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The Guardian en español

La prohibición más dura contra el uso de bolsas de plástico se impuso en Kenia y está funcionando

Una anciana del suburbio de Mukuru, en Nairobi, Kenia, se sienta sobre los restos de su chabola

Jonathan Watts

Nairobi —

Las vías fluviales están más limpias, la cadena alimentaria está menos contaminada y hay menos “retretes volantes” (bolsas de plástico que utilizan los residentes para hacer sus necesidades).

Ha pasado un año desde que Kenia anunció la prohibición más dura del mundo en cuanto al consumo de bolsas de plástico y ocho meses desde su entrada en vigor, y las autoridades aseguran que ha sido un éxito de tal envergadura que otros países del continente africano, como Uganda, Tanzania, Burundi y Sudán del Sur, se están planteando medidas parecidas.

También es evidente que el hecho de eliminar un producto omnipresente en el día a día de los keniatas ha afectado a negocios, consumidores e incluso algunos trabajos. “Las calles, en general, están más limpias y esto ha generado una sensación de bienestar”, indica David Ong’are, el responsable de implementar esta medida de la Autoridad Nacional de Gestión Ambiental: “Cuando sopla el viento, ya no ves bolsas que vuelan. Las vías fluviales están menos obstruidas. Los pescadores del litoral y del Lago Victoria encuentran menos bolsas de plástico en sus redes”.

Ong’are explica que los trabajadores de los mataderos solían encontrar bolsas de plástico en los intestinos de cerca de tres de cada diez animales que sacrificaban. Esta proporción se ha reducido. El Gobierno va a llevar a cabo un estudio exhaustivo para medir el impacto de esta rigurosa medida, que empezó a aplicarse el 28 de agosto de 2017. Contempla penas de hasta cuatro años de cárcel y multas de más de 30.000 euros para todo aquel que produzca, venda o simplemente transporte una bolsa de plástico.

En los barrios de chabolas de Nairobi, una de las prácticas que se vio más directamente afectada por la medida fue la de defecar en bolsas de plástico, hacer un nudo y lanzarlas a los tejados de hojalata, conocida como “retretes volantes”. “No sé cuando empezó la costumbre de los retretes volantes pero no es una buena idea”, indica Johnson Kaunange, un hombre en silla de ruedas: “Nunca sabes dónde van a aterrizar o dónde caerán cuando llueva. Mi silla de ruedas aplasta este tipo de bolsas bastante a menudo, las rompe y luego mis ruedas desprenden un hedor insoportable”.

En la comunidad de Mathare la prohibición ha tenido un impacto positivo. Desde su entrada en vigor, son muchos más los que utilizan los retretes públicos, que cuestan cinco chelines kenianos (0,04 céntimos de euro) si se utilizan una vez o 100 si se paga una cuota mensual familiar (80 céntimos de euro).

La instalación se encuentra en la bulliciosa calle que baja al valle de Mathare. Uno de los administradores, Caleb Omondi, reconoce que se ha notado la diferencia tras la prohibición de los retretes voladores.

“Ha aumentado la cifra de usuarios. Solíamos tener unos 300 diarios. Ahora tenemos unos 400”, señala: “Estoy muy satisfecho. La comunidad está más limpia y obtenemos mayores ingresos”.

En términos generales, la medida es positiva para la sociedad, si bien no es perfecta. De los cientos de personas que caminan por la calle, solo dos llevan o intentan vender bolsas de plástico.

Miedo a llevar una bolsa plástica

Elijia, que prefiere no dar su apellido, es un joven que utiliza una bolsa de plástico para transportar su reverenciado khat porque conserva la hidratación de la planta mejor que una bolsa de papel. “Por supuesto que me preocupa que me pille la policía pero no soy una mala persona”, puntualiza.

Esther es la otra persona que lleva una bolsa de plástico. Tiene un puesto ambulante donde vende bolsas de patatas fritas a 20 chelines kenianos (0,16 céntimos de euro). Preguntada por su uso de bolsas de plástico, suspira.

Un puñado de bolsas de fibra biodegradable rojas, naranjas y verdes pegadas a la pared demuestran sus esfuerzos por cumplir con la normativa, pero el gasto adicional de estas bolsas consume su escaso margen de beneficio. Las nuevas bolsas son seis veces más caras que las de plástico. Sus clientes se niegan a pagar más y el Gobierno no ha previsto ayudas a los pequeños vendedores con lo cual ella debe asumir el coste. “Mi negocio se ha visto gravemente afectado”, lamenta: “No estoy en contra de que se prohíba el plástico pero deberían ofrecernos una alternativa asequible”.

Evidentemente, toda prohibición va acompañada de sanciones y esto nunca es agradable.

Desde que entró en vigor esta medida hace ocho meses, los periodistas locales han informado de redadas para pillar a los “traficantes” de bolsas de plástico. En febrero, la policía detuvo a más de cincuenta personas en redadas que se llevaron a cabo en Mombasa, Kisii, Keroka y Bomet. Por otra parte, las autoridades decidieron cerrar el mercado Burma de Nairobi por considerar que los comerciantes incumplían la normativa de forma generalizada.

En Mathare, en un conglomerado de chozas que dan cobijo a medio millón de personas, la policía detuvo a un comerciante local, conocido con el apodo de Onya, después de pillarlo vendiendo cabezas de pollo en bolsas de plástico. El juez le puso una sanción de unos 100 euros, una cantidad muy inferior a la pena máxima pero equivalente a seis semanas de trabajo. “Teniendo en cuenta que se trata de una ley nueva, es una sanción dura”, indica uno de sus clientes.

Otros vendedores ambulantes piden a sus clientes que lleven boles de plástico o las tradicionales bolsas hechas con fibra de sisal. Los clientes se han quejado ya que es difícil transportar un producto en el bol sin que se derrame parte del contenido y por otra parte las bolsas de sisal son caras ya que las plantas, muy comunes en el pasado, han sido sustituidas por cosechas más rentables.

Algunos se resisten. El 1 de marzo, el fabricante de bolsas de plástico Hi-plast demandó al Gobierno por daños y perjuicios y ha argumentado que esta medida se está implementando de forma selectiva.

A lo largo y ancho del país, la prohibición de las bolsas de plástico ha sido un quebradero de cabeza para fabricantes y comercios.

“La situación económica del país se ha visto sacudida por esta medida. En algunas zonas, los comercios se encuentran en la cuerda floja”, afirma Samuel Matonda de la Asociación de Fabricantes Keniatas, que considera que esta medida debería haberse implementado de forma gradual. Estima que la prohibición ha afectado al 80% de las empresas que integran la asociación y que unas 100.000 personas han perdido el trabajo ya que la prohibición de usar bolsas de plástico se ha interpretado de manera muy amplia para incluir casi todos los envases de este material. Eso perjudica a los que suministran alimentos y plantas a Tesco, Walmart y Carrefour, así como a los productores farmacéuticos y agroquímicos.

Matonda integra un grupo que trabaja con el Gobierno para aprobar excepciones a la norma y poner el acento en mejorar la gestión de residuos: “Es un estímulo. Sin lugar a dudas, tras la prohibición el público ha tomado consciencia de la necesidad de proteger el medioambiente. Hemos obtenido más logros en los pasados seis meses que en los últimos cinco años”.

Por su parte, el ministro de Medio Ambiente señala que la actitud de los fabricantes también ha cambiado. “Las empresas ahora vienen a nosotros y nos proponen alternativas”, indica Ong’are. Las botellas PET también están en el punto de mira del Gobierno y podrían ser las siguientes en desaparecer, y las empresas están proponiendo esquemas de autogestión para organizar la recogida y reciclaje de estas botellas.

Aun hay mucho camino por recorrer. Salvo que también se pongan en marcha medidas para proporcionar alternativas asequibles, esta prohibición puede complicar la situación no solo de los fabricantes adinerados sino también de las comunidades más pobres. Sin embargo, un campo de futbol de Mathare, que no hace mucho estaba cubierto por dos metros de residuos de plástico, es un claro ejemplo de los beneficios de un entorno más limpio.

Como ocurre en otros países que han aprobado prohibiciones parecidas, se tiene que ir mejorando la puesta en práctica de esta medida. A pesar de sus imperfecciones, tiene el apoyo suficiente. “Otros países, no solo de África, deberían seguir este ejemplo y prohibir las bolsas de plástico y otros envases de plástico de un solo uso”, indica Arnold Kreilhuber, responsable de derecho ambiental internacional del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

“Sin embargo, es importante llevar a cabo la mayor cantidad posible de consultas públicas con el objetivo de garantizar una transición sin problemas de la prohibición a la aplicación. La prohibición de las bolsas de plástico es un paso adelante pero es solo el primero. Es necesario invertir en la mejora de la gestión de residuos para garantizar que los keniatas viven en un entorno limpio y saludable”.

Traducido por Emma Reverter

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