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El supremacismo es un meme peligroso: el caso del youtuber nombrado en la matanza de Nueva Zelanda

El youtuber PewDiePie en uno de sus vídeos recientes

Felipe G. Gil

Justo antes de perpetrar su ataque terrorista en Christchurch (Nueva Zelanda) y retransmitido en Facebook Live, Brentin Tarrant invitaba a su audiencia a suscribirse al youtuber PewDiePie.

Horas más tarde el sueco de 29 años Felix Kjellberg (nombre real de PewDiePie) se desmarcaba radicalmente en una declaración en Twitter: “Acabo de escuchar las noticias de los devastadores informes de Nueva Zelanda Christchurch. Me siento absolutamente enfermo sabiendo que mi nombre fue pronunciado por esta persona. Mi corazón y mis pensamientos van a las víctimas, a las familias y a todos los afectados por esta tragedia”. Los fans también se apresuraron en apoyar al youtuber lanzando un mensaje en cadena que decía: “PewDiePie no ha tenido nada que ver con el tiroteo masivo”.

Pero, ¿cuál es la conexión entre Tarrant y PewDiePie?

El periodista Emilio Domenech analiza en un extenso y documentado hilo por qué pudo mencionar Tarrant a PewDiePie. El youtuber sueco mantiene desde hace meses una pugna con la productora de Bollywood T-Series por ser el canal más suscrito de la historia de la plataforma. El origen de su canal siempre estuvo vinculado a los gameplays (vídeos donde se comentan videojuegos al mismo tiempo que se juega) y en los últimos tiempos, en una sección titulada “Meme review” se dedica a comentar los memes del momento.

Tal y como explica Domenech, cuando el crecimiento de T-Series empezó a ser mucho más rápido de repente “PewDiePie pasó a convertirse en una suerte de 'último héroe' del YouTube original”. El youtuber MrBeast grabó un vídeo que cuenta con más de 10 millones de visitas en el que decía “Pewdiepie” 100 mil veces. Domenech recuerda que para PewDiePie esto siempre fue una suerte de broma, un meme más que nacía de su canal. Pero la gráfica demuestra que los esfuerzos de la comunidad han conseguido igualar la pugna. Existe hasta un vídeo donde se reproduce en tiempo real las suscripciones de ambos canales.

La pregunta es, ¿quién está apoyando a PewDiePie?

Hay millones de personas que disfrutan de los videojuegos en el mundo. Generalizar sería insensato. Pero la comunidades de gamers son de las más activas en Youtube y existen varios precedentes que pueden explicar qué tipo de ideología se está gestando en algunas de estas comunidades.

Hace varios años, miles de gamers (fundamentalmente hombres) se organizaron contra las mujeres que denunciaban discriminación o acoso en el mundo del videojuego en lo que se denominó como Gamergate. Anita Sarkeesian, una de las cabezas visibles del movimiento feminista gamer, fue incluso amenazada de muerte y se vio obligada a cancelar una charla en la Universidad de Utah. Incluso en España, el evento Gaming Ladies fue cancelado porque no se podía garantizar la seguridad de las asistentes.

Más recientemente y tal como apuntaba Domenech, la comunidad gamer en Youtube “que es muy pronta a abrazar argumentos de los anti-corrección política” se organizó para boicotear a la actriz Brie Larson (la protagonista de Capitana Marvel) porque a raíz de que la película “A Wrinkle in Time” (dirigida por Ava DuVernay y protagonizada por Oprah entre otras mujeres) fuera troleada con muchas reviews negativas en redes, ésta declaraba en Julio de 2018 en una entrega de premios: “No quiero escuchar lo que un hombre blanco tiene que decir sobre la película ”A Wrinkle in Time“. Quiero escuchar lo que una mujer de color o una mujer birracial tiene que decir sobre la película. Quiero escuchar lo que los adolescentes piensan sobre la película”.

La campaña en su contra ha generado muchos vídeos, incluyendo uno del propio PewDiePie.

El tono semi-irónico de Kjellberg lo hace situarse continuamente en un ambiguo terreno. Tomarlo literalmente puede avivar la férrea defensa de sus seguidores que enarbolarían la libertad de expresión y el no poner cerco al humor. Encuadrarlo exclusivamente como humor puede restar por completo importancia y blanquear declaraciones que pueden estar alimentando una cultura machista, supremacista y racista. ¿Y si el tono irónico podría haberse convertido en una trampa?

Muchos de los gamers que siguen a PewDiePie se declaran agentes que desenmascaran a quienes ellos denominan SJW (Social Justice Warriors; Luchadores de la Justicia Social). En Youtube abundan los vídeos donde determinadas figuras que empiezan a tener mucha atención mediática (como Ben Shapiro) se dedican a ridiculizar y a intentar desmontar las contradicciones de quienes enarbolan discursos antirracistas, feministas o ecologistas. En España también empieza a haber creadores que se suman a esta corriente y tras el pasado 8M hemos podido ver varios vídeos (1, 2 y 3) en esta línea.

Al igual que la pirámide que explica la sociedad patriarcal y que explica cuál es la conexión entre micromachismos inconscientes y los asesinatos machistas, aquí resulta necesario puntualizar que, si bien muchas de estas personas probablemente estén horrorizadas con el ataque de Tarrant, podrían estar alimentando una cultura supremacista.

Jason Wilson apuntaba sobre esto para The Guardian que “este nuevo estilo de fascismo recluta gente de Internet y busca darle la píldora roja de Matrix a hombres blancos, utilizando la negación plausible que otorga la ironía para luego sumergir a los nuevos adeptos en un movimiento construido a base de memes, un dogma pseudocientífico, pánico racial y lo peor de la cultura de Internet (...) El vídeo de la masacre transmitido en vivo intenta situar la violencia espantosa dentro de un marco irónico, con referencias a suscripciones al canal del comentarista de videojuegos PewdiePie, al juego Fortnite, y a una canción de propaganda que cantaban los soldados serbobosnios en la década de los 90”.

El ataque de Tarrant fue anunciado en el foro 8chan, comentado en Twitter y retransmitido en Facebook. El material fue republicado incesantemente en Youtube, Twitter y Reddit mientras dichas plataformas se apresuraban en borrar el contenido. “Mientras Google, Youtube, Facebook y Twitter dicen que están cooperando, realmente no lo hacen al permitir que estos vídeos reaparezcan todo el tiempo”, comentó Lucinda Creighton a CNN, consejera senior del proyecto sin ánimo de lucro Counter Extremism Project.

El vídeo grabado por Tarrant imita al plano subjetivo de un videojuego. El lenguaje usado para describir el ataque lo encuadra casi como un act acto de activismo de internet. En un post de 8chan, el tiroteo fue referido como un real life effort post (una publicación en la vida real). Kevin Roose describía para NY Times el manifiesto de Tarrant como “una mezcla farragosa y repetitiva de nacionalismo blanco, declaraciones fascistas y referencias a oscuros chistes de Internet. Parece haber sido escrito desde el fondo de un agujero negro algorítmico”.

El propio Roose declara que “sería injusto echarle la culpa a Internet de esto”. De la misma forma, se puede observar un patrón narrativo en la retórica de las campañas de Trump, Bolsonaro o incluso Vox: situarse como una minoría oprimida frente a quienes precisamente están denunciando eso mismo, ser una minoría oprimida.

Como apunta Íñigo Sáenz de Ugarte, esta ideología “cobra formas muy diferentes, y no todas van a concluir en una matanza contra decenas de personas. Lo que sí es obvio es que definir a los musulmanes, en buena parte nacidos fuera o de origen familiar extranjero, como una amenaza a la sociedad occidental alimenta la idea de que deben ser controlados, vigilados o simplemente extirpados. La islamofobia se ha normalizado con multitud de declaraciones de responsables políticos que no piden el asesinato de los musulmanes, pero que sí afirman de forma nada velada que son un problema o un peligro”.

A partir de ahora resulta necesario dedicar más esfuerzo en intentar entender qué relación hay entre este extremismo supremacista y racista y una cierta cultura online que atrae a determinadas personas y las hace sentirse representadas y seducidas. El discurso del odio online ya no es mera retórica: se ha convertido en una forma de terrorismo distribuida que, desgraciadamente, es memética.

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