La posibilidad de realizar estudios genéticos a restos fósiles modificará la interpretación de la evolución humana, en opinión de Robert Sala, responsable científico del XVII Congreso mundial de Prehistoria y Protohistoria, que se celebra desde ayer en Burgos con más de 1.500 científicos.
Sala ha recordado que la aplicación de la genética a la Paleontología es algo muy reciente y aporta información que no se conocía hasta ahora, ya que sólo se estudiaban los restos desde el punto de vista morfológico y anatómico.
Un ejemplo de la “revolución” que puede suponer el estudio genético aplicado al estudio de los fósiles es el artículo científico realizado por un equipo liderado por Juan Luis Arsuaga, uno de los codirectores de Atapuerca, que concluyó que los restos hallados en la Sima de los huesos de Atapuerca, que anatómicamente son muy parecidos a los neandertales, tienen relación genética con fósiles del llamado hombre de Denisova, en Siberia.
Aunque ha considerado que faltan elementos para definir mejor esta relación, dado que hay pocos restos del hombre de Denisova, ha recordado que la comunidad científica no ha respondido a ese artículo porque la prueba genética “es determinante”.
Otra evidencia de la importancia de los estudios genéticos es el establecimiento de una relación entre los nandertales y el Homo sapiens, que hasta hace poco se creía inexistente.
Las pruebas de ADN mitocondrial, que se transmite por vía materna, establecían que no había relación, pero cuando se ha podido extraer ADN nuclear se ha visto que el Homo sapiens, la población actual, en Europa y Asia tiene algunos restos de ADN neandertal, por lo que en algún momento compartieron un padre común.
Sin embargo, esto es algo que no ocurre en la población de Homo sapiens africana.
De hecho, el estudio de ADN puede ayudar a revisar el árbol genealógico del género homo que los científicos manejan en las últimas décadas.
Para el profesor José Luis Lanata, de la Universidad de Río Negro (Argentina), todos los hallazgos provocan debates y puede darse el caso de que se elaboren varias teorías de árboles genealógicos que convivan durante un tiempo y sean objeto de debate, porque “es así como avanzan la ciencia y el conocimiento”.
Ha considerado lógico que este tipo de cambios se produzcan cada vez más rápido, porque un debate científico de este nivel era muy difícil hace unos años, por la dificultad de movilidad de los expertos y, sobre todo, de las comunicaciones entre ellos, que ahora se pueden hacer casi en tiempo real.
El profesor Tim Denham, de la Universidad Nacional de Australia en Camberra, ha asegurado por su parte que la revolución que supuso el inicio de los cultivos en el Neolítico tuvo efectos “muy diferentes” en Europa frente a territorios alejados como Papúa-Nueva Guinea.
En ambos casos, el inicio de los cultivos se sitúa hace unos 7.000 años, ha explicado Denham en una rueda de prensa antes de ofrecer su conferencia en el XVII Congreso Mundial de Prehistoria y Protohistoria que se celebra desde ayer en Burgos.
El efecto más conocido en occidente fue el paso a sociedades más jerarquizadas y a lo que conocemos como civilización, con la aparición de las primeras ciudades. Sin embargo, en Nueva Guinea dio lugar a sociedades más igualitarias y no se crearon grandes espacios urbanos sino una mejor adaptación al territorio natural, ha explicado.