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Del sueño a la pesadilla: ¿qué ha pasado con las redes sociales?

Mark Zuckerberg, fundador y consejero delegado de Facebook, en la Cámara de Representantes de EEUU.

Mario Escribano

Internet ha evolucionado mucho para convertirse en lo que es ahora. La Red que empezó como un proyecto del Ejército de los EEUU ya es parte de nuestras vidas. Pero lo que en algún momento fue ilusión y esperanza por una sociedad más participada, ahora parece acercarse a la distopía: las posturas críticas contra las tecnologías digitales están en auge.

No solo en los libros, también en el cine o la televisión: es el caso de producciones como Westworld o Black Mirror, que presentan un futuro más o menos cercano donde la tecnología es llevada hasta consecuencias como la utilización comercial del big data, la generación de cierto autismo social o las amenazas sobre privacidad en la Red.

Para algunos, el desengaño no tardó en llegar. Uno de los primeros en preguntarse dónde llevaba ese camino fue un informático, Jaron Lanier. Fue uno de los desarrolladores de las tecnologías que dieron forma a Internet tal y como lo conocemos. Con su ya mítico alegato You are not a gadget, que en España fue editado bajo el título Contra el rebaño digital (Debate, 2011), logró encender una perspectiva crítica que ha aumentado en los últimos años.

Lanier acaba de publicar Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato (Debate). Ya en el prólogo, el informático lanza la pregunta clave: “¿Cómo podemos seguir siendo autónomos en un mundo en el que nos vigilan constantemente y donde nos espolean en un uno u otro sentido unos algoritmos manejados por algunas de las empresas más ricas de la historia, que no tienen otra manera de ganar dinero más que consiguiendo que les paguen por modificar nuestro comportamiento?”. La respuesta viene en el título del libro.

Las grandes plataformas: ¿solución o parte del problema?

En España, uno de los primeros autores en defender una perspectiva crítica al respecto fue el filósofo y ensayista César Rendueles, que en 2013 publicó Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital (Capitán Swing), en un momento en el que esa fascinación por las nuevas tecnologías alcanzaba, también, a los movimientos sociales pujantes.

“Hubo un movimiento pendular durante el auge económico, que también fue un periodo de euforia tecnológica y que parecía que era la vanguardia de esas promesas de la globalización neoliberal”, explica Rendueles a eldiario.es. El también profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid continúa diciendo que “cuando ese sueño de prosperidad se rompe, empieza a haber grietas en las promesas de democratización y surgen sospechas de ese correlato tecnológico. Ahora estamos viviendo el efecto de ese progresivo desencanto”.

Por su parte, Yolanda Quintana, cofundadora y secretaria general de la Plataforma en Defensa de la Libertad de Información (PDLI), recuerda que “la relación de la sociedad con la tecnología siempre ha sido conflictiva”, y advierte: “Hay que tener mucho cuidado porque en ocasiones estos debates que se potencian no son en absoluto inocentes y responden a un interés particular: o el control político o la recuperación del poder perdido por parte de élites o grupos que se ven desplazados”.

El escándalo Cambridge Analytica hizo que medio mundo pensara sobre el destino y la seguridad de sus datos personales. ¿Han degenerado las redes o la percepción que tenemos de ellas? “Las dos cosas, porque se retroalimentan”, razona Rendueles, recordando que “en Internet siempre ha habido mucho bulo y dinámicas grupales linchadoras, que es por lo que se caracterizan las redes sociales actuales”. Su evolución está marcada, apunta, por el diseño de algoritmos que favorecen esas dinámicas: “Pero siempre ha sido así, aunque se ha ido incentivando a lo largo de los años”.

Quintana achaca al crecimiento de las grandes plataformas que Internet sea como es hoy: “Lo que favorece que la Red sea menos distribuida, una de las claves del carácter revolucionario, socialmente hablando, que tenía”. La periodista considera que los datos personas que recopilan plataformas como Google o Facebook también pueden “llegar a ser accesibles con técnicas de big data por otras fuentes”. Recuerda a Edward Snowden, el exagente de la NSA que destapó el espionaje masivo que llevaba a cabo EEUU hacia su población, en connivencia con las grandes empresas de tecnología estadounidenses.

Lanier otorga a la tecnología un papel clave para procesos muy diversos: desde la victoria de Trump a la despolitización o la desigualdad económica. “Muchas veces se culpa a la tecnología digital de procesos sociales mucho más amplios”, apunta al respecto el informático, que propone invertir la pregunta: “¿Cómo se ha transformado el mundo para que sean estas las redes sociales que tenemos?”.

“Es esencial cambiar el modelo de negocio”

Más allá del argumentario, la propuesta de fondo de Lanier es clara: borrar las cuentas en redes sociales no solo para ser 'mejor persona' -idea que deja caer entre líneas-, sino también como forma de presión contra las grandes compañías. “Hay sistemas algorítmicos gigantes que nos espían constantemente”, comentaba la semana pasada en una videoconferencia en Madrid, con motivo de la presentación del nuevo número de la revista Telos. “Se utilizan para implantar técnicas que crean adicción y modelos de modificación de comportamiento”, explicaba.

Lanier ha trabajado buena parte de su carrera en Microsoft y es uno de los desarrolladores de la web 2.0, por lo que reitera que conoce de primera mano estos algoritmos, caracterizados por su opacidad. “Soy uno de los instigadores, soy parte del problema”, llegó a apuntar durante la charla: “Es esencial cambiar el modelo de negocio (...) La idea de los servicios gratuitos a cambio de tus datos no funciona, es una relación asimétrica, no es un canje justo”.

Pero, ¿vale de algo borrar tus perfiles en redes sociales? “Hay un punto de verdad en eso”, comenta Rendueles, que considera que Lanier plantea esta cuestión “en términos muy maximalistas”. No obstante, llama a “no pensar, como a veces se plantea, que esto es una especie de fenómeno meteorológico que nos arrastra y al que es imposible resistirse. Eso no es verdad, se puede resistir y decidir qué papel quieres que la tecnología juegue en tu vida”.

Quintana hace aquí una advertencia. Según la periodista y autora de Ciberguerra (Catarata, 2016), “la ciudadanía se encuentra ante una doble batalla” que consiste en, por un lado, “recuperar autonomía digital” a la vez que se defienden “las libertades que nos quieren recortar con la excusa de estas preocupaciones”.

La intervención pública, clave para el futuro

La cofundadora de la PDLI considera que, antes de nada, se debe llegar a un consenso “basado en conocimientos rigurosos e independientes” sobre cuáles son los efectos perniciosos de estas redes y acerca de “quién tiene la responsabilidad”. Apunta directamente a entidades como la Organización de las Naciones Unidas: “Estos organismos, al contrario, están advirtiendo frente a la injerencias de los legisladores”, explica Quintana, que valora que las soluciones “van a pasar por una mayor transparencia y colaboración con estas plataformas y por la formación de los usuarios, pero también por el desarrollo de herramientas alternativas”.

En este sentido, Rendueles recuerda que “los partidarios de la no intervención de la Red incidían en que se daba una mayor oferta, pero al final todos tenemos un único proveedor de correo”. El filósofo continúa diciendo que “esa especie de mercado libre tecnológico, que es como se imaginó la Red originalmente, tiene algunos fallos y fracasos que solo se pueden abordar a través de intervenciones públicas” aunque “no tienen que ser necesariamente estatales”.

Pese a su perspectiva crítica, Rendueles considera que la postura que sostiene el borrado total de las redes sociales “permite pensar usos más fructíferos de la tecnología que podrían pasar por cierto nivel de desconexión o por un uso más racional, donde exista un papel más activo en programas emancipatorios”. En las conclusiones de su charla, Lanier también reivindicó, a su manera, el optimismo respecto al futuro tecnológico y las posibles soluciones: “No he perdido mi fe en la tecnología: criticar la tecnología es la mejor forma de amar la tecnología”.

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