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¿Será 2019 el año de la edición genética?

El año 2018 acaba con sentimientos encontrados en el campo de la edición genética. Por un lado, seguimos siendo conscientes del gran potencial que nos ofrecen las herramientas CRISPR. Por otro, hemos sido testigos del probable primer mal uso de las mismas. Tras un experimento absolutamente irresponsable realizado sin control ni permiso alguno, fuera de la ley, en China habrían nacido los primeros bebés editados.

Esta noticia, seguramente, propiciará en 2019 muchos debates e iniciativas para adoptar normas internacionales que puedan impedir que barbaridades semejantes se repitan. Al menos, antes de que los procedimientos de edición sean lo suficientemente seguros, y tras intentar el acuerdo de todos los sectores implicados de la sociedad, no solo los científicos.

La evolución de las técnicas de edición genética CRISPR es tan trepidante que puede parecer una temeridad predecir cuál será el próximo avance. Gracias a los resultados recientes podemos imaginar que el año próximo será el de la consolidación y explosión de las primeras estrategias terapéuticas basadas en CRISPR.

Hablamos de las terapias génicas ex vivo, con células obtenidas de los pacientes, editadas en el laboratorio y retornadas a la misma persona, dirigidas al tratamiento de enfermedades de la sangre. Para las terapias in vivo, directamente sobre pacientes, todavía deberemos esperar algo más de tiempo. Aún así, es posible que veamos los primeros ensayos clínicos realizados sobre el ojo para el tratamiento de, por ejemplo, enfermedades degenerativas de la retina.

Nuevos sistemas CRISPR

El año 2018 empezó con un resultado sorprendente, obtenido en la Universidad de Stanford por el investigador Matthew Porteus. Él fue quien se percató de que la mayoría de personas tenemos anticuerpos y linfocitos anti-Cas9. Estos sirven contra las nucleasas más comunes utilizadas en el mundo CRISPR, derivadas de dos bacterias patógenas para el hombre: Streptococcus pyogenes y Staphylococcus aureus.

El hallazgo de Porteus contenía un llamamiento implícito a la comunidad investigadora para aislar y caracterizar otros sistemas CRISPR de otras bacterias que sean desconocidas para nuestro sistema inmunitario. Por ello, pienso que en 2019 empezaremos a descubrir nuevos sistemas CRISPR aislados de bacterias que no tienen relación conocida con las personas.

El año 2019 también puede ser el año de David Liu, el investigador especialista en Química y Biología Sintética del Instituto BROAD de Boston. Es el promotor de los denominados “editores de bases”, una de las variantes de las herramientas CRISPR que ha generado mayores expectativas.

Los editores de bases están formados por una nucleasa Cas9 muerta, con sus dominios de corte del ADN inactivados, pero que retiene su capacidad de unirse al gen deseado, con ayuda de la guía de ARN. La sagacidad de Liu le llevó a imaginar una máquina química capaz de convertir una C en una T, o una A en una G, en posiciones determinadas.

Para ello asoció a la Cas9 muerta dominios con actividad deaminasa capaces de propiciar la conversión de las bases nitrogenadas, sin necesidad de cortar el ADN. Esto evita la limitación más importante de las herramientas CRISPR: la diversidad de alelos genéticos que produce el temido mosaicismo, inherente a cualquier experimento de edición genética.

En 2018, unos microbiólogos descubrieron también diez nuevos sistemas que usan las bacterias y las arqueas para defenderse de la infección por virus y de la intrusión de plásmidos con funciones no deseadas. Nada sabemos de los mecanismos que operan tras cada uno de estos sistemas, pero 2019 podría ser el año en el que empezáramos a descubrir el funcionamiento de alguno de ellos, análogos a los sistemas CRISPR o incluso mejores.

Llegan las plantas editadas por CRISPR

El año 2019 será el año en el que probablemente veremos como otros países, fuera de nuestra Unión Europea, empiezan a comercializar las primeras plantas editadas con CRISPR, con características de producción, cultivo y organolépticas mejoradas.

Desgraciadamente, y a raíz de una inoportuna y errónea sentencia del Tribunal de la UE, que conocimos en julio de 2018, deberemos contentarnos con ser meros espectadores del proceso. Y también clientes de los países que habrán legislado con mayor inteligencia que nosotros, apoyando los desarrollos biotecnológicos basados en las nuevas tecnologías sin ponerles impedimentos legales que hagan huir a las empresas del sector a entornos más adecuados.

He dejado para el final la predicción que más me gustaría que se cumpliese. Me encantaría que en octubre de 2019 se premiara con un Nobel a los investigadores pioneros que hicieron posible la existencia de estas maravillosas herramientas CRISPR.

Sobre todo, que estuviera entre ellos Francisco Juan Martínez Mojica, microbiólogo de la Universidad de Alicante. Él fue quien descubrió estos sistemas en arqueas hace 25 años, quien los nombró por vez primera como CRISPR, quien intuyó que eran la base de un sistema inmunitario adaptativo de bacterias y arqueas y quien, en definitiva, dio paso a las investigaciones posteriores que llevaron a proponer su uso en edición genética.

Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Lee el original.The Conversationoriginal