Desde hace unos 37.000 años todos los europeos proceden de una única población fundadora que persistió a través de la Edad de Hielo, según un estudio que además constata que la historia europea ha conocido movimientos de población continuos -algunos dramáticos- desde que llegaron los humanos modernos.
Estas son algunas de las conclusiones de una investigación que publica la revista Nature, en la que se establece un hilo narrativo de las migraciones y cambios de la población europea gracias al análisis de ADN antiguo de 51 muestras de humanos modernos que habitaron el continente europeo entre hace 45.000 y 7.000 años.
Entre ellos, restos de la cueva de El Mirón (Cantabria) y del yacimiento de La Braña (León), que, junto a los otros, trazan un dibujo de los “dramáticos cambios” de la población en Europa en este período: lo que se ve es una historia de la población que no es menos complicada que la de los últimos 7.000 años, según el estudio.
“Una historia con múltiples episodios de reemplazo y migraciones, a una escala inmensa y dramática, y en un momento en el que el clima estaba cambiando dramáticamente”, explica en una nota de prensa David Reich, autor de este trabajo e investigador del Instituto Médico Howard Hughes en la Escuela Médica de Harvard (EEUU).
Además, la investigación está liderada por grupos de la Universidad de Tübingen y del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, ambos en Alemania, y en ella participa, entre otros, el Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de la Universidad de Cantabria.
Nuestra especie es africana, salió de ese continente se estima hace unos 45.000 años y luego se extendió por toda Europa.
Este trabajo, que incluye el análisis genético más completo del paleolítico superior europeo, establece una población fundadora hace unos 37.000 años en el noroeste de Europa, la cual ha sido capaz de dejar trazas hasta hoy, detalla a Efe Manuel González Morales, director del instituto cántabro y firmante también de este trabajo.
Esta población tuvo varias ramificaciones importantes en diferentes partes de Europa y una de ellas está representada por los restos de humano moderno encontrados en un yacimiento belga.
Los investigadores creen que esta ramificación, que formaba parte de la cultura Auriñaciense (sustituyó a partir de hace aproximadamente 38.000 años a la cultura Musteriense en el inicio del paleolítico superior), fue parcialmente desplazada hace unos 33.000 años, cuando otro grupo de humanos antiguos, miembros de una cultura diferente -conocida como Gravetiense-, entró en escena.
Sin embargo, los primeros no desaparecieron: se han hallado restos de descendientes de estas poblaciones en el suroeste de Europa, en lo que hoy es España, con una datación de 19.000 años.
Precisamente, el fósil humano de la cueva del Mirón, denominada la “Dama Roja”, pertenece al linaje de los primeros pobladores auriñacienses y está emparentada con un individuo de la Cueva de Goyet, en Bélgica, fechado hace unos 35.000 años.
“Esto quiere decir que la población fundacional se mantuvo en muchos lugares o que cuando vino el último máximo glacial las poblaciones del norte de Europa emigraron hacia el sur, entre otros al Cantábrico, zona de refugio ya conocida”, añade González.
Este estudio apunta que estas poblaciones volvieron a recolonizar Europa a medida que retrocedieron los hielos.
Éste es uno de los grandes cambios poblacionales que se describen en este artículo, el otro los científicos lo datan hace 14.000 años: aparecen toda una serie de individuos dispersos por toda Europa, incluyendo el yacimiento leonés, cuya afinidad genética es con las poblaciones de Oriente Medio, subraya el investigador de Cantabria.
Para González, este trabajo demuestra que la historia europea ha conocido “casi continuamente movimientos de población”, después de que aparece nuestra especie en el continente.
Otra de las cosas que pone de manifiesto este trabajo es que las poblaciones humanas prehistóricas contenían entre un 3 y 6 % de ADN neandertal, pero hoy en día la mayoría de los humanos solo tienen un 2 %, tal y como han apuntado también otras investigaciones.
“El ADN neandertal es ligeramente tóxico para los humanos modernos”, concluye Reich.