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Veinte personas en un grupo de Whatsapp. Seguramente tengas un puñado de ellos: el de los amigos del barrio, la antigua clase de la facultad o el de los padres del colegio. Una auténtica pesadilla con números que no tienes guardados –ni intención de hacerlo– y que, con cada notificación, crea en ti la necesidad de abandonarlo sin hacer ruido, por la puerta de atrás. Pero no todos los grupos son iguales. No en todos se mueven bulos o vídeos de gatitos. En el nuestro, simplemente, hablamos de Operación Triunfo.
Somos expertos en técnica vocal, estilismo, iluminación y realización. Capaces de reconocer, sin tener ni idea, cuándo tienen que bajarle el tono a una canción porque no llega; reírnos del vestuario, reiterar lo guapo que es un concursante o divagar sobre a qué villana se parece más una de las miembros del jurado. Hablamos con memes, hacemos campaña para pedir la salvación del eterno nominado y fantaseamos con cómo reaccionará otro al ser expulsado.
No nos cortamos. No nos autocensuramos. Whatsapp se convierte en un sofá de veinte plazas para lanzar bromas y comentarios afilados que no nos atreveríamos a reproducir en la plaza pública de Twitter por miedo a recibir respuesta. Es nuestra barra de bar, pero sustituimos el fútbol por un programa de chavales cantantes. Cada uno con lo suyo. Porque sabemos que lo que digamos en público sería criticable y podría ser descontextualizado. Porque al calor de la confianza el filtro es menor, ya sea tomando cañas en un garito de La Latina o en un chat privado.
Sí, nos pasamos el día mirando la pantalla, pendientes de las notificaciones, contestando mensajes… y muchas veces desplazamos las relaciones sociales reales, piel con piel, frente a frente y con la caña caliente y sin espuma a medio beber delante. Somos conscientes. Pero no todo es malo.
Whatsapp acaba convirtiéndose en una prolongación de ese bar, no en un sustituto. Cuando la ocasión lo permite, lo abandonamos para comentar el programa en un salón sin sillas suficientes y con cerveza de más, pero cuando los horarios no acompañan, sirve para mantener esa relación viva. Porque no es tan divertido ver a un grupo de adolescentes cantando para ganar un concurso como comentarlo. Porque, al final, Whatsapp es otra barra de bar.
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