y a menudo usar políticamente el pasado, queda reducido en el selfie a un escenario cuya razón de ser en la imagen es su espectacularidad, que se asocia a lo que queremos ser: I selfie, therefore I am. Sí pienso que este proceso despolitiza (o re-politiza) el paisaje, por lo que merece una reflexión al respecto de su relación con los lugares de la memoria”.
De hecho, cuenta a través de una anécdota personal de una de sus estudiantes que ejemplifica muy bien la problemática: “Hace un par de años tuve a una estudiante que me aseguraba que solo a través del selfie sentía que había vivido la experiencia de viajar, por ejemplo. Para ella era más importante documentar su propia experiencia que documentar la realidad (que se suponía que era el objetivo de la fotografía en sus inicios y que ha ido evolucionando hasta hoy en otra cosa). Por tanto el selfie en estos espacios, y lo digo con mucha cautela, es para quienes lo toman una forma de tomar posición propia de nuestra ecología mediática. Esto evidentemente tiene consecuencias en la concepción misma que tenemos del pasado. Quienes toman selfies en Chernóbil o Auschwitz son los bárbaros de los que habla Baricco o la Pulgarcita del recientemente desaparecido Michel Serres, un proceso de mutación cultural que afecta a tiempo, espacio y memoria. En cualquier caso, este tipo del selfie lo enmarcaría dentro de otros procesos culturales que también vampirizan el dolor y los traumas del pasado, como la televisión o el turismo”.
Así pues, parece sensato pensar que más allá de quedarse en el 'mal gusto' de quién se toma una foto en un lugar cuya memoria está marcada por el dolor, resulta necesario hacer una reflexión profunda sobre el uso que hacemos todos de nuestras imágenes en redes y cómo narramos nuestras vidas.