Elecciones trascendentales en Polonia y Hungría: prueba de fuego para la oposición liberal y progresista
Las oposiciones políticas de corte liberal o progresista en dos de los países centroeuropeos donde el populismo nacionalista se ha hecho más fuerte, Polonia y Hungría, se enfrentan este domingo a una prueba de fuego electoral para recuperar el terreno perdido.
En Polonia han llegado a calificar las elecciones parlamentarias de “existenciales”. La oposición que su deber es evitar que el partido en el poder logre cuatro años más para desarrollar su proyecto de transformación nacional.
En Hungría, mientras tanto, la perspectiva es más oscura. El horizonte se atisba en forma de batalla casi perdida de antemano. El gobierno de extrema derecha de Viktor Orbán parece firme. No en vano, el año pasado ganó las elecciones por tercera vez consecutiva. El objetivo de la oposición, unificada de cara a unas elecciones municipales, es recuperar al menos cierto impulso. Todas las miradas convergen en la posibilidad de arrebatarle el control de la capital a Fidesz, el partido del Primer Ministro, que ha hecho gala de políticas contrarias a los flujos migratorios embarcado en un proceso de remodelación del país de cara a 2030.
Las encuestas sugieren resultados ajustados. Pero parece que los partidos gobernantes en ambos países llevan las de ganar pese a que con algunas de sus medidas han provocado reacciones airadas por parte de la Comisión Europea y las organizaciones de derechos humanos. También se ha criticado la fragmentación de una oposición que, por estrechez de miras y objetivos, no ha logrado que sus resultados electorales despunten.
El Partido Ley y Justicia (PIS) que gobierna Polonia cuenta en la actualidad con el apoyo de más del 40% de los votantes según los sondeos. Ganó las elecciones en 2015 y se ha embarcado en la aplicación de un programa de gasto social que le granjea muchos apoyos. Al mismo tiempo se acusa al partido de vulnerar la independencia del poder judicial, fomentar una guerra cultural y, en meses recientes, de lanzar a su plataforma de medios acólitos contra lo que denominan “ideología LGTBI” y en defensa de lo que consideran la “polaquidad” tradicional, supuestamente única y auténtica identidad nacional.
Los partidos de la oposición no se hacen ilusiones. Saben que el PIS será el primer partido pero mantienen la esperanza de que no sea capaz de formar gobierno y una coalición amplia entre los liberales y la izquierda pueda articular una alternativa. Debido a la complejidad del sistema electoral esto podría depender de que dos partidos más pequeños, uno de ellos de extrema derecha, logren superar el umbral del 5% de los votos, requisito para entrar en el parlamento. Gran parte del apoyo al PIS está en el mundo rural, donde ese gasto se percibe con mayores resultados.
Rafał Trzaskowski, alcalde de Varsovia y miembro de la oposición agrupada en la Coalición Cívica cree que “sabemos como convencer a la población de las ciudades pero nuestro problema aparece a la hora de convencer a la población rural del sur y el este [del país], sobre todo debido al gran impacto de la propaganda gubernamental”.
En las elecciones al Parlamento Europeo del pasado mes de mayo, el PIS ganó frente a una campaña opositora que galvanizó el apoyo de sus votantes ante los ataques de la oposición al gobierno. De cara a la próxima convocatoria electoral, la candidata a primera ministra de la Coalición Cívica, Małgorzata Kidawa-Błońska utiliza el lema “Cooperación y no enfrentamiento”.
Sin embargo, la Coalición Cívica también ha recibido críticas por no ser capaz de articular un mensaje que interpele al indeciso más allá de los ya fieles. “Quiero apoyarles pero es difícil, ni siquiera son capaces de presentar su propio programa de manera correcta”, afirma Katarzyna Kasia, profesora de filosofía y columnista del periódico Kultura Liberalna. “No puedes levantar una estrategia política limitándote a decir que el PIS es horrible. Es importante, pero hay que construir más mensaje”.
En Polonia aún quedan medios de comunicación proclives a la oposición y el debate público es intenso. En Hungría no es así. Orbán ha avanzado en su proyecto de control del entorno de la comunicación y ya ha logrado ahogar a gran parte de los medios independientes del país al mismo tiempo que aplica un capitalismo de amigos y bombardea a diario con mensajes que advierten a sus ciudadanos de la amenaza para sus vidas que supone una supuesta invasión de migrantes de religión musulmana.
Edit Zgut, una analista política residente en Varsovia opina que “de perder estas elecciones, será el fin para alguno de estos partidos políticos opositores”. András Pikó, que fue periodista y ahora se presenta como candidato del frente opositor en el octavo distrito de Budapest, dice “me pasé a la política porque creo que esta es la última oportunidad”. Por primera vez desde que Orbán llegó al poder en 2010, la oposición ha logrado coordinarse y presentar un solo candidato en muchas circunscripciones.
La batalla más representativa se libra por la alcaldía de la capital. La única ciudad grande del país es todavía una ciudad relativamente liberal y cosmopolita en comparación con el resto del país. Aquí, la oposición se agrupa en torno a Gergely Karácsony, de 44 años. La precampaña ha estado animada, con candidatos revelación, la policía entrando a alguna de las sedes de la oposición y mucha suciedad arrojada de manera anónima sobre candidatos de ambos frentes.
La oficina de Karácsony fue intervenida con micrófonos. En las grabaciones, filtradas a la prensa, se le oye hablar sobre otros candidatos. Dijo que “te hace sentir como si estuvieras en Moscú”. En Polonia, la oposición se ha fijado en el modo en que Orbán ha logrado afianzarse en el poder durante la última década y se pregunta con inquietud si su país podría correr la misma suerte. Trzaskowski no cree que esta convocatoria electoral sea una más. “Nuestros valores e instituciones están en peligro. Se trata de una elección existencial”.