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Lecciones de la condena a mi agresor: cómo abordar la violencia de la extrema derecha

El columnista de The Guardian Owen Jones.

Owen Jones

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¿Cómo resuelves un problema como la violencia de extrema derecha? Esto es lo que pensaba el pasado viernes mientras estaba sentado en una sala del juzgado número 3 del este de Londres y observaba a James Healy, el matón de 40 años que me agredió el pasado agosto.

Esa noche había celebrado mi cumpleaños en un pub y me fui del local en compañía de cinco personas más. Las imágenes de las cámaras de seguridad muestran cómo, mientras nos despedíamos alegremente, Healy se abalanzaba sobre nosotros. Con las manos en los bolsillos y sin previo aviso me dio un golpe de kárate, me tiró al suelo y empezó a darme patadas y a golpearme salvajemente. Una acción que el tribunal calificó de “ataque enloquecido”.

Lo siguiente que pasó fue que dos amigos del atacante, que se declararon culpables de alteración del orden público, siguieron su ejemplo y se formó un altercado. Las personas que me acompañaban evitaron que el incidente fuera a más; tres terminaron con golpes en la cabeza.

Healy ya se había declarado culpable de alteración del orden público y agresión. Argumentó que aquel arrebato de rabia se debía a una pinta de cerveza derramada poco antes. Sin embargo, en el pub él o un amigo suyo había venido a hablar conmigo poco antes y se había hecho pasar por un admirador, con la intención de asegurarse de que efectivamente se trataba de mí y que no iba a agredir a un extraño que se parecía remotamente a Macaulay Culkin.

La casa de Healy estaba llena de símbolos de extrema derecha: insignias del grupo Combat 18 (uno de sus objetivos declarados es “ejecutar a todos los maricones”), logotipos del grupo de cabezas rapadas White Power y calaveras nazis, así como una bandera de las SS con el logo de los Chelsea Headhunters, un conocido grupo de ultras de fútbol vinculado con la extrema derecha.

En su defensa, Healy argumentó que simplemente era un coleccionista. Afirmó que creía que se trataba de objetos que tenían alguna relación con el fútbol. También aseguró que una tarjeta de felicitación que le enviaron sus amigos por su cumpleaños, con menciones expresas al terrorismo de grupos norirlandeses, era solo una broma. También afirmó que nadie podía considerarle homófobo, ya que su abogado era gay, y lamentó que la policía había estado de mi parte desde el primer momento.

El compañero de piso de Healy, un hombre con un pasado violento, dio fe de su honestidad. Afirmó que ponía la mano en el fuego por él hasta el punto de saber que Healy nunca intentaría acostarse con su atractiva novia. Los argumentos en su defensa se desmoronaron. En su sentencia, la jueza afirmó: “Estoy segura de que [Healy] tiene una ideología que se asocia con los valores de la extrema derecha” y de que detrás del ataque se esconden su homofobia y su antipatía por las ideas políticas de izquierdas.

El mes que viene conoceremos la condena. Sin embargo, si es castigado con una pena de cárcel, ¿qué habremos conseguido? Es una pregunta importante. Soy un periodista blanco con la repercusión que me da una plataforma mediática, así que este ataque de la extrema derecha ha sido más seguido que otros. Esta agresión debe ser analizada desde un contexto más amplio. Me he ido convirtiendo en blanco de ataque de la extrema derecha. No solo en la calle, también en Internet.

Pese a todo, el ataque fue menos grave que muchos de los que sufren otras personas que reciben menos atención por parte de los medios, como los miembros de minorías que son víctimas de ataques de odio, sufren agresiones o simplemente los matan. En los últimos seis años, los crímenes de odio se han más que duplicado. La cifra de simpatizantes de extrema derecha que han sido obligados a participar en el programa Prevent [un programa que intenta prevenir la radicalización antes de que el individuo sea una amenaza real o ya haya cometido algún delito] no tiene precedentes.

Según la policía metropolitana, los radicales de extrema derecha son la amenaza terrorista que más rápido aumenta. Nuestro sistema penal encierra en la cárcel, de forma desproporcionada, a personas pobres con problemas mentales o condena a hombres negros a penas que les destruyen la vida por delitos no violentos relacionados con la droga. Así que el hecho de que un fascista homófobo termine entre rejas tampoco parece una tragedia. Sin embargo, la pregunta que volvemos a hacernos es: ¿qué habremos conseguido?

El Ministerio de Justicia se jacta de tener múltiples programas que ayudan a desradicalizar a los prisioneros de extrema derecha. Estos programas están “hechos a la medida de cada individuo”, afirma un portavoz. Sin embargo, como me dice Chris Daw, un abogado que ha escrito extensamente sobre cuestiones vinculadas con la justicia penal: “En términos generales, todo el sistema penitenciario es un completo fracaso en lo que respecta a la desradicalización”.

Daw afirma que, independientemente de que los extremistas pasen meses, años o décadas en la cárcel, no se desradicalizan. De hecho, más bien suele darse la situación contraria y se vuelven más radicales que antes ya que tienden a relacionarse con personas con puntos de vista similares a los suyos. A veces cuando salen de la cárcel reinciden y cometen un delito que es más terrible que el anterior.

Este es el caso de Usman Khan, el terrorista islamista que el pasado noviembre asesinó a dos personas en una conferencia sobre los programas de rehabilitación de prisioneros. Pasó ocho años entre rejas y muy probablemente durante todo ese tiempo solo había participado unos días en programas o tratamientos de desradicalización. En cambio, es probable que durante años se relacionara con otros prisioneros con ideas extremistas parecidas y compartieran su filosofía de vida y puntos de vista. Tengo que preguntar lo siguiente: Si Healy es condenado con una pena de privación de libertad ¿cómo será cuando salga de la cárcel?

Y hay un contexto político más amplio que tampoco puede ser ignorado. David Renton, abogado y autor especializado en extrema derecha, habla de la memoria popular antifascista de la izquierda, de la Liga Antinazi y de Rock Against Racism de los años 70. En aquel entonces, la extrema derecha podía ser presentada como un pequeño grupo de extremistas que podía ser derrotado y aislado por la ciudadanía. Sin embargo, en la actualidad en Estados Unidos, Gran Bretaña y en otros lugares, la frontera entre centroderecha y extrema derecha se ha derrumbado. 

Tanto Donald Trump como Boris Johnson son tratados como iconos de la extrema derecha contemporánea, a diferencia de sus predecesores republicanos y conservadores. El primer ministro británico cuenta con el apoyo declarado de extremistas de extrema derecha como Britain First y Tommy Robinson. Podemos afirmar sin equivocarnos también que países como Hungría y Brasil tienen Gobiernos de extrema derecha.

Renton subraya que, mientras que el Frente Nacional de los años 70 reclutaba a través de listas de miembros y suscripciones a revistas, en la actualidad Internet se ha convertido en un destacado portal de radicalización. Por su parte, los medios de comunicación conservadores legitiman la visión de la extrema derecha mientras que sistemáticamente convierten en chivos expiatorios a minorías como los musulmanes, los inmigrantes, los refugiados y las personas trans, y demonizam a la izquierda y presentan a sus simpatizantes como traidores peligrosos.

La actual reacción en contra de la justicia social y la igualdad racial no es sino un intento de invertir los valores sociales progresistas, las conquistas conseguidas por las minorías y las mujeres tras mucho esfuerzo, para reimponer las normas conservadoras y una desigualdad histórica.

Entonces, ¿cómo deberíamos gestionar la violencia de extrema derecha? La propuesta de Daw de que los extremistas sean separados en la cárcel, parece tener sentido. A cambio, deberían ser tratados por expertos y ofrecerles tratamientos psicológicos obligatorios de primer nivel para desradicalizarlos. Sin embargo, los programas de desradicalización que actualmente se ofrecen en las cárceles no cuentan con la financiación necesaria.

Renton también señala que se debe explotar la división de la derecha: muchos votantes conservadores desaprueban el extremismo de derechas. El experto señala que tenemos que “recrear la dinámica de separar el centroderecha y la extrema derecha para crear mayorías antifascistas”.

Este es un problema de difícil solución y por otra parte no debemos subestimar el hecho de que el fascismo no se soluciona por vía judicial. Es probable que mi atacante, James Healy, entre en la cárcel siendo un matón de extrema derecha y salga sin haber cambiado un ápice. De hecho, tal vez tras cumplir la condena solo se habrá reafirmado en sus convicciones.

Vivimos en una sociedad que presenta a la izquierda como la principal chusma peligrosa, a menudo debido a la mala educación de activistas de izquierdas en la red. Y, en este contexto, una amenaza creciente no está recibiendo la atención necesaria. Sin duda, el peligro es que, sin una estrategia correcta para desradicalizar a la ultraderecha, otras personas que se crucen en su camino serán víctimas de un ataque mucho peor al que yo sufrí esa calurosa noche de viernes delante de un pub de Islington.

Traducido por Emma Reverter

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