En defensa de un Ingreso Básico Universal
Mientras Europa y los países del este asiático avanzan en la reapertura de su economías, en los países del Sur global muchos se preguntan si lo peor de esta pandemia aún está por llegar. A los economistas que trabajamos lo relativo a la mitigación de la pobreza en países en vías de desarrollo se nos pregunta a menudo qué consecuencias va a tener el coronavirus en el sur de Asia y África. Lo cierto es que no lo sabemos. Sin realizar pruebas a gran escala que nos permitan identificar dónde están las personas contagiadas no podemos conocer la extensión del virus. Aún no tenemos información suficiente sobre su comportamiento ante diferente condiciones de temperatura, luz o humedad.
La población más joven de los países en vías de desarrollo podría haberse salvado de lo peor de la pandemia, pero los sistemas sanitarios de esos países están mal equipados para lidiar con un problema de salud pública de estas características, y la pobreza está ligada al desarrollo de enfermedades que sitúan a la población de estos países en un nivel mayor de riesgo.
Sin la información que nos ofrece un sistema de realización de pruebas a gran escala, muchos países pobres han optado por la precaución. India impuso un confinamiento total el 24 de marzo, cuando se registraban alrededor de 500 casos confirmados. Ruanda, Sudáfrica y Nigeria optaron por confinar a su población a finales de marzo, antes de que llegaran sus respectivos picos de contagio.
Pero esas medidas de confinamiento no pueden durar para siempre. Los países más pobres las han usado para ganar tiempo, reunir información sobre el comportamiento de la enfermedad y aplicar la estrategia de hacer pruebas y rastrear los contagios. La mala noticia es que no se ha puesto en práctica y los países ricos, lejos de acudir en su ayuda, han competido y ganado la carrera por conseguir equipos de protección personal, respiradores u oxígeno.
El precio a pagar en vidas humanas debido al confinamiento es ya evidente en muchos lugares. No se vacuna a los niños y no se recogen las cosechas. Las obras se detienen y los mercados se cierran. El trabajo y los ingresos se evaporan. Las consecuencias de una cuarentena prolongada en los países en vías de desarrollo pueden ser tan graves como el propio virus.
Actuar y cooperar ante la pandemia
Antes de que la Covid-19 se extendiera por el planeta, 15.000 niños menores de cinco años morían diariamente en el Sur global debido a enfermedades relacionadas con la pobreza para las que existe cura. Es probable que mueran muchos más si sus familias son arrinconadas aún más hacia esa pobreza. ¿Qué pueden hacer los países pobres ante la pandemia y cómo pueden ayudar los países ricos?
Primero, la realización de pruebas de detección del virus que han resultado vitales para contener la epidemia y suavizar las medidas de confinamiento en Europa también son vitales para los países pobres. En lugares donde las autoridades sanitarias no tengan información sobre la extensión del virus y los recursos son limitados, la respuesta al virus debe ser focalizada en los lugares en que más se necesite. De ese modo, en lugar de imponer un confinamiento total, las autoridades podrán identificar los lugares concretos donde sea necesario aplicar medidas.
Segundo, hay que mejorar la capacidad de respuesta de los sistemas sanitarios de los países en vías de desarrollo para poder enfrentarse a potenciales incrementos en el flujo de ingreso de personas enfermas en los hospitales.
Y como tercera medida, es muy importante que los países pobres puedan garantizar a sus habitantes algún medio de vida de cara al futuro más próximo. En ausencia de esa garantía, la gente se cansará cada vez más de respetar las medidas de confinamiento y será más complicado conseguir que se cumplan. Para proteger las economías del colapso en la demanda que se está registrando las autoridades deben garantizar a la población que van a recibir apoyo mientras lo necesiten.
En nuestro libro más reciente, escrito antes de que estallase la crisis del coronavirus, pero que lleva un título de lo más apropiado, Good Economics for Hard Times [Buena economía para malos tiempos, en traducción libre; el libro no está disponible en español] recomendamos la puesta en marcha de lo que llamamos un Ingreso Súper-Básico Universal, una transferencia regular de efectivo que equivalga a la cantidad necesaria para la supervivencia básica.
Las ventajas de ese ingreso universal son simplicidad, transferencia y la garantía de que nadie se muera de hambre. Se libraría de los sistemas desarrollados por los estados de bienestar, diseñados para excluir a “quien no lo merezca” incluso a costa de quienes más lo necesitan. Durante una pandemia, cuando los gobiernos tienen que ayudar a la mayor cantidad de gente posible en el menor tiempo posible, la aplicación de una medida como esta podría salvar vidas. Garantizar a las personas que nadie será excluido de la cobertura de las necesidades básicas limita la angustia que muchos individuos sienten en países pobres y no tan pobres en situaciones como la actual.
Estas ideas no son meras fantasías. Togo, un estado pequeño de África occidental con un Producto Interior Bruto (calculado con paridad de poder de compra) de 1.538 dólares anuales, ya avanza en esa dirección. Además de haber realizado pruebas a 7.900 personas que presentaban síntomas compatibles, el país ha desplegado 5.000 pruebas aleatorias para calcular la prevalencia del virus.
Las autoridades sanitarias de Togo utilizarán esos resultados para determinar cuándo y dónde restringir el movimiento de población. El gobierno también ha lanzado un sistema de transferencia de efectivo vinculado a un monedero electrónico a través del teléfono. Hay 1,3 millones de personas registradas y ha enviado dinero a medio millón de personas tan sólo en la región del Gran Lomé (alrededor de la capital).
La buena noticia es que muchos países, sobre todo en África, ya cuentan con esa infraestructura para transferir dinero a la población rápidamente gracias a los teléfonos. Mucha gente ya usa ese sistema para transferencias privadas y los gobiernos pueden partir de esos sistemas para aplicar los suyos en cuestión de días. Si los datos ofrecidos por los teléfonos identifican que en algunas regiones se vive una crisis económica, la transferencia puede ser más generosa a los habitantes de esas zonas.
De hecho, la mayor limitación no es la viabilidad de las medidas sino la voluntad real de aplicarlas y financiarlas. Los países en vías de desarrollo necesitarán una gran cantidad de ayuda de los países más ricos si es quieren pagar un ingreso universal. Algunos creen que sus monedas se depreciarían de ser aplicada una medida así con velocidad y extensión, lo que generaría una crisis de deuda. Los países más ricos tendrán que trabajar con las instituciones financieras globales para ofrecer mecanismos de alivio de la deuda y más recursos a esos países. Muchos tendrán que pagar sus suministros médicos y alimentarios en divisas y eso será cada vez más difícil por la disminución de los ingresos por exportaciones y remesas de los migrantes.
Dada la crisis económica y de ingresos sin precedentes que muchos ya enfrentan, la prudencial fiscal sea quizás menos importante hoy de lo que lo fue en el pasado. Ahora toca que los gobiernos ayuden a los ciudadanos y a la economía a través del gasto y no del ahorro. Los gobiernos de los países en vías de desarrollo tendrán que aceptar un aumento de sus déficits presupuestarios para poder financiar un ingreso universal, al menos a corto plazo. Cuando los países comiencen a suavizar sus medidas de confinamiento y se reanude la producción, la demanda de bienes será muy baja. Al garantizar que las transferencias de efectos se alarguen en el tiempo, la gente saldrá y gastará algo más una vez sea posible. Eso ayudará a que la economía reviva.
Ninguna de estas medidas significa que los gobiernos deban ignorar los riesgos que conllevan de cara a la estabilidad macroeconómica. Sin embargo, un plan de gasto claro que responda de manera inmediata al inmenso golpe que supone el coronavirus, junto a una estrategia de largo plazo sobre el modo en que terminarán los confinamientos, transmitirán esperanza sobre las posibilidades de que la crisis que vivimos no se convierta en una futura catástrofe.
- Esther Duflo y Abhijit Banerjee ganaron el Premio Nobel de Economía en 2019 por su trabajo sobre mitigación de la pobreza. Son autores de Good Economics for Hard Times.Good Economics for Hard Times
Traducido por Alberto Arce
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