La portada de mañana
Acceder
Feijóo confía en que los jueces tumben a Sánchez tras asumir "los números"
Una visión errónea de la situación económica lleva a un freno del consumo
OPINIÓN | La jeta y chulería de Ábalos la paga la izquierda, por Antonio Maestre

La élite puede escapar de la tecnología digital abusiva, el resto nos quedamos

A finales de 2018 la Universidad de Michigan analizó cómo son los primeros usuarios de altavoces inteligentes. Estos dispositivos irrumpieron el año pasado en el mercado europeo tras un período de pruebas en el estadounidense y son máquinas capaces de entender no solo el lenguaje, sino también la forma de expresarse de las personas, para atender una amplia gama de órdenes y peticiones. Eso sí: necesitan tener encendido el micrófono constantemente y registrar todo lo que ocurra a su alrededor.

El punto en común que halló el estudio entre aquellos que saltaron primero a esta nueva tecnología es que se habían rendido en materia de privacidad. Si todas las empresas espían, qué más da que lo haga otro aparato más.

El argumento principal que expresaron estos usuarios consistía en que “es solo darle un poco más de información a Google o Amazon, y ellos ya saben mucho sobre ti, así que ¿por qué es tan malo?”, reveló Florian Schaub, coautor del estudio, a Motherboard. “Para mí, lo más preocupante fue esta idea”, confesó el investigador: “Es representativo de la constante erosión de lo que significa la privacidad y cuáles son nuestras expectativas en cuanto a ella”.

Los altavoces inteligentes ejemplifican un cambio de paradigma. En cierto sentido, se les puede considerar tecnología punta. Acercan la potencia de la inteligencia artificial al usuario de una manera sin precedentes. También son terriblemente accesibles: los modelos de entrada cuestan unos 50 euros mientras que los más avanzados, con pantalla y capacidad para domotizar toda una casa, unos 150. Un capricho para todos los públicos, todo lo contrario del desembolso que suponía tradicionalmente adquirir un cacharro innovador recién llegado al mercado.

Para las multinacionales digitales el modelo de negocio no está en lo que cobran por sus productos. Adoptar una nueva tecnología que estas propongan no conlleva el riesgo económico de comprar un aparato que termine no mereciendo su precio con los años, o que quede apartado por utilizar un estándar que acaba en vía muerta, como Betamax en vez de VHS o LaserDisc en vez de DVD.

La inversión de hacerse con su tecnología punta se mide en derechos fundamentales. Se delegan privacidad y datos personales y se confía en que el retorno merezca la pena. El poder de estas multinacionales también hace poco probable un escenario de vía muerta. Al contrario, la apuesta por sus productos ahora es por no enfrentarse meses después a la noticia de que hay equipos de personas revisando grabaciones y desternillándose de risa con cómo canturrean los usuarios cuando están solos en casa, curioseando en los motivos de las discusiones de pareja o recibiendo instrucciones de no actuar ante algo que suena como una violación.

La nueva frontera del poder

El peligro que supone el modelo de negocio basado en minar datos personales y de la sociedad en su conjunto se viene apuntando desde hace años. Un gran número de tendencias lo apuntalan. Este 2019 la economista estadounidense Soshanna Zuboff las ha empaquetado en un libro, lo ha titulado “Capitalismo de la vigilancia” y lo ha convertido en best seller mundial.

Con el mensaje “La lucha por un futuro humano en la nueva frontera del poder”, Zuboff describe cómo ese capitalismo se ha sacado de la manga un nuevo recurso, la información sobre el comportamiento, se ha especializado en extraerlo sin control y lo ha convertido en algo que se compra y vende.

El producto refinado es predecir el comportamiento humano.

“Una de las cosas que los capitalistas de vigilancia aprendieron es que las predicciones más poderosas del comportamiento humano provienen de la intervención real en nuestro comportamiento, de tocar nuestro comportamiento, de empujar, de influir, de llevar nuestro comportamiento hacia sus resultados comerciales”, explicó Zuboff en una entrevista con DemocracyNow!

Como todos los capitalismos, el de la vigilancia produce clases. “Aquellos que presentan un consumo digital compulsivo, no reflexivo, de los productos que se presentan como gratuitos o de muy bajo coste serán los perjudicados”, advierte en conversación con eldiario.es Víctor Sampedro, catedrático de Opinión Pública.

“El modelo de negocio de las tecnológicas, completamente entregado al big data y a la mercadotecnia, está ya confirmado que es altamente contaminante y tóxico”, continúa: “Su uso no provoca ni bienestar individual ni bien colectivo. Al contrario, aumenta los síntomas de depresión, ansiedad y desequilibrios emocionales en busca de la validación. Tampoco en lo común, porque genera una esfera pública que, por sus contenidos y sus ritmos, lo único que hace es crear todavía más ansiedad social y polarización”.

“Hay que salirse del sistema y, de hecho, es lo que han hecho las élites. Evitan esta tecnología tan tóxica y utilizan otro tipo de redes y comunicaciones, que priman lo que siempre han sido las verdaderas fuentes de poder, que son las relaciones sociales humanas, no virtuales”, explica el experto.

Apartarse de la tecnología es para el 1%

En el capitalismo digital hay dos recursos de lujo: el tiempo y el contacto humano. La clase mayoritaria son los empantallados, aquellos que están disponibles para su empresa a cualquier hora a través de WhatsApp. Tener productos de última tecnología digital que lo hagan posible ya no es un símbolo de estatus, más bien lo contrario.

“Ahora el símbolo de estatus es utilizarlos lo menos posible. Y eso lo puede hacer... el que lo puede hacer”, resume a eldiario.es Jordi Montaña, profesor de Marketing en la escuela de negocios Esade.

Montaña expone que el descenso en los costes de producción de este tipo aparatos ha traído consigo una caída en los precios. “En estos momentos hay casi una banalización de estos productos y no hace falta ningún gran estudio para verlo: te sientas en el metro y miras alrededor y ves gente de todas las capas sociales con uno”.

“Como todo el mundo tiene dispositivos digitales”, continúa, “lo que se ha convertido en un lujo es que te trate una persona directamente. Tocar el producto, cerrar el trato dándote la mano, quizá tenga incluso más valor que antes. Es algo que se ve en el incremento brutal de actividades feriales, que sirven para tener encuentros presenciales. Uno podría decir pensar que los negocios ya se hacen virtualmente, pero ni hablar: para cerrar tratos importantes se requiere la presencia”.

Así, mientras el último Internet Trends sigue marcando la línea ascendente del comercio electrónico en todo el mundo, las marcas de lujo centran su estrategia para la venta presencial en el tiempo y en el contacto humano. “Buscan que la experiencia del cliente sea muy notable, que el acto de consumo tenga una parte lúdica, de disfrute, que lo haga algo más mágico”, revela el profesor de Esade.

“Porque al final, delante del ordenador tampoco gozas gran cosa”.