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La inteligencia artificial se asoma a su propia catarsis puntocom: “Muchos valores están inflados”

La opinión más extendida entre los tecnólogos es que la inteligencia artificial generativa es la mayor revolución tecnológica desde la llegada de Internet. Su potencial para impactar el mercado laboral, la creación y consumo de contenidos, la comunicación y casi cualquier aspecto de la vida digital han desatado una vorágine inversora en las empresas que la desarrollan. En las últimas semanas diversos analistas vienen avisando de que eso también pasó en los albores de Internet. Y que no terminó bien.

El estallido de la burbuja de las puntocom no se llevó por delante la Red. Pero sí muchas empresas emergentes que intentaban hacerse un hueco en el negocio digital pero sin un modelo de rentabilidad definido. “No me gusta utilizar el término burbuja todavía, pero es cierto que no todas las valoraciones de empresas que estamos viendo están justificadas a nivel de rendimientos futuros”, avisa Borja Ribera, profesor de EAE Business School y director de la firma financiera GVC Gaesco: “Muchos valores están inflados”.

La inteligencia artificial es una tecnología extraordinariamente cara de desarrollar. Requiere centros de datos de última generación equipados con equipos que solo un puñado de empresas en el mundo puede fabricar. Lleva aparejado un intenso consumo energético en la fase de entrenamiento pero también en la de operaciones, ya que cada respuesta de la IA requiere mucha más computación que actividades digitales tradicionales como enviar emails, publicar contenidos o hacer búsquedas de información.

Las escalas de la inversión son colosales. El jefe de la división de IA de Google ha anunciado que la compañía dedicará 100.000 millones de dólares en los próximos años a este tipo de proyectos. Según el medio especializado en Silicon Valley The Information, Microsoft está construyendo un centro de datos para su socia OpenAI valorado en otros 100.000 millones de dólares (100 veces más que las actuales infraestructuras de este tipo más modernas).

“Los modelos que se están entrenado ahora y que saldrán a finales de este año o principios del próximo tienen un coste cercano a los 1.000 millones de dólares cada uno. Eso ya está ocurriendo”, ha revelado Dario Amodendi, director ejecutivo de Anthropic, fundada en 2021 por extrabajadores de OpenAI disconformes con su asociación con Microsoft y que se ha convertido en la principal competidora de este binomio. “Creo que en 2025 y 2026 nos acercaremos más a los 5.000 o 10.000 millones de dólares por modelo”, adelantó en conversación con el New York Times.

Tanto Google como Microsoft son multinacionales con el músculo suficiente para sufragar esta apuesta. En sus balances del último trimestre ambas han comunicado notables aumentos de sus ingresos respecto al año pasado apoyadas en sus nuevas herramientas de IA. Especialmente la compañía fundada por Bill Gates, que tuvo el segundo resultado trimestral más alto de su historia con un aumento de los beneficios del 20% respecto al mismo período del año anterior.

Pero más allá de las dos empresas que encabezan la carrera de la IA hay una larga cola que tanto de startups como de empresas digitales consolidadas que no quieren quedarse fuera de esa revolución. No tienen los recursos de Google o Facebook pero necesitan los mismos cheques de nueve ceros, haciendo que bancos de inversión como Goldman Sachs se froten las manos con “el enorme apetito” que genera esta tecnología.

“Habrá una demanda significativa de infraestructura relacionada con la IA y, como resultado, financiación, lo que será un viento de cola importante para nuestro negocio”, declaró el director ejecutivo de la entidad, David Solomon, en la reunión con analistas en las que presentó los resultados del primer trimestre.

El miedo a quedarse fuera de la revolución

Como ocurrió en el caso de las puntocom, la vorágine inversora ha desatado el FOMO en muchos inversores, el miedo a quedarse fuera. “El mercado tiene una parte de psicotrading muy importante. Y si tú al final hoy te te planteas qué va a funcionar en un futuro, qué segmentos de mercado o hacia dónde querrías tener tus inversiones, está claro que un gran atractivo es la IA. Eso está provocando un efecto llamada para todos los inversores, ya sean profesionales o no”, indica Borja Ribera.

El experto apunta a una de las medidas básicas para medir el rendimiento de las inversiones, el PER, que establece la relación entre el precio de las acciones o participaciones en una empresa y sus beneficios netos. Básicamente, indica cuánto los inversores están dispuestos a pagar por cada unidad de ganancias de una empresa. En el caso de las compañías de IA se están dando PER “elevadísimos”, afirma Ribera, lo que indica que los inversores esperan “unos beneficios brutales en un futuro”. Incluso en casos en los que “no está claro cómo se monetiza todo eso” ni “dónde va a ir el negocio”.

Un año y medio después de la aparición de ChatGPT y la explosión de la inteligencia artificial generativa, algunas de las startups de IA surgidas en este período están empezando a hacer despidos y reorientaciones de su negocio tras encontrar problemas para colocar sus productos. En el horizonte aparecen a su vez posibles barreras tecnológicas como la falta de datos con los que entrenar nuevos modelos de IA de manera exponencial. También propuestas regulatorias como la posibilidad de hacer que los robots que automaticen procesos que hasta ahora realizaban personas coticen como lo hacían estas, como piden los sindicatos.

Son riesgos a los que tampoco escapan empresas más grandes. Mark Zuckerberg acaba de comprobarlo. El fundador de Facebook declaró 2023 como el año de la contención del gasto y logró con ello dar la vuelta al momento más crítico de la historia de su corporación, que llegó a perder el 75% de su valor en bolsa tras anunciar el metaverso. Con la situación recuperada y Meta otra vez en máximos históricos, Zuckerberg anunció que volvía a retomar los planes de inversión en esta tecnología (basada sobre todo en IA generativa y realidad virtual) en la presentación de resultados del primer trimestre. Wall Street castigó el anuncio devaluando la compañía 130.000 millones de dólares en una sola sesión.

“Vamos a ver correcciones importantes en valores que han sido sobrepagados”, apunta Ribera, que cita Tesla como otro de los ejemplos más inmediatos. La empresa de Elon Musk está atravesando por dificultades por su apuesta por la conducción autónoma, una tecnología que parece haberse estancado antes de llegar a la autonomía total. Los inversores presionan para que Tesla dedique menos recursos a ese proyecto y más a sacar más modelos de vehículos eléctricos. “Si valoráis a Tesla solo como un fabricante automovilístico os estáis moviendo en el marco inadecuado”, les espetó el magnate en la última presentación de resultados.

“La IA como tal sí que va a tener una trascendencia total y un impacto directo en el mercado de trabajo. El tema está en si lo estás comprando excesivamente caro y cómo se va a poder aplicar cada modelo”, concluye el profesor.

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