La paz que ha reinado en Substack desde sus comienzos atraviesa una época de turbulencias. La plataforma de publicación de newsletters no logra zanjar una crisis por el abandono de varios de sus escritores más influyentes tras la negativa de los dueños a adoptar una postura más estricta contra la publicación de contenidos de ideología nazi. Son boletines que requieren una suscripción, por la que Substack se lleva un porcentaje, y la polémica ha vuelto a encender el debate sobre los beneficios que obtienen las plataformas donde se promueven posiciones extremistas.
“Durante mucho tiempo, Internet fue un lugar hostil, y de repente descubrí un jardín: en medio del fango apareció Substack”. La descripción que hace la autora Elle Griffin de esta plataforma de newsletters encaja con lo que muchos usuarios encontraron en ella. El espacio recuerda a aquellos primeros blogs que nacieron antes que las redes sociales. Creada en 2017, Substack se ha convertido en un punto de encuentro para lectores y escritores con los mismos intereses y, sobre todo, un rincón alejado del ruido de Twitter, el algoritmo de TikTok y el postureo de Instagram.
La plataforma ha ido creciendo gracias, entre otros factores, a que recuerda a millones de usuarios a aquel Internet en el que podías elegir deliberadamente qué leer. En Substack no hay un algoritmo que te recomiende contenidos: a tu bandeja de entrada solo llegan los boletines a los que te suscribes, unas veces gratis y otras de pago, pero que buscas y encuentras sin mucha más mediación que la referencia que pueda hacer otro autor.
El resultado ha sido un crecimiento en los últimos seis años hasta contar con 17.000 autores —según datos de Axios— que cobran por el acceso a sus newsletters con suscripciones, que van desde los 60 hasta los 100 dólares anuales —entre 55 y 91 euros. Substack asegura que los lectores han pagado hasta 300 millones de dólares mediante suscripciones y que las 10 publicaciones con más seguidores ganaron en total 7 millones de dólares en 2020.
Substack se queda el 10% de cada suscripción
Pero ahora ese entorno idílico se ha visto sacudido tras la publicación de un reportaje en la revista ‘The Atlantic’ que asegura que “Substack tiene un problema con los nazis”. La plataforma, que la revista describe como “la última esperanza de civismo” en Internet, “cobra un 10% de las suscripciones, por lo que gana dinero cuando los usuarios pagan por newsletter nazis”.
En respuesta, casi 250 autores de Substack han publicado una carta abierta en la que preguntan a los fundadores “por qué estáis dando una plataforma y monetizando contenido de ideología nazi”. Los firmantes han pedido a los dueños que aclaren si sus políticas de uso permiten publicar simbología nazi, utilizar logotipos que incluyen una esvástica, promover la Teoría del Gran Reemplazo o defender otras ideas vinculadas al supremacismo blanco.
“La compañía tiene la costumbre de convertir estas cuestiones básicas de confianza y seguridad en peleas políticas que duran varias semanas”, ha lamentado Ryan Broderick, autor de ‘Garbage Day’. Broderick recuerda que hace tres años, varios autores ya denunciaron que Substack no tomó medidas contra usuarios que estaban acosando a escritores transexuales “en newsletters que todavía están monetizando ese contenido en la plataforma”.
La respuesta de Substack: “A nosotros tampoco nos gustan los nazis”
El autor de 'Garbage Day' denuncia además que la respuesta de Substack a la polémica de los autores nazis “contiene el peor párrafo jamás escrito” por el fundador de una de las empresas de este sector. El comunicado, firmado por Hamish McKenzie, asegura que “a nosotros tampoco nos gustan los nazis” y que “nos gustaría que nadie opinara así, pero hay gente que defiende esas y otras ideas extremistas”. Los fundadores añadieron que “la censura, incluso impedir que algunas publicaciones cobren por su contenido, no hace que desaparezca el problema, sino que lo agrava”.
Broderick es uno de los escritores que, como Casey Newton, autor de Platformer —con 170.000 suscriptores—, han presionado en privado a Substack para que cambiara sus normas de uso. Los dos han acabado marchándose de la plataforma, que asegura que “si vemos que hay contenido que viole nuestras condiciones, y cuando veamos ese contenido, tomaremos las medidas adecuadas”.
De momento, solo han cancelado un puñado de boletines que apoyan explícitamente ideología nazi —de los 16 que había identificado ‘The Atlantic’— y aseguran que retirarán cualquier contenido que incluya “amenazas creíbles de daño físico”.
Sin embargo, el texto de sus condiciones de uso no ha cambiado, lo que ha sembrado dudas de hasta dónde llegará realmente esta nueva interpretación de sus normas. “Esa afirmación contradice las políticas de contenido de Substack”, ha denunciado Newton, “porque aseguran que no se puede utilizar para publicar o financiar iniciativas que inciten a la violencia contra minorías”.
El autor de Platformer asegura que hay “pensadores marginales que han creado un negocio a base de promover contenido anti-vacunas, pseudociencia y teorías de conspiración sobre la pandemia de Covid que tiende a estar restringido en otras redes sociales”. Para Newton, como para todos los firmantes, el problema añadido es que Substack, además de quedarse con el 10% de los ingresos que deja cada suscripción, puede beneficiarse aún más si acaba atrayendo a autores que se hayan tenido que alejar de otras plataformas por violar sus condiciones de uso.
La plataforma ya ha respondido a crisis similares, como el éxodo de escritores trans en protesta por la desinformación en Substack, con una defensa de su política de “no intervenir en la censura de contenidos”. Los responsables argumentaron entonces que “los lectores eligen por sí mismos a qué escritores invitar a su bandeja de correo”.
Los dueños de Substack cuentan con el respaldo de un grupo importante de autores que quieren contar con la garantía de que la plataforma no va a vigilar sus contenidos ni censurarlos. Casi un centenar de escritores, entre los que se encuentran varios autores de boletines de tinte conservador, han firmado su propia carta en la que piden a Substack que no incremente la moderación porque consideran que es una amenaza para la libertad de expresión.
Firmas como Newton lamentan sin embargo que estos movimientos acerquen Substack cada vez más a otras redes sociales donde reina la desinformación y la viralidad en detrimento de otros factores. Uno de esos cambios ha sido el envío de un ranking de newsletters que la plataforma envía semanalmente a cada usuario. Esa lista se basa en recomendaciones, por lo que es imposible saber si Substack quiere favorecer a las firmas más virales —y con más suscriptores de pago— o verdaderamente atiende a los intereses del usuario.
“Esta infraestructura está diseñada para que las publicaciones crezcan muy rápido”, ha denunciado el autor de Platformer. “El respaldo de Substack a puntos de vista marginales solo garantiza que crezcan las publicaciones extremistas en la plataforma”. Las acusaciones, como esta última polémica, llegan además a las puertas de un año electoral en Estados Unidos y con el sueño de Substack de convertirse en la plataforma donde tenga lugar ese debate político que antes tenía lugar en columnas de opinión y tertulias de medios tradicionales. Su última campaña ya ha dejado claro cuál es su objetivo: “En las elecciones de 2024, vota a Substack”.