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Intel afronta una de sus mayores crisis y estudia un troceo en varias empresas

En 1965 Gordon Moore, cofundador de Intel, hizo un pronóstico que iba a definir el mundo: a partir de entonces, el número de transistores de los chips se duplicaría cada dos años. La predicción se cumplió con precisión matemática durante décadas, doblando la potencia y reduciendo el tamaño de los microprocesadores por el camino. Con el tiempo se convirtió en la ley de Moore.

Sin embargo, en los últimos años el paradigma está chocando con límites físicos y teóricos, con transistores del tamaño de unos pocos átomos y cada vez más difíciles de miniaturizar. La hasta ahora infalible ley de Moore se está ralentizando ante la dificultad para seguir ese ritmo trepidante. Algo similar le está ocurriendo a su empresa, que atraviesa uno de los momentos más difíciles de su historia. A Intel le está costando seguir el ritmo.

La multinacional estadounidense se ha perdido la revolución de la inteligencia artificial y eso le está saliendo muy caro. En sus últimas cuentas trimestrales ha presentado unas pérdidas de 1.600 millones de dólares, prevé que sus ingresos sigan cayendo en el siguiente trimestre y ha suspendido el dividendo. Sus acciones se han derrumbado casi un 60% en los últimos seis meses. El desplome es similar al que sufrió durante la burbuja de las puntocom.

Ni siquiera el recorte del 15% de la plantilla presentado este verano por su CEO, Pat Gelsinger, y que supondrá el despido de más de 10.000 empleados en todo el mundo, ha logrado frenar la caída. El valor de Intel, que hasta hace relativamente poco era la empresa más grande y rica de la industria de los semiconductores, está apunto de caer por debajo de los 80.000 millones de dólares. El contraste con su flamante nuevo y máximo rival, Nvidia, es apabullante. Esta última ganó más 16.599 millones de dólares en su último trimestre y supera los 2,6 billones de valoración, a pesar de que no es ajena a las crecientes dudas de los inversores sobre la IA.

Por ello Gelsinger se estaría planteando una reestructuración aún más profunda de la compañía. Según la agencia Bloomberg, Intel está analizando junto a Morgan Stanley y Goldman Sachs varios escenarios, incluido el más drástico: una división de sus negocios de diseño de chip del de fabricación de estos componentes.

Según Reuters, el plan podría incluir la venta de su división Altera (que diseña chips programables y que Intel adquirió en 2015 por unos 15.000 millones de dólares) pero de momento no contempla desacoplar por completo sus dos negocios principales.

Se espera que Gelsinger presente al consejo directivo su plan en los próximos días, con el que espera recortar otros 30.000 millones de euros de gastos. Intel no ha respondido a las preguntas de elDiario.es sobre su posible troceo en varias empresas. Tampoco precisa cuántos empleados españoles podrían quedar afectados por el proceso de despido.

Grandes inversiones en fábricas de chips en EEUU y la UE

Desgajar su negocio es un proceso por el que han tenido que pasar varios gigantes de la tecnología y la electrónica al no ser capaces de adaptarse a las nuevas condiciones del mercado, como IBM, Toshiba o General Electric. Sin embargo, en el caso de Intel esto podría afectar directamente a las enormes inversiones que la multinacional había acometido para construir fábricas de chips en EEUU y la UE, por las que iba a recibir cuantiosas subvenciones.

En Europa, la multinacional estadounidense se había comprometido con el Gobierno alemán a poner en marcha una mega planta de producción por unos 47.000 millones de euros, de los que los alemanes iban a poner unos 11.000 millones de dinero público. Parte de ese dinero iba a llegar directamente desde Bruselas, como parte de la política comunitaria para volver a contar con una parte de la producción global de chips e impedir nuevas roturas de la cadena de suministro como las que sucedieron durante la pandemia.

En EEUU Intel iba a poner encima de la mesa unos 100.000 millones de dólares para construir nuevas fábricas en Arizona y Ohio, así como modernizar otras ya existentes en Nuevo México y Oregón. Joe Biden iba a recompensar esa apuesta con unos 20.000 millones de dólares, de los que unos 8.500 millones serían ayudas directas y otros 11.000 millones, préstamos.

La crisis de Intel eleva ahora las dudas sobre estos proyectos. La información de Reuters avanza que la multinacional se plantea que el recorte de gastos que debe acometer incluya la fábrica alemana, cuyo pacto se consideró un éxito tanto en Berlín como en Bruselas.

“Es posible que el CEO de Intel diga que la compañía ya no tiene liquidez para ese tipo de proyectos. Pero en mi opinión, creo que optarán por no separarse e intentar ejecutarlos, aunque más lentamente”, dice Esteve Almirall, profesor de Operaciones, Innovación y Data Sciences de Esade. “La situación es complicada porque han invertido un dinero que no tienen y los precios de los microprocesadores ya no son los que eran hace dos o tres años, porque la oferta ha subido mucho”, continúa.

El experto señala además que el foco mediático y político ha girado. “Ahora ya no está tanto en la fabricación de microprocesadores, sino en ayudar a las pymes a entrenar sus propios modelos de inteligencia artificial, un negocio que está muy capturado por Nvidia y en el que les va a resultar muy complicado entrar”, dice.

La separación del diseño del de fabricación de chips en Intel ya se ha dado a nivel técnico. La empresa da resultados financieros por separado de ambas divisiones desde el primer trimestre de este año y ha levantado un muro entre los trabajadores. El propósito, explicó, es garantizar los secretos tecnológicos de los clientes de ambas partes, ya que Intel diseña sus propios chips pero también produce los diseñados por otras empresas.

“La historia de Intel es curiosa porque en los últimos años está plagada de despropósitos, a pesar de que tienen gente muy preparada e inteligente. Se han quedado encajonados en un modelo en el que cada vez capturan menos valor”, señala Almirall: “Primero perdieron los móviles, después los módems, después los centros de datos y lo último que les ha ocurrido es que se han pasado la disrupción de la IA, que se ha llevado Nvidia”.

Nvidia, sin embargo, no fabrica sus propios chips. Una de las “bazas de Intel” en esta encrucijada, expone el profesor, es convertirse “en el TSMC de EEUU”. La empresa de Taiwán también ha firmado acuerdos para construir fábricas fuera de su país de origen, pero es reacia a sacar su tecnología punta fuera de él. Una situación que podría impulsar al próximo Gobierno de EEUU a sostener a Intel en medio del conflicto geopolítico con China y la creciente voluntad de Pekín por recuperar el control de la isla, que considera parte de su territorio.