En 2011, Evgeny Morozov (Soligorsk, Bielorrusia, 1984) advirtió en su primer libro que las herramientas en las confiaba el activismo digital para impulsar movilizaciones en todo el mundo, podían ser usadas contra él, para su control y vigilancia. Cuando Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, era nombrado hombre del año, él anunciaba que este tipo de plataformas no llegaron para cambiarlo todo, sino para llevar todo lo anterior a un nuevo ecosistema. Años después, Morozov es un investigador indispensable para articular el discurso crítico con la visión de que la mera democratización del uso de las nuevas tecnologías es inherente a lograr mejoras en los sistemas políticos.
¿Qué te ha parecido el escándalo de Facebook y Cambridge Analytica? ¿Te ha sorprendido?
Creo que hay dos dimensiones en el escándalo. La primera es cómo nuestros datos se han convertido en un campo de batalla clave para campañas políticas, actores económicos, agencias de espionaje. Durante años me ha preocupado lo que se denomina extracción de datos, la idea de que las empresas se esfuerzan al máximo para extraer de nosotros todos los datos que puedan y usar esos datos para sus propios propósitos. En este caso lo que vemos son conflictos entre los usuarios y Cambridge Analytica, entre Cambridge Analytica y Facebook… Lo que simbolizan es el poder que ahora tienen los datos y su gran valor, junto con el hecho de que la mayoría de los ciudadanos los han entregado completamente, sin pensar en su valor.
Luego hay un segundo aspecto, que es el hecho de que parece que Cambridge Analytica usó esos datos para llevar a Trump a la Casa Blanca. No es una cuestión trivial si ese extracción de datos se usa para disputas electorales. Este segundo aspecto es un poco menos interesante para mí, en parte porque creo mucho menos que la gente en el poder que tiene la publicidad para convencernos.
Si lo analizas históricamente, muchas grandes marcas se están dando cuenta de que mucho de lo que pasa con la publicidad digital es realmente una gran tontería. De que así no es como vendes productos. Muchos de los vídeos que ves en Youtube son fraudulentos, y probablemente nadie los ve, excepto los bots. Por eso grandes firmas como Procter and Gamble están sacando el dinero de ahí y llevándoselo de Facebook, y si los grandes capitales no invierten y no creen en ese tipo de publicidad, creo que nosotros también deberíamos ser escépticos con el poder de las campañas políticas para usar este tipo de plataformas y conseguir que sus candidatos sean elegidos.
Defiendes que intentar regular a las grandes empresas digitales como Google o Facebook es inútil, y que lo que tenemos que hacer es crear nuevos sistemas. ¿Crees que vamos ver cada vez más escándalos de este tipo hasta que los usuarios nos demos cuenta de que es verdad que no se puede regular a este tipo de compañías?
Creo que este tipo de escándalos desmerecen un poco la tarea de articular programas que contemplen la cuestión de los datos y su propiedad como un problema político: la respuesta más inmediata a este tipo de crisis es precisamente regular más la protección de los datos. Llamar a Facebook al Congreso, al Senado… asegurarnos de que testifica y da explicaciones. Mi temor es que precisamente este tipo de escándalos son ideales para pensar que una mayor regulación solucionará los problemas, porque en vez de mostrar el problema como político, hace que sea visto como una cuestión legal, económica.
La crisis que estamos afrontando ahora tiene múltiples dimensiones. Tiene un componente financiero, con estas marcas gigantes llegando a acuerdos con inversores institucionales. Hay un montón de dinero llegando de los países del golfo, que invierten en estas compañías. También hay un elemento político, porque cada vez más y más empresas se convierten en partes clave del estado del bienestar, construyendo su estado del bienestar digital paralelo. También muestra un problema para la burocracia, por la incapacidad de los políticos para imaginar que la tecnología no solo sirve para vender más productos, sino también para democratizar el funcionamiento del estado y empoderar a la gente. Si pones estos tres componentes juntos, el económico, el relativo al estado del bienestar y el de la transformación política, puedes conformar un programa muy ambicioso que pone la propiedad de los datos en un punto importante, pero relacionado con otros, como la estrategia para controlarlos o su comercio, cuestiones que se pueden abordar políticamente.
Esto no se consigue con una mayor vigilancia y más protección de datos, sino poniendo opciones radicales sobre la mesa que nos ayuden con la crisis de democracia y con la crisis financiera, para construir un futuro progresista y altamente tecnológico. No veo un problema en que la tecnologización siga aumentando en el futuro siempre que seamos nosotros, los ciudadanos, los que estemos a cargo de esa tecnología y de los datos. No como emprendedores o como propietarios privados de los datos, sino solo como ciudadanos, miembros de la comunidad, del barrio, del ayuntamiento en el funcionamiento de las infraestructuras.
Todo esto forma un proyecto político que también revitalizaría a la izquierda. La izquierda ha perdido su proyecto. Todo lo que hace ahora es plegarse a la agenda conservadora y defender el estado del bienestar. Esa es mi visión del futuro. Entroncando este problema con las nuevas tecnologías en su programa, la izquierda podría tener un proyecto muy interesante.
Creo que tenemos que ir más allá de las intervenciones tecnocráticas como más protección de datos, más vigilancia. No, tenemos que pensar más a lo grande.
¿Crees que la Unión Europea no sabe cómo tomar este tipo de decisiones o no quiere?
Creo que el problema de la UE es lo que hace la Comisión Europea. En ocasiones es demasiado tecnocrática. La Comisión funciona bajo la idea de minimizar el impacto de sus políticas en los gobiernos nacionales. Ahora mismo la idea que subyace del proyecto europeo es que los tecnócratas pueden encargarse de todo.
El problema de la Comisión Europea es que existe fuera de la historia. No tiene conocimiento, o pretende hacer ver que no tiene conocimiento, de lo que están haciendo China o EEUU con sus empresas digitales. Todo lo que puede hacer la Comisión es reforzar las normas existentes. Piensan que la competitividad en los mercados es la mejor opción posible, así que continuarán promoviendo la competitividad. No les importa que los chinos, por ejemplo, estén potenciando sus compañías nacionales, no a través de la competición, sino a través de una estrategia industrial propia.
El problema es que los capitalistas nacionales, los estados miembros de la UE, han perdido el rumbo. No soy antieuropeo en ningún sentido. No hay futuro para los países europeos en un mundo dominado por China o EEUU a no ser que se unan y actúen colectivamente. El problema es que tienen que actuar colectivamente basándose no en alguna lectura teórica sobre los beneficios de la competitividad, los mercados o la solvencia de los consumidores -que es algo que la Comisión Europea tiende a hacer muy a menudo- sino de forma realista, con perspectiva histórica, siendo plenamente conscientes de qué está ocurriendo ahora con la centralización del poder en el poder de unas pocas empresas.
La presión para que lo hagan no está llegando. Mucha gente aún no ha descubierto las implicaciones del capitalismo digital. Creo que casos como el de Suecia por ejemplo, donde la gente no sabía que datos muy sensibles de su Gobierno y de su sistema de salud estaban almacenados en lugares como Rumanía, que esos servidores se hackearon y que esos datos sensibles sobre la salud de los ciudadanos está ahora en manos de hackers, ayudan a politizar toda la cuestión. Un ministro sueco tuvo que dimitir por este asunto. Creo que un par de estas crisis pueden empoderar a partidos y movimientos políticos que están preparados para cuestionar formas de proceder del capitalismo digital e involucrarse más profundamente en la cuestión tecnológica.
Criticas que se permita al capitalismo digital desarrollar la infraestructura y la gobernanza sobre nuestros datos, pero tampoco crees que el Estado deba ser el encargado de ello. ¿Podrías explicar cuál es tu postura?
Primero de todo, necesitamos una solución en la que el Estado no esté ausente, porque claramente necesitamos al Estado, o alguna clase de institución europea como la Comisión, que tenga una posición fuerte en cuanto al comercio de esos datos, en cuanto a la infraestructura y la política por la que se rige. No puedes hacerlo a nivel de comunidad, a nivel de una ciudad, a nivel de los comunes. Todo eso tiene que pasar a alto nivel.
Pero en lo relativo a la propiedad de los datos, creo que no hay necesidad de asumir que el Estado debe estar presente en cada esfera de actividad socioeconómica. Puedes construir un mundo en el que empiezas por lo pequeño: con las municipalidades, en los barrios. Encuentras formas de que reúnan todos sus datos y una vez ahí, diseñas una forma en la que esos datos puedan propagarse hacia los niveles superiores, pero de forma muy limitada, enviando solo algunos atributos de esos datos, que no comprometan la privacidad o el anonimato de los ciudadanos. De esta forma la mayoría de la gestión de los datos, de las intervenciones con ellos, pasarían a nivel local.
En ese punto puedes traer al gobierno y decir, vale, no queremos que Facebook sea nuestro único proveedor de servicios basados en esos datos, así que lo que vamos a hacer es crear un campo de juego en el que tasemos el acceso de Facebook, Uber o Airbnb a esos datos de los ciudadanos. Mientras, creamos condiciones favorables para que otros actores como emprendedores, ONG locales, municipios, etc. desarrollen sus propias apps. Para ello les subvencionamos, les otorgamos fondos abiertos para que puedan contratar a los desarrolladores de esas apps.
De esa manera financiamos un ecosistema en el que ya no son solo Facebook, Uber o Airbnb, respaldados por fondos de inversión, los que construyen esos servicios gracias a nuestros datos, sino que empezamos un escenario nuevo: nosotros somos los dueños de los datos, el Estado nos ayuda a ejercer nuestros derechos de propiedad sobre ellos, pero luego tenemos muchos más jugadores, incluidos muchos locales, que entran al juego incentivados por la financiación del gobierno y se convierten en parte activa del ecosistema, haciéndolo mucho más diverso y donde esas compañías tienen que pagar tarifas para acceder a los datos, que a su vez se usan para refinanciar el resto de actividad económica.
También has criticado la narrativa tradicional sobre Silicon Valley y sus empresas, calificándola como “amnésica”, ya que hace ver que surge de la nada y no pertenece a procesos más complejos. ¿Qué representa Silicon Valley en la historia de la humanidad?
Más que a la historia de la humanidad, necesitamos mirar a la historia del militarismo, del imperialismo de la Guerra Fría y por último al capitalismo. Silicon Valley y su poder emerge de la intersección de esos tres procesos. Tienes la Guerra Fría impulsando la financiación de las compañías tecnológicas y universidades como el MIT, donde esta gente ha estudiado. Luego tienes al Pentágono siendo el primer cliente de esas compañías, que provee el entorno seguro -lo que les permite tomar una enorme cantidad de riesgos-, y por último al Gobierno de los EEUU en la escena internacional, donde usa su poder para crear un ambiente favorable, facilitando que los datos puedan cruzar fronteras sin restricciones y que las compañías norteamericanas puedan ofrecer sus servicios en todo el mundo sin preocuparse por los burócratas locales.
Para entender cómo Silicon Valley se convirtió en lo que es hoy, hay que situarlo en la historia del poder. Hay otras perspectivas como la que dice que Silicon Valley sale de la contracultura, de la gente que experimenta con LSD, experimentando con las comunas, con las colonias espaciales y demás… Creo que esa perspectiva es muy interesante y es probablemente una forma muy correcta de contar esta historia cultural, pero además hay una historia política y otra económica. Ahí es donde hay que preguntarse sobre aspectos como militarismo, capitalismo o imperialismo.
Lo que está claro es que no soy el intérprete tradicional del marco que usamos para entender Silicon Valley. Pensamos que la tecnología es una historia de emprendedores, de genios, de innovadores. No contamos que en el fondo es una historia de ideas y de genios perseguidos. Para mí trata de la historia de los grandes hombres, partiendo de esta idea de la que historia está construida por grandes hombres. Es una tesis sobre la cual se puede estudiar cómo se construye la política en tiempos de crisis. Es una narrativa para comprender la historia que está muy desfasada y cuánto antes dejemos de utilizarlo, mejor.
¿Crees que la narrativa tradicional sobre el potencial del activismo digital también ha sido demasiado optimista?
Creo que, mira no tengo ningún problema con el hecho de que los movimientos sociales hagan uso de todo tipo de herramientas a su disposición para promover el cambio, la movilización de la sociedad y el activismo. No quiero denigrar al activismo digital, pero creo que no deberíamos hablar de activismo digital sino de activismo en la era digital. El problema empieza cuando pones demasiada fe en el poder que tienen estas intervenciones online para traducirse en cambios reales. Ese es el principal problema. Una vez consigues desarrollar una percepción más estratégica – y de verdad que no tengo problema con estas estrategias de movilización digitales- creo que tienes que adoptar un punto de vista más estratégico, con un objetivo claro en mente.
Creo que hace cinco, ocho o diez años había muchísima gente que creía que estábamos al borde de una revolución, que iba a ser facilitada por la gente en Egipto y en otras zonas derrocando gobiernos autoritarios y que eso iba a ser suficiente. Porque iban a poder crear un modelo político basándose en la ética y la moral de Wikipedia. En general era demasiado inocente y ese era el problema, no el uso en sí de las herramientas digitales, sino la concepción de que dichas herramientas contienen algún tipo de secretos políticos que una vez revelados iban a poder transformar nuestras políticas para mejor.