Sam Altman es la nueva atracción del instituto. Es nuevo en el barrio y tiene un flamante coche nuevo, lo que hace que todo el mundo quiera una foto con él. La gente más popular lo invita a sus fiestas porque dice cosas como que su coche es una bomba nuclear y podría acabar con la humanidad. Jensen Huang, en cambio, es el chico con un plan. No sale en todos los perfiles de Instagram pero conoce a la gente adecuada, sabe en qué destaca y se ha propuesto explotarlo.
Altman es cofundador y CEO de OpenAI, la desarrolladora de ChatGPT. Huang es cofundador y CEO de Nvidia, la primera gran multinacional de la inteligencia artificial. Una compañía que ya vale un millón de millones de dólares, la capitalización bursátil con la que cerró los parqués este martes. Esto significa que si alguien quisiera comprar todas sus acciones, tendría que pagar ese billón de dólares en total. Nvidia se suma así al “club del billón”, cuyos miembros podían contarse hasta ahora con los dedos de una mano: Google, Microsoft, Apple, Amazon y la petrolera saudí Aramco.
Huang cofundó Nvidia en 1993 y la ha dirigido desde entonces. A sus 60 años, ha conseguido convertirla en una pieza troncal de la industria de la inteligencia artificial. No lo ha hecho creando una IA de éxito como Altman, sino creando productos casi indispensables para cualquier empresa que las desarrolle. Si quieres probar suerte con una IA de aprendizaje automático que crees que va a cambiar la historia de la humanidad, vas a tener que negociar con Nvidia.
En otras palabras, Nvidia tiene los procesadores más rápidos y los programas informáticos más eficientes para entrenar estos sistemas y ponerlos a funcionar. Google usa sus productos. Su máxima competidora en la carrera de la IA, Microsoft, también. Si Elon Musk consigue alguna vez presentar un Tesla autónomo, será gracias a los chips y el software de Nvidia. Y teniendo en cuenta que ChatGPT vive en la nube de Microsoft, Altman habría tenido mucho más difícil hacer su gira con presidentes de 17 países (Pedro Sánchez incluido) mientras lanzaba avisos apocalípticos sin la tecnología de Huang.
Un camino de 30 años
La explosión de la inteligencia artificial en el último año tiene varios nombres propios. Si se pregunta por ellos, varios mencionarán a Sam Altman, pero muchos menos a Huang. Sin embargo, dejando atrás la metáfora del instituto estadounidense, Altman no es un Bill Gates, un Steve Jobs ni un Mark Zuckerberg (Facebook también llegó a valer un billón de dólares en 2021, antes de anunciar lo del metaverso). En este punto de su vida, Altman es un inversor tecnológico especializado en acelerar startups.
A sus 60 años, a Huang también le queda un poco lejos lo de ser el nuevo Bill Gates de la inteligencia artificial. Pero lo cierto es que sus trayectorias iniciales no son tan dispares, si se obvia una diferencia fundamental: la tecnología que ha hecho explotar su empresa se ha extendido por el mundo tres décadas después de que él fundara Nvidia, mucho más de lo que esperó Windows con los PC.
Huang nació en Taiwán, pero a los cuatro años se mudó a Kentucky junto al resto de su familia. Jensen es de hecho una americanización de su nombre, que es Jen-Hsun Huang. Cumplía con el estereotipo que entonces perseguía a los estudiantes asiático-estadounidenses. “Era muy buen estudiante y siempre estaba concentrado y motivado. Pero era muy introvertido. Era increíblemente tímido”, reconoce: “Me horrorizaba la idea de tener que hablar con la gente”.
Dice que lo que le sacó de “su concha” no fueron los cursos de ejecutivo en Stanford, la prestigiosa universidad de Silicon Valley a la que acudiría después. Fue servir mesas en una cafetería: “Quieres que los clientes siempre tengan razón, pero los clientes no siempre pueden tener razón. Tienes que encontrar compromisos para circunstancias que se dan todo el tiempo y tienes situaciones difíciles. Tienes errores que cometes tú; tienes los errores que comete la cocina”.
Eso fue antes de trabajar para el fabricante de chips AMD, donde llegó a dirigir uno de sus laboratorios. En 1993, con 30 años y junto a otros dos compañeros, crearía Nvidia, que ha transitado un sinuoso camino hasta unirse al club de empresas del billón de dólares.
Tomándose muy en serio los videojuegos
No es que Huang y su compañía pasaran penalidades durante décadas antes de demostrar que tenían razón apostando por la inteligencia artificial. Huang es multimillonario desde hace décadas y su fortuna ya está en los 36.000 millones de dólares, según Forbes. Pero lo logró haciendo de Nvidia una empresa muy conocida del sector... de los videojuegos. Esa industria que hace años factura más que el cine y la música juntas con un permanente desarrollo de nuevas tecnologías, pero que durante años muy pocos se tomaron en serio y aún hoy sigue siendo considerada “de nicho” por los que no están en ella.
En sus primeros años, Nvidia se centró en el desarrollo la tecnología de visualización de videojuegos. Con el tiempo, pasó a desarrollar tanto el software como el hardware necesario para reproducir los gráficos más avanzados para jugar con ordenadores, las llamadas GPU (del inglés Graphics Processing Unit, o Unidad de Procesamiento Gráfico). Estos chips han terminado siendo claves para el entrenamiento de nuevas inteligencias artificiales, hasta el punto de que “ahora mismo es más difícil comprar GPU que drogas”, según ha confesado Elon Musk.
El motivo es que las GPU están diseñadas para trabajar con grandes volúmenes de datos y realizar múltiples cálculos simultáneos. Esto les permite ofrecer un rendimiento mucho más rápido y eficiente en aplicaciones gráficas, pero también en otras tareas que requieran ese tipo de procesamiento masivo de información. Como la inteligencia artificial y su tecnología de aprendizaje automático.
El siguiente salto
Huang no es uno de esos gurús que deja frases trascendentales cada vez que presenta uno de sus productos vistiendo la clásica chaqueta de cuero negra que ha convertido en su prenda firma. Pero sí lleva hablando de que la llegada de la inteligencia artificial y cómo esta sería “clave para todas las industrias de todos los países” desde hace años. Quizá por eso Nvidia fue una de las primeras que empezó a sus GPU para entrenarlas, lo que le brindó una ventaja significativa cuando aún era un campo emergente.
La apuesta actual de Nvidia es democratizar la IA. Eliminar la barrera de conocimientos técnicos que impide a una persona sin formación informática entrenar sus propios sistemas. Su última presentación de productos, celebrada hace un par de semanas en Taipei (Taiwán), apuntó en ese sentido. “Hemos cerrado la brecha digital. Todo el mundo es programador. Ahora, solo tienes que decirle al ordenador lo que quieres”, aseguró.
La realidad es que los últimos supercomputadores que presentó Huang están destinados a profesionales y valen lo suficiente como para que solo las empresas que ya cuentan con los mejores ingenieros informáticos del mundo puedan comprarlos. Pero su objetivo está claro. “A este ordenador no le importa cómo lo programes, intentará entender lo que quieres decir, porque tiene esta increíble gran capacidad de modelo lingüístico. Así que la barrera de programación es increíblemente baja”, insistía Huang.
Pueda programarlos cualquiera o no, lo cierto es que los Google, Microsoft, Amazon, Meta o Tesla ya hacen cola para comprarlos. Un interés que se está dejando notar en su balance de resultados (aumento de los beneficios del 26% en el último trimestre) y en sus acciones, pese a que los focos sigan siendo para Altman y OpenAI.