Las milicias hutíes de Yemen, cercanas a Irán, se han atribuido este fin de semana el ataque a dos instalaciones petrolíferas en Arabia Saudí pertenecientes a la empresa estatal Aramco. El destrozo no ha sido solo material sino que ha tenido repercusiones en la economía global, con el precio del barril de Brent disparado a cifras récord. Arabia Saudí ha tenido que recortar su producción de crudo en 5,6 millones de barriles diarios, un 5% de la producción mundial, y ya han avisado de que tardarán semanas en volver a los niveles previos al ataque.
Poco se sabe sobre los dispositivos utilizados para llevar a cabo la ofensiva contra las plantas de Abqaiq (la primera en producción del mundo) y Khurais. Tan solo que han sido 10 drones de combate, según los hutíes, y que en el ataque no se descarta la utilización de misiles de crucero. Como los drones civiles, los militares se clasifican en base a su rango y a la resistencia. Están los de alcance cercano (50 km y seis horas de autonomía), corto alcance (150 km y autonomía de 8 a 12 horas), rango medio (velocidades superiores a 150 km/h y rango de hasta 650 km) y los que pueden operar en altitudes superiores a los 30.000 pies (9,1 km). También pueden ser diferenciados por clases: la I (drones pequeños), la II (drones tácticos) y la III (drones estratégicos).
Lo que popularmente se conoce como drones militares o de combate en realidad son UCAV (Unmanned Combat Air Vehicle, que en castellano significa Vehículos No Tripulados de Combate Aéreo). No hay que confundirlos con los UAV (Unmanned Air Vehicles, Vehículos Aéreos No Tripulados), ya que aunque estos también pueden servir a ejércitos, no tienen capacidad para llevar armas y su tarea se centra más en la vigilancia que en la destrucción de objetivos.
Ambos dispositivos son manejados desde tierra por el personal militar designado para ello. En ocasiones puede haber más de un piloto a los mandos; uno manejando el dron a través de las cámaras que llevan incorporadas y el otro disparando las armas. Al ser más baratos que los aviones y al no entrañar riesgo para la vida del atacante, los UCAV se llevan usando por algunos ejércitos del mundo durante los últimos años, ya sea como apoyo en operaciones especiales o para bombardear objetivos concretos, como en el caso de las instalaciones petrolíferas saudíes o en el de algunos terroristas de Al Qaeda por parte de EEUU. Tan solo un dato: un helicóptero volando durante una hora cuesta unos 2.000 euros; un dron, 20.
¿Quién tiene drones de combate?
En el mundo hay más de 60 países que cuentan con drones de combate listos para su uso. Sin embargo, solo nueve países reconocen equiparlos con armamento. España no es uno de ellos, pero en el verano del año pasado el Ejército ya contaba con 13 modelos distintos entre los que se encuentran los IAI Searcher, los ScanEagle, los RQ-11 Raven y los INTA SIVA. A excepción de estos últimos, de fabricación nacional, el resto están construidos por empresas israelíes o estadounidenses, líderes en este sector y que los distribuyen al resto del mundo. De hecho, el Ejército compró en 2018 cuatro UCAV Predator a EEUU por 158 millones de euros.
Las grandes potencias como China, EEUU, Rusia o Israel ya han exhibido sus flotas de drones de combate en operaciones militares o en demostraciones aéreas. Los últimos han sido los rusos, que a finales de agosto presentaron los nuevos modelos S-70 Okhotnik y Altius-U. Son los dos elegidos que pretenden plantar cara a sus equivalentes norteamericanos, el XB-47 y el RQ-4 Global Hawk, respectivamente. Para hacernos una idea de la capacidad del primero, puede volar en régimen subsónico hasta los 1.000 km/h y tiene una autonomía de 3.500 km. Además, alberga espacio para equipar hasta dos toneladas de armas y es indetectable para los radares. El Altius es más pequeño, puede estar hasta 24 horas volando sin descanso y cargar hasta una tonelada de armas. También es invisible para el radar.
China es otro de los países que recientemente exhibió su potencial en una exhibición coordinada por la empresa gigante estatal de electrónica china CETC y la Universidad Nacional de Tecnología de Defensa del ejército chino. Consiguieron juntar 119 drones de ala fija volando como un solo cuerpo, sobrepasando el récord anterior fijado por el ejército de EEUU en 103 drones. Los chinos cuentan con un nivel de desarrollo superior a los estadounidenses y una fábrica, DJI, que produce el 70% de drones no militares que se venden en el mundo. Pero si hablamos de gasto en Defensa, EEUU gana con creces: destinan tres veces más dinero que China y tienen cerca de 7.000 drones teledirigidos por humanos, muy lejos de los casi 1.500 de los chinos.
Miles de muertos por ataques de drones
El poderoso arsenal de los ejércitos se da de bruces con las cifras. El Buró de Periodismo de Investigación de los EEUU estima que entre 8.459 y 12.105 personas han muerto por culpa de los ataques con drones. Si hablamos de bajas civiles, el número baja bastante (entre 769 y 1.725), y se reduce aún más en el caso de los niños (entre 253 y 397). A pesar de que los aparatos sean más precisos que los aviones y estén dotados de la última tecnología, parece que esos “daños colaterales” de los que una vez habló EEUU en plena guerra de Vietnam no se han conseguido remediar con la aparición de los UCAVs.
Informes como el de Amnistía Internacional acerca de estos dispositivos han conseguido poner de manifiesto su capacidad para matar sin riesgo, deshumanizando la guerra. Una de sus frases más duras es la siguiente: “Lo que sí sabemos es que su uso ha creado una situación en la que el mundo entero puede considerarse un campo de batalla, y prácticamente cualquier persona puede considerarse un daño colateral”. Por eso instan a la comunidad internacional a crear unos protocolos que protejan a los civiles y a regular su uso ajustándose al derecho internacional.
En abril del año pasado, más de 3.000 trabajadores de Google firmaron una carta de protesta por el acuerdo entre la multinacional y el Pentágono para desarrollar un programa de reconocimiento de imágenes que mejoraría la puntería de los aparatos. El Proyecto Maven, que venció el pasado marzo, hizo que muchos empleados se fuesen de la compañía. Laura Nolan es una de ellos. Aunque empezó a trabajar en el proyecto, al poco tiempo se dio cuenta de que “cada vez estaba más preocupada éticamente”, así que dimitió. Ahora cuenta su experiencia en The Guardian, donde asegura que estas máquinas solo traerán “atrocidades y asesinatos ilegales incluso bajo las leyes de la guerra, especialmente si se despliegan cientos o miles”.