La Comisión Europea y la Organización Mundial de la Salud (OMS) han recomendado esta semana a los gobiernos que adopten una tecnología digital común para trazar contagios de coronavirus de cara a la desescalada de las medidas de confinamiento. La petición de estos organismos internacionales es clara: usar los móviles de los ciudadanos para que Europa sea mucho más dinámica en desenredar el rastro epidemiológico de un contagiado, contactar rápidamente a aquellos que han compartido espacio con esa persona y aislarlos hasta que se les realice un test.
Esa cadena de reacciones es clave para contener la enfermedad y la experiencia de varios países asiáticos demuestra que la inmensa mayoría de la población lleva siempre en el bolsillo aparatos capaces de hacer ese trabajo con precisión.
El debate en Europa ya no es si se debe convertir los móviles de los ciudadanos en rastreadores de contagios o no. Incluso el organismo comunitario que agrupa a las agencias de protección de datos nacionales, instituciones cuya única misión es defender el derecho a la privacidad de los ciudadanos, ha dado la bienvenida a la solicitud de Bruselas de establecer una tecnología de rastreo común. El debate ahora es cómo hacerlo de la forma más segura y ética posible.
Recurriendo a un viejo conocido: el bluetooth
La tecnología preferida para trazar los contactos de un contagiado es el bluetooth. Permite a los dispositivos transmitirse datos entre ellos por radiofrecuencia cuando se encuentran cerca unos de otros, sin que intervengan antenas de telefonía u otras infraestructuras de apoyo. Al establecer una comunicación directa de dispositivo a dispositivo, el bluetooth permite dotar al sistema de rastreo de una robusta protección de la privacidad. Además no es una tecnología ni mucho menos nueva y su grado de implantación en los teléfonos móviles es muy alto.
La idea de un sistema europeo basado en el bluetooth surgió de un consorcio de investigadores denominado Rastreo Paneuropeo de Proximidad para Preservar la Privacidad (PEPP-PT, por sus siglas en inglés). Impulsado primero en círculos científicos alemanes a los que pronto se unieron investigadores de otros países, ha recibido el apoyo de varios gobiernos para sacar adelante el sistema de rastreo epidemiológico digital para después de la cuarentena. España se encuentra entre ellos, de la mano de la Secretaría de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial.
PEPP-PT no trata de desarrollar una app común, sino un estándar sobre el que cada país construya su sistema nacional. El objetivo es utilizar los mismos protocolos y que el sistema pueda avisar con la misma efectividad a un ciudadano francés, alemán, italiano o español de que ha estado en contacto con un contagiado. Sin importar si ese contagiado usa el sistema de rastreo francés, alemán, italiano o español.
“Hay un reto tecnológico muy importante, que ha sido montar toda esa infraestructura de comunicación por bluetooth respetando la privacidad pero estableciendo los protocolos de tiempo, de contacto, etc.”, explica a eldiario.es Gemma Galdón, consultora tecnológica involucrada en el PEPP-PT y presidenta de la Fundación Éticas.
“A nivel epidemiológico estamos viendo que la capacidad de contagio cuando se es asintomático es muy importante y que la intervención temprana en ese momento puede parar de forma muy significativa la difusión de la enfermedad. Con lo cual una tecnología para trazar contactos como esta cuenta con base epidemiológica, algo que no tienen otras como por ejemplo la Inteligencia Artificial”, continúa la experta.
Basado en 'tarjetas de presentación' digitales
¿Cómo va a funcionar ese estándar? Aunque aún es pronto para conocer todos los detalles (las fuentes consultadas hablan de entre seis y ocho semanas para ponerlo en marcha), la idea es que los móviles de los europeos empiecen a intercambiarse 'tarjetas de presentación' vía bluetooth cuando estén cerca unos de otros.
La clave es que esas tarjetas no incluirían información personal ni de ubicación, sino simplemente un código generado de forma aleatoria pero asociado a su dispositivo. Cuando una persona diera positivo por coronavirus, el sistema consultaría todas las 'tarjetas de presentación' que ha recibido ese teléfono y avisaría a los móviles que las emitieron. Su propietario sabría así que debe aislarse y hacerse un test de COVID-19. No intervendría en ningún momento el GPS u otras tecnologías que permiten identificar con precisión a una persona por si solas.
Aunque sería la primera vez que se aplicara a esta escala, no se trata de un protocolo tecnológico completamente nuevo. “Si se implementa correctamente es un sistema bastante seguro, porque el terminal no siempre emite el mismo identificador. Incluso dentro del mismo día va rotando esa clave generada”, explica Sergio Carrasco, ingeniero informático y abogado experto en privacidad.
El sistema siempre sería de uso voluntario por parte del ciudadano, aunque los gobiernos podrían ponerlo como requisito para diferentes cuestiones para incentivar su uso. En cualquier caso esa sería una decisión de los ejecutivos nacionales, encargados de darle forma en última instancia y acoplarlo a sus respectivos sistemas de salud. Es una conversación que llegará después, ya que el proyecto aún no ha llegado a esa etapa.
El consorcio europeo está definiendo parámetros como cuánto tiempo tienen que estar cerca dos móviles para intercambiarse códigos, cuándo ha pasado el tiempo suficiente desde un contacto para eliminar una 'tarjeta de presentación' y por tanto no avisar de un contagio, o cómo asegurar que esos identificadores están blindados ante una retro-identificación en caso de que caigan en malas manos. No obstante, esta semana el PEPP-PT ha topado con un cisma trascendental en su seno: dónde se almacenan los códigos de contactos y quién es el encargado de hacerlo.
Conflicto: quién guarda las 'tarjetas de presentación'
Hay dos formas de guardar la información de los contactos que ha tenido una determinada persona. Una es centralizada, en la que los códigos emitidos por los teléfonos son almacenados en servidores del estado o algún ente europeo. La segunda es la descentralizada, en la que esas 'tarjetas de presentación' solo se guardan en los móviles de cada ciudadano. No salen de ahí en ningún momento y no hay forma de que un tercero pueda consultar con quién ha estado en contacto una determinada persona.
Alemania defiende la opción centralizada y dice que ya está preparada para lanzar un sistema basado en ella, aunque no lo ha hecho público. Otro grupo de países e investigadores, en el que Suiza lleva la voz cantante (aunque liderados por una ingeniera española), apuesta por el sistema descentralizado. El organismo que agrupa a las agencias de protección de datos europeas también ha recomendado utilizar esta opción por ser la más respetuosa con la privacidad. La Secretaria de Estado de Digitalización, nexo del Gobierno español con el PEPP-PT, apuesta también por el modelo descentralizado, según ha podido contrastar eldiario.es.
“Lo que nos jugamos es la diferencia entre un sistema que pueda crear una infraestructura de vigilancia u otro que tenga un uso muy concreto, que es el abordaje de los contactos para evitar posibles contagios de COVID-19 y que no tenga vida más allá de eso”, avisa Galdón, que revela que el PEPP-PT estuvo a punto de romperse en dos este jueves por esta cuestión. “El debate es fascinante y es cierto que existe esa tensión”.
Algunos de los investigadores que apuestan por la opción descentralizada, denominada protocolo DP-3T han llegado a anunciar que se desvinculan del consorcio PEPP-PT, acusando a sus promotores alemanes de “no ser lo suficientemente transparentes”. No obstante, los defensores de la opción descentralizada aún no han tirado la toalla y siguen en el debate para que sea este el modelo elegido en toda Europa.
¿Por qué Alemania ha adoptado esta posición? Una explicación puede ser que tengan más prisa. Angela Merkel ha acelerado su agenda de desescalada del confinamiento y algunas escuelas se reabrirán en apenas dos semanas, el 4 de mayo. “No hay tanta experiencia en las opciones descentralizadas”, explica aquí Sergio Carrasco. “El sistema centralizado es el más típico”, continúa el ingeniero y abogado, que recuerda que “las prisas nunca son buenas consejeras”.
Galdón por su parte afirma que tras la defensa de un sistema centralizado hay razones políticas, no técnicas. “Por una parte hay muchas presiones desde hace mucho por acceder a datos de la población. Por otra, en este contexto, se desconfía de medidas que den agencia a la ciudadanía. Se cree que si el estado no 'lo ve todo', la gente no usará bien el sistema y no funcionará”, revela.
Google y Apple pueden tener la última palabra... y ya se han posicionado
Todo esto ocurre mientras las compañías que tienen la llave del 98,5% de los teléfonos móviles de los europeos, Google (dispositivos Android) y Apple (iPhone) han llegado a un acuerdo sin precedentes para permitir que sus sistemas se comuniquen con mayor facilidad entre ellos y allanar el camino para establecer una tecnología común de rastreo de contagios de coronavirus. También apuestan por el bluetooth como solución.
A mediados de mayo ambas compañías lanzarán una plataforma común que permita a los gobiernos desarrollar apps para trazar contactos sobre ambos sistemas a la vez. “En los próximos meses”, adelantan, integrarán esa plataforma directamente en sus respectivos sistemas operativos para que el usuario ni siquiera tenga que descargar una app concreta, sino solo dar su consentimiento para participar en el rastreo de contagios. El sistema para trazar los contactos del usuario vía bluetooth se convertiría así en una parte integral de los teléfonos móviles, como si del software para utilizar la cámara o el GPS se tratase.
La decisión de Apple y Google de ir de la mano en esta cuestión permite a ambas multinacionales tener una capacidad de decisión casi total en la definición del sistema de rastreo de contagios. Y lo quieren descentralizado. Es una posición que beneficia la privacidad de los usuarios pero que también resta poder de decisión y capacidad de acción a los gobiernos y poderes públicos.
Es algo que ya ha podido comprobar el Gobierno británico, que quiere que su sistema de salud centralice la información sobre los contagios y sus contactos digitales. Su intención de lanzar una app en este sentido ha chocado con la negativa de ambas compañías a prestar su colaboración. Sin ella, las posibilidades de lograr que su sistema tenga una amplia implantación entre sus ciudadanos se ve drásticamente reducida. La app de Singapur, una de las primeras que utilizó el bluetooth para rastrear contactos y en cuyo modelo se ha fijado el PEPP-PT para fijar el estándar europeo también fue un aviso a navegantes: apenas ha logrado que un 12% de los habitantes del país la instalen.