Elin Ersson, la activista sueca del avión: “Sabía que no podía echarme atrás, que tenía que hacer lo que pudiera”
“¡Queremos irnos, siéntate!”, le gritan los enfurecidos pasajeros del avión a Elin Ersson mientras ella se filma a sí misma y lo retransmite en directo por Facebook. Con los mofletes tiñéndose levemente de rojo y los ojos llorosos, Ersson permanece de pie y con la voz firme en la grabación. Un tripulante del vuelo Gotemburgo-Estambul le pide una y otra vez que apague el teléfono, que se siente o se baje del avión. Le dice que es una “pasajera rebelde”. Ersson se mantiene en sus trece. “Hago lo que puedo para salvar la vida de una persona”, dice.
¿Se sintió incómoda o expuesta? “Estaba tan metida en el momento que ni me daba cuenta de que todos me miraban”, dice Ersson por teléfono desde Suecia. “Toda mi atención estaba puesta en detener una deportación a Afganistán”.
Más de dos millones de personas han visto en Internet el vídeo de la protesta de Ersson que ella misma filmó el lunes mientras intentaba impedir la deportación de un solicitante de asilo. “No voy a sentarme hasta que esta persona se baje del avión”, dice. Y sigue de pie, con la cámara del teléfono apuntando hacia su cara porque otros pasajeros no querían ser filmados.
La atmósfera parece hostil. Un británico del que sólo se oye la voz se le acerca. “Estás molestando a toda la gente ahí”, dice. “No me importa lo que pienses”. También intenta quitarle el teléfono pero una azafata se lo devuelve a Ersson. Alguien más dice: “Estás impidiendo que todos estos pasajeros lleguen a su destino”. La respuesta de Ersson es incontestable: “Pero ellos no van a morir, él va a morir”.
Cuando al fin se emociona no es por la hostilidad de un puñado de personas sino por el apoyo de otros pasajeros. La gente empieza a aplaudirle. A tres filas de donde está, un hombre se levanta para decirle que está con ella. Un equipo de fútbol en la parte trasera del avión también se pone de pie.
“Me sentí bien cuando el chico de Turquía empezó a hablar conmigo para hacerme saber que no estaba sola”, dice Ersson. “Me sentí muy bien. Me decía que lo que yo estaba haciendo estaba bien”.
Ersson pensaba que la deportación que iba a impedir era la de un joven afgano, aunque una vez en el avión, se dio cuenta de que a él no lo habían subido. Antes del vuelo en el aeropuerto, la familia del joven y Ersson se habían acercado a los pasajeros para informarles de lo que estaba sucediendo. Entre las personas con las que habían hablado figuraban los miembros del equipo de fútbol que “apoyaban la causa”: “Sabía que había gente que apoyaba la idea de que yo me pusiera de pie. Tenía el apoyo mental que necesitaba”.
Al avión sí habían subido a un hombre afgano de unos 50 años para su deportación. Finalmente, la tripulación lo hizo bajar por la puerta de atrás. Ersson no pudo ver cómo bajaba (había otras personas de pie para ver qué pasaba) y tampoco lo vio en la pista una vez que se bajó del avión.
“Me hicieron asomarme por la puerta delantera del avión y no lo pude ver con mis propios ojos, pero estaban diciendo que allí estaba, escuché lo que hablaban entre ellos y de verdad me pareció que su deportación había sido cancelada”. Y añade: “Me sentí bien”.
Ersson tiene 21 años y estudia en la Universidad de Gotemburgo para formarse como trabajadora social. Lleva alrededor de un año trabajando de forma voluntaria con grupos de refugiados.
En 2015, 163.000 personas pidieron asilo en Suecia. Entre ellos, 35.000 menores no acompañados. Pero la política del Gobierno ha sido la deportación, especialmente con los afganos. Aunque representan más de la mitad de los refugiados en Suecia, el país sólo ha concedido asilo al 28% de los solicitantes afganos. Afganistán es considerado “seguro”, aunque los grupos humanitarios digan que es un país frágil y en conflicto. En 2017, más de 3.000 civiles murieron en Afganistán. Otros 7.000 resultaron heridos.
“Allí la gente no tiene garantías de ninguna seguridad”, dice Ersson. “No saben si van a vivir otro día. He escuchado las historias de las personas de Afganistán a medida que las he conocido trabajando con ellas y estoy cada vez más convencida de que nadie debería ser deportado a Afganistán porque no es un lugar seguro. La forma en que estamos tratando a los refugiados en este momento… Creo que podemos hacerlo mejor, especialmente un país rico como Suecia”.
Una respuesta global a su vídeo
Suecia celebra en septiembre sus elecciones generales y la inmigración ya está en el centro del debate. Las encuestas muestran un fuerte apoyo al partido anti-inmigrante Demócratas Suecos (Sverigedemokraterna), vinculado a los supremacistas blancos y a los grupos neonazis.
A Ersson le preocupa que el país esté derivando hacia la extrema derecha. “Prácticamente todos los meses me topo con nazis por la calle; mi sensación es que están ganando fuerza y que van a votar (a los Demócratas Suecos) cuando lleguen las elecciones”.
Ersson se siente gratificada por la respuesta global que ha tenido el vídeo. “Espero que la gente empiece a preguntarse cómo trata su país a los refugiados. Necesitamos empezar a ver a las personas cuyas vidas están siendo destruidas por nuestras políticas de inmigración”.
No es la primera vez que Ersson se involucra en impedir las deportaciones. Tiene experiencia ayudando a refugiados para que accedan a asistencia legal y retrasen el proceso de deportación. Pero esta es la primera vez que se sube a un avión para intervenir. Un grupo de activistas, en su mayoría conectados a través de Facebook, se había enterado de que había un joven a punto de ser deportado. Recaudaron dinero para pagar un pasaje, Ersson fue a casa a buscar su pasaporte y se fue directamente al aeropuerto.
Resultó que aquel joven no estaba en el avión, pero “había rumores” de que los funcionarios de inmigración habían estado trasladando a otras personas para su deportación. Se enteraron de que una de esas personas era un afgano de unos 50 años. Ersson no sabía nada de él, ni siquiera su aspecto, pero pronto se dio cuenta de que él sí estaba en el avión y el joven, no. Ersson se le acercó por detrás y habló brevemente con él, antes de que la empujara una de las guardias de seguridad que lo acompañaban.
“Cuando ella empezó a tocarme y a empujarme, cogí el teléfono y empecé a filmar por si me pasaba algo, quería asegurarme de que los demás sabían lo que estaba pasando”, dice Ersson, que grabó el vídeo desde la parte delantera del avión, donde estaba su asiento. La retransmisión en directo también servía para que la familia del joven, aún en el aeropuerto, supiera que a él no lo habían subido a ese avión.
Ersson era consciente de que muchos de los pasajeros estaban enfadados. “Primero se enfadaron porque los tripulantes me hablaban y yo no les hacía caso, pero cuando entendieron lo que estaba haciendo, la mayoría pensó que estaba bien”. Estaba decidida, dice. “El británico era muy agresivo pero yo sabía que había leyes que me protegían. Sabía que tendría el respaldo de los responsables de la seguridad en el avión. Aunque él estaba enfadado porque su avión se retrasaba, yo sabía que no podía tocarme ni coger mi teléfono”.
“Sobre todo, me sentí apoyada por los pasajeros del avión. Fue de verdad muy emotivo pero yo tenía una misión y simplemente estaba asegurándome de llevarla a cabo”. Ersson cuenta que estaba nerviosa en el aeropuerto y que no estaba segura de que fuera a salir bien. “Me sentí así cuando vi a la familia llorando, no sabía si iba a poder hacerlo”, dice. “Pero sabía que no podía echarme atrás porque era mi nombre el que estaba en el pasaje, tenía que hacer lo que pudiera”.
La trágica postdata es que Ersson cree que el joven cuya deportación trataba de impedir originalmente fue trasladado a Estocolmo, donde lo subieron a otro vuelo. “Así es como funcionan las deportaciones en Suecia. Las personas involucradas no saben nada y no se les permite ponerse en contacto con sus abogados o familiares”, dice un día después en un mensaje de texto. “Mi objetivo final es poner fin a las deportaciones a Afganistán”.
Traducido por Francisco de Zárate