Siete científicos nacidos o formados en Aragón desarrollan en el ámbito de la Universidad de Zaragoza proyectos de investigación que son considerados de excelencia por la UE, y todos sienten que han llegado a ser, dicen, profetas en su tierra, en la que no han dudado quedarse a pesar de haber recibido sustanciosas ofertas de universidades de toda Europa.
Los siete cuentan con becas de excelencia del Consejo Europeo, con financiación para sus “arriesgados” proyectos que van desde los 1,2 a 1,85 millones de euros, proyectos que todos han decidido desarrollar en la Universidad de Zaragoza, un “buen lugar” para investigar, coinciden en señalar, con trayectoria relevante e interés por sus investigadores.
Jesús Santamaría, catedrático de Ingeniería Química y subdirector del Instituto de Nanociencia de Aragón cuenta desde enero de 2011 con una Advanced Grant de 1,85 millones de euros, única de esta categoría entre los siete proyectos becados y que está restringida a investigadores senior.
El objetivo de su proyecto, llamado “Héctor”, es diseñar catalizadores, con nanomateriales, que puedan calentarse directamente por radiación. Éstos podrían permitir a la industria ahorrar energía y materias primas en numerosas reacciones químicas.
La última beca concedida es la que ha recibido Diego Gutiérrez, coordinador del grupo de investigación Graphics and Imaging Lab del Instituto de Investigación de Ingeniería de Aragón (I3A), que pretende avanzar en imagen computacional y percepción humana.
Según él mismo explica, lo que pretende investigar es si existen potenciales puentes entre la física de la luz y lo que el cerebro interpreta para generar las imágenes mentales. Su trabajo permite capturar la luz a una velocidad efectiva de un billón de fotogramas por segundo, tecnología que incluso la NASA está probando actualmente para la inspección lejana de cráteres en la luna.
Aunque se trata de ciencia básica, sin aplicación inmediata, Gutiérrez reconoce que es un proyecto “de alto riesgo” y que, a más largo plazo, puede ayudar, por ejemplo, a la fabricación de chips para combatir la deficiencia visual, e incluso la ceguera. “Allí donde la electrónica no llegue, quizá la computación pueda hacerlo”, asegura.
Otro de los proyectos es el denominado Nanopuzzle, impulsado por Jesús Martínez de la Fuente, investigador en el ICMA que recibirá 1,541 millones de euros para trabajar en nanopartículas magnéticas para combatir tumores desde su interior y reducir los efectos secundarios en los pacientes.
El proyecto incluye la investigación para obtener una nanopartícula que incorpore marcadores tumorales que dirijan el fármaco de manera preferencial a la zona tumoral y allí lo liberen.
Manuel Arruebo es profesor titular de Ingeniería Química e investigador del Instituto de Nanociencia, y recibió una beca de 1,5 millones para el proyecto “Nanohedonism” que, explica, persigue conseguir cápsulas inyectables biodegradables que, actuando como un depósito, liberen el fármaco que contienen en función de estímulos lumínicos.
Lleva dos años investigando en este campo y hace avances, aunque lentos, que le llevarán pronto a hacer experimentos en animales, aunque aún ve lejos poder empezar los ensayos clínicos en humanos, pues para dar ese salto se requerirá “ir de la mano” de empresas farmacéuticas y es algo que se puede prolongar por diez años.
También cuenta con 1,5 millones de euros la investigadora Ramón y Cajal en el Ciber BBN y en el I3A Esther Pueyo, que estudia el envejecimiento del corazón, con herramientas matemáticas o computacionales, combinadas con experimentación y trabajo clínico, con el objetivo de proponer nuevos marcadores de riesgo de sufrir arritmias en la población envejecida.
La única mujer entre estos siete investigadores asegura que eso no significa que no haya talento femenino, “que no falta”, sino que quizá falta “potenciar” un poco las posibilidades de las mujeres.
José Manuel García Aznar es catedrático de Ingeniería Mecánica y subdirector del I3A. Con una beca de 1,3 millones de euros busca acelerar el proceso de regeneración de las células.
Para ello mediante simulaciones por ordenar se consiguen modelos de las células y se reproducen sus comportamientos para después realizar los experimentos “in vitro”. En ellos se cambian las condiciones ambientales de las células para determinar su comportamiento con las nuevas condiciones y ver las diferencias en el caso de un tejido sano o en el caso de que este sufra una herida grave o una enfermedad.
Igor Irastorza, por su parte, gestiona 1,2 millones de euros para una proyecto que desarrolla en el Laboratorio Subterráneo de Canfranc y en Ginebra (Suiza) y que pretende encontrar “una aguja en un pajar”, es decir, la “famosa” materia oscura de la que está compuesto nada más y nada menos que el 95 por ciento del universo.
Reconoce que es un tema candente, “en la frontera del conocimiento actual”, que se desarrolla por “mera curiosidad científica” pero que concentra una tecnología “impresionante” y que más adelante se incorpora a la vida real para mejorarla.
Lo normal, asegura, es “no encontrar nada”, pero su intención es seguir buscando, porque no incluso no lograr el éxito es útil. De todos modos, apunta, quizá ilusionado, que quien encuentre esta materia oscura recibirá, inmediatamente, la Premio Nobel.
Aunque sin duda hay más llenando los laboratorios, talleres y aulas de la Universidad, estos son siete científicos de excelencia, formados en Zaragoza, con fondos públicos, y que tienen un mismo objetivo: colaborar, con su talento y su esfuerzo, a que se lleguen a comprender cosas que, de momento, no se entienden.