Cómo se expone una chica cuando se une a una red social

El pasado jueves, la aplicación Stolen anunciaba su cierre después de muchas quejas. Stolen “traficaba” con cuentas de Twitter, sin que fuera necesario el consentimiento de sus usuarios. Es decir, a cambio de dinero virtual perteneciente a su propia aplicación, los perfiles eran subastados con un sistema de oferta-demanda. La aplicación tenía cada vez más usuarios, y cada vez más críticas.

Es la última y más evidente muestra de la vulnerabilidad a la que nos sometemos cuando decidimos unirnos a una red social. En todos los aspectos. Otro mundo aparte son las aplicaciones para encontrar pareja (o encuentros ocasionales) como Tinder, Adopta un tío, Badoo, Lovo, Happen, etc. que, por su propia naturaleza, son especialmente propensas a los trolls, perfiles falsos, suplantaciones o directamente, acoso.

Marta Nicolás y Lucía Chávarri se dieron cuenta de que el uso que hacían las mujeres y el que hacían los hombres de este tipo de aplicaciones era muy diferente. En Tinder, de hecho, sólo el 35% de usuarios son mujeres. Buscando una alternativa dirigida a ellas crearon Muapp, una aplicación que da más confianza.

En Muapp, las usuarias deciden quién puede entrar, y hay canales para denunciar los comportamientos poco apropiados. Ese filtro implica, por ejemplo, que no se admiten perfiles sin fotos o sin vinculación a Facebook. De esta manera es más probable que sean personas reales y localizables.

Hasta en Wallapop

Una buena iniciativa, aunque no es en este tipo de redes donde muchas usuarias se han encontrado problemas. Curiosamente, el acoso es más habitual en aplicaciones diseñadas para fines ajenos a la búsqueda de pareja. Elena dice que es, a su pesar, “veterana en lidiar con este fenómeno” de “acoso” en redes.

“Cuando me abrí la cuenta de fotolog y empecé a subir fotos, collages, etc. Me llegaron a dejar mensajes anónimos del estilo 'hoy te vi en la línea 17 del bus, ibas muy guapa con tus coletitas'. Yo tenía 13 años”. Continúa: “cuando cambiamos a la era MySpace me llegaron a hackear mi perfil para cambiarme el nombre a 'esta puta es de Raúl'. Últimamente lo que más recibo son fotos de penes y mensajes acosadores vía Instagram, se ve que es la nueva moda”.

“Lo peor es la sensación de vergüenza al contarlo, del tipo 'van a pensar que soy una creída'. Tengo una amiga a la que también le pasa y me acuerdo de que una vez me dijeron 'pues ya se puede dar con un canto en los dientes, que está gorda'. Es decir, al final parece que a no ser que seas una supermodelo quejarte de esto se ve como un síntoma de vanidad”, se lamenta Elena.

De hecho, recientemente ha vivido otro fenómeno al haber recibido proposiciones relacionadas con el BDSM por simplemente haberle dado like a una página de fotos artísticas sobre porno de los años 30. A Elena, incluso, le ha pasado en Wallapop, una red social para comprar y vender objetos de segunda mano. En esos momentos “me sentí mal por haberme puesto la foto que tenía, con escotazo, y la borré”.

Amparo legal

La reciente reforma del Código Penal recoge un delito específico en el artículo 172 para quien acosa a alguien “de manera insistente y reiterada” y “alterando gravemente el desarrollo de su vida”. Esto incluye conductas como vigilar, perseguir y buscar su cercanía física, hacer uso indebido de sus datos personales, atentar contra su libertad o su patrimonio, o establecer contacto con la persona a través de cualquier medio de comunicación. Es decir, incluye el acoso en redes sociales.

El abogado Alfredo Herranz Asín señala en su blog que la redacción de esta nueva tipificación genera problemas, ya que no indica qué conductas son sancionables “sobre todo porque, para determinar si hay delito o no, habrá de atender necesariamente a que se altere gravemente el desarrollo de la vida cotidiana de la víctima, y habrá que ver qué conductas encajan ahí o cómo se prueba esa alteración”.

Además, muchas de estas persecuciones no llegan a la categoría de acoso pero sí que terminan en situaciones incómodas en las que la persona se ve obligada a borrarse o limitar sus contenidos en la red social. Lo que significa que coartan su libertad.

Algunas chicas optan por publicar estos mensajes que reciben, para de esa manera denunciar en otras redes a los usuarios que los envían. No parece la vía más adecuada, ya que según el caso se puede caer en un tratamiento sin consentimiento de los datos de alguien y cometerse una infracción de la Ley Orgánica de Protección de Datos. Fuentes de la Agencia Española de Protección de Datos nos dicen que haciendo eso y dependiendo de la situación “se puede implicar a sí misma”, y que hay otros cauces para denunciar esa conducta, “lo puede poner en conocimiento de los poderes públicos”.

La Ley Orgánica de Protección de Datos está vigente desde 1999. Es inminente un nuevo marco normativo de protección de datos a nivel europeo, que se aplicará inmediatamente a todos los países de la Unión Euopea. El anterior data de 1995. Y es que, según informan las mismas fuentes, “no sería operativo un texto legal que hable de tecnologías concretas, ambas normas tratan de dar respuesta a tratamientos ilegítimos de protección de datos, sean desde el servicio que sean”. Aunque sí que parece haberse considerado que “aunque responda a todas las necesidades, hay actualmente un nuevo contexto de nuevas tecnologías que se actualiza”.

Otros casos

En Tinder, cualquier usuario (sea hombre o mujer) puede decidir quién le puede hablar y quién no haciéndole un 'match' (diciendo que le gusta su perfil). Pero el hecho de aparecer en esa red social ya nos hace, en muchos casos, estar expuestos en otros lugares, tanto virtuales como físicos. Otro testimonio en este sentido es el de Carme. Ella cuenta que, a veces, algunos chicos “me han mandado privados por Instagram porque no les hacía 'match' en Tinder”.

Otros casos más extraños: “Hubo un chico con el que hablé un rato por Tinder también, típicas preguntas de qué tal y qué haces con tu vida. Me olvidé de él y unos días después me siguió en IG y me mandó un privado por Facebook para quedar. Le dije que no, me rallé, lo bloqueé y me siguió en Twitter, que no lo uso nunca”.

Laia, también usuaria, cuenta otra historia que trascendió las apps de ligoteo. “Un chico se obsesionó por Badoo, pero decidí no contestarle. No ponía mi nombre en mi perfil, y a los días me volvió a abrir conversación amenazándome con que sabía mi nombre. Es más, me llegó una solicitud de amistad vía Facebook e Instagram”.

Y es que Instagram, la red social de los filtros de fotos, te permite enviar mensajes privados sin que la otra persona te haya aceptado. Carme reflexiona sobre ello: “muchas veces no sé cómo actuar. Pienso en si debería ponerme el perfil privado y no dejar que nadie me mande mensajes”.

De sobra es conocido el caso Ashley Madison, que puso tanto a hombres como a mujeres en situaciones de peligro para su integridad física al sacar a la luz su uso de la red social de la infidelidad en países donde la homosexualidad o el adulterio están prohibidos. No fue una situación de acoso, pero sí otra muestra de hasta qué punto nos convertimos en vulnerables y ponemos en peligro nuestra intimidad en el momento en el que decidimos unirnos a una red social.