'El increíble hombre bala': la pesadilla tecnológica de Guillermo Zapata, en primera persona
Investidura, llamadas de mamá, llamadas de papá, el edificio de Cibeles. La enormidad del edificio de Cibeles. Gente en la calle, abrazos entre personas desconocidas. Chapas y pegatinas de Manuela. Risas. Llamada de Barcelona, ¿qué diréis en la jura de la Constitución?, ¿Omnia Sunt Comunnia? Omnia Sunt Comunia. “Todo es de todos, todo le pertenece al común”. Anabaptistas, municipalistas: entusiasmo. El hemiciclo. Mi nombre, mi asiento. Parecemos calcomanías. Personas normales en edificios gigantes de techos altísimos. Discursos, juramentos, votaciones. El pleno. Aplausos, lágrimas, puños en alto. Mi puño en alto. Yo nunca tengo el puño en alto. Sonrisas. Manuela sonriendo. Ganas de ver a quienes no están. La gente de la campaña. La gente de comunicación. Recuerdos. Noches de reuniones y cervezas, de jugar a los dardos y arrancarnos besos. Se hacen y se rompen parejas en la intensidad del momento, mientras creamos eso que luego se llama Ahora Madrid. La alegría de un proyecto que nace sin más ambición que existir, llegar lo más lejos posible.
Sala de juntas del gobierno. Primeros documentos. Primeros acuerdos. Decreto de delegación de competencias. Delegado de Cultura y Deportes del Ayuntamiento de Madrid. Hago una foto en un pasillo a la gente que espera fuera. Se les ve a lo lejos, como manchitas, como puntos felices. Terminamos de firmar. Han entrado los medios de comunicación. Nos han grabado. Hola, estamos aquí, somos el gobierno de la ciudad. Hola, no nos conocías, somos Ahora Madrid. Milagros laicos. Paseo por el edificio buscando a la gente de comunicación. Se están acabando notas de prensa, se están poniendo tuits, se están moviendo campañas. Madrid, Barcelona, Zaragoza, Coruña, Cádiz. Salto adelante en el tiempo: sala de cine de Matadero, a oscuras. Presento el documental Metamórfosis. Laieta en pantalla, “la Gala” en pantalla, Bcn en común en pantalla. Abrazos en una sala de prensa en Barcelona la noche electoral. “Tía, en Madrid, en Cádiz, en Zaragoza…” “Lo de la revolución democrática iba en serio”.
Encuentro a la gente de comunicación. Más abrazos. Es tarde. Vamos a comer. Salimos del edificio. Miro el móvil. Hace horas que no miro el móvil. Menciones. Mirad a este. Menciones de tuits antiguos, chistes entrecomillados: “Mirad, mirad aquí, mirad a este. Antisemita. Cruel, Violento. Proetarra”. Dolor de tripa. Obsesión. Corte de toda la relación con la realidad. Imposibilidad de comer. Mi novia pregunta. No sé cómo explicar lo que está pasando. Reconstrucción mental de los acontecimientos. 2011. Nacho Vigalondo tiene problemas por un tuit. Es un chiste. “Mira, mirad aquí: Cruel. Violento. Negacionista, famoso sin escrúpulos”. Escribimos en solidaridad. Nadie nos lee. No impacta. Gestos de solidaridad efímeros que se quedan ahí: memoria. 60.000 tuits después. Sensación de repetición. De escalada de los acontecimientos. Dolor de tripa. Sensación de sueño.
Me duermo, o me intento dormir. El recuerdo se empieza a fragmentar. Llamadas de mamá, llamadas de papá. Luego nos vemos, en la fiesta de Ahora Madrid. No creo que vaya. No lo entienden. Informo. No se entiende. “No es bueno que nos vean a Manuela y a mi juntos” digo. No pasa nada, ven, diviértete. Esto es serio. Solo son chistes. Por eso es serio. Crece. Crece más rápido. Crece a toda velocidad. Ya es tarde. Era tarde al segundo siguiente de que empezara. La velocidad de la red y mi cuerpo cansado. El estrés me da sueño. Me tumbo en la cama. Escribo tuits de disculpas. No sirven. Nada sirve. Nadie sabe quién es el que se disculpa. No hay vínculo. Quien me conoce dice “es él”, pero estamos en otro lugar. El doble malvado ha tomado el control. Mira, mira aquí, “violentoproetarraantisemita”.
Reunión de urgencia. Sábado por la noche. Medios de comunicación, portadas, políticos que piden mi dimisión. Teles que piden mi dimisión. Salón pequeño. Somos dos. Jana contemporiza, explica, matiza. Quiere parecer calmada. Hay que dimitir, Jana. Hay que dimitir, Jana. Paciencia. Sábado por la noche. Dos llamadas antes de dormir. A Manuela, para explicarle. Habrá un mail también. Lo releo ahora. Más informativo que emocional. Mi cuerpo está ya en otro sitio, mi cerebro todavía no. Segunda llamada: Nacho (Vigalondo). Me llama. Conversamos. Primer momento de calma. Nacho me llama sin que nos hayamos cruzado palabra. La conexión es inmediata. Los tuis de Nacho, mis tuits. Cinco años de distancia. Un recuerdo. Otra cocina, yo en pijama: Nacho me manda el teaser de Extraterrestre. Nacho tiene un juguete nuevo y está nervioso.
Me voy a dormir.
Realidad paralela: mis amigos no se van a dormir. Mis amigas no se van a dormir. La familia no se va a dormir. Están delante de ordenadores, se están juntando para defenderme, están sacando sus armas, están afilando sus espadas, están poniendo en juego todo lo que han aprendido estos años. Una red de afectos que se manda mensajes y pierde el sueño. Bebidas con cafeína e insomnio sin estimulantes. Personas durmiendo en el suelo de un salón. Salones, cocinas y dormitorios: los gabinetes de comunicación de Ahora Madrid, nuestras sedes. Al día siguiente sacarán una campaña que dice #EsteesZapata. Lo han entendido. Entienden que se trata de matar al doble, al violento antisemita proetarra que puso unos tuits hace años. Contrapeso inteligente pero no suficiente.
Al día siguiente hay portadas que no leo, noticias que no escucho, peticiones de dimisión que se recogen, que sé que existen, pero que no me llegan. Estoy aislado. Campaña de protección. Abrazos, pareja, protección, guarida. Como con mi madre y unos amigos. La sensación de irrealidad crece. Confort familiar, roto generacional. Incomprensión y distancia. La velocidad de la red no ha pasado por ellos. Expresan preocupación, pero de una forma relajada. Salto adelante en el tiempo: mi madre en su coche, agosto. Dos meses después de ese domingo, de esa comida. Me lleva a coger otro coche para irme de vacaciones, nos despedimos. De pronto, empieza a llorar. No puede parar mientras me dice que lo siente y murmura unos “ay” (como dolores, como punzadas en el pecho). Entonces llora y luego sonríe. Me dice que se alegra mucho de que me vaya de vacaciones.
Rompen la “normalidad” de la comida dos llamadas. Una de Manuela. Hablamos de su visita a la televisión esa noche, la van a entrevistar. Hacemos una lista de personas a las que pedir disculpas. Irene Villa, comunidad judía, familiares de Marta del Castillo. Hay más tuits. Ya los había, tuits de Rita o de Pablo Soto o de Jorge. No son como lo míos. Humor vertical, humor horizontal. Humor que apunta al poder, humor que apunta al dolor. Dos universos. Algo, una idea, una hipótesis, un boceto de algo se empieza a formar en mi mente. Por supuesto, no es lo mismo. De eso escribo. La segunda llamada es de un medio internacional. La conversación es similar a otras. No, no soy antisemita, no, no soy cruel, no, no apoyo la violencia. Sí, creo en el humor para curar heridas. No, no quería hacer daño a nadie. La llamada es importante porque mi madre me pregunta quién es y yo le digo el medio y el país y ella abre los ojos tanto, tanto, tanto que quizás no debería habérselo dicho.
Esa tarde tengo entrevistas. Las hago en la calle, en la Plaza del Dos de Mayo. Salen mal. El doble sigue teniendo el poder del discurso. Defensivo, breve, ojos de loco, pelo de loco. Mientras espero a los periodistas se me acerca un señor que va leyendo El País. “¿Este es usted?” Me señala en una foto. “Si, ¿quiere que le explique…” “En todos los gobiernos hay un tonto y el de este Gobierno, señor, es usted”. Se marcha. Se me hunden los hombros.
Es de noche. Me queda una entrevista, por teléfono, para eldiario. He sido colaborador durante algún tiempo. Conozco a la gente del periódico. Los conocí, a algunos de ellos, en la Puerta del Sol, “levantando las manitas”. Quieren una entrevista y la hago. Hay que hablar, me digo, para matar al doble malvado. Me avisan al otro lado de que las preguntas serán duras. Hay que hacer esa separación antes de empezar, como un entrenamiento, producir una distancia. Acepto. La tercera pregunta me habla del padre de Marta del Castillo. No he hablado aún con él. “Manuela ha dicho en la televisión que sí, que ibas a hablar con él”. Aún no lo he hecho. Algo dentro me da un golpe. Les pido parar un momento. Es domingo por la noche. He intentado conseguir el teléfono pero no lo he conseguido. Algo me golpea, pum, por dentro. Empiezo a llorar. No sé cuánto dura. Vuelvo a llamar a eldiario. Termino la entrevista. Les digo la verdad, no me importa mi cargo.
Consigo el teléfono del padre de Marta del Castillo. Quedamos en hablar a primera hora de la mañana.
Me duermo. Me despierto. Entre medias no hay nada. Espacio en blanco. Las dos noches ha sido así. Cierro los ojos y aparezco al otro lado, nada entre medias. No sueño. Estoy despejado. Hago la llamada. La llamada es privada. Pido disculpas. Explico. Entiendo cosas, escucho, me encuentro con dolores profundísimos, reales. Todo yo parezco superficial, mis racionalizaciones no están a la altura. Simplemente no sirven. “Lo siento”. Es cierto, además: lo siento mucho.
He quedado con Manuela en su despacho para hablar, para decidir. Hago otra entrevista antes de salir. Es para una radio. Más tiempo para hablar. Se me escucha, no se me ve. El loco de las ojeras no está. Hay espacio porque hay tiempo. Se ensancha la noción de uno mismo. Existo un poco más.
Taxi. Junta de Distrito de Fuencarral-El Pardo. Reuniones, presentaciones. Hola. Soy yo. Tengo que explicarme. Yo no soy así. Voy equipo a equipo de la junta. Cada uno, cada una. Hola. Soy yo. Tengo que explicarme. Yo no soy así. En las mesas hay periódicos con mi rostro. Hola. No soy ese. Bueno sí, pero no. Hola. Lo siento, por cierto. Siento todo esto. Me gusta ser concejal de distrito. No quería ser sólo concejal de área. Espero que podamos trabajar juntos. Quizás os he ofendido. Hola. Lo siento. Yo no soy así. Taxi. Cibeles.
Conversamos la dimisión. La conversación es directa, franca, sin mucho debate. Manuela ha llegado a la conclusión por lugares distintos a los míos, pero estamos de acuerdo. Hay que dimitir, hay que escribir cartas, pedir disculpas, dar explicaciones. Convocaremos una rueda de prensa. No tengo miedo. Noto el espacio por primera vez como algo real. Dominio del tiempo. Convocamos nosotros una rueda de prensa. Hablamos nosotros a esta hora concreta y hablaremos todo el rato que sea necesario. Vamos a pegarle una paliza a ese doble malvado. No levantará cabeza. Javier Barbero, concejal (y amigo) estará a mi lado.
Me siento y escribo mi intervención. Estoy sentado en la mesa de Manuela. En la que era mesa de Alberto Ruiz Gallardón, sentado, escribiendo. A mi alrededor la gente de comunicación que son los primeros en saber, aceptan la decisión. Nunca he sabido si les pareció bien o mal, más allá de que les diera pena. Somos amigos, no juzgamos, acompañamos. Es lunes, es junio. Hace calor.
La sala de prensa está llena, pero no me impresiona. Las cámaras hacen clic clic clic. Hablo, hablo, hablo, hablo, respondo preguntas. Y luego me voy. Y ya está. Ya no soy concejal de Cultura y Deportes del Ayuntamiento de Madrid.
Han pasado unas 48 horas.
El increíble hombre bala.