No está claro si dan risa o miedo: perfiles semanales con mala leche de los que nos mandan (tan mal) y de algunos que pretenden llegar al Gobierno, en España y en el resto del mundo.
Mato, la flamante inutilidad
(Protocolo para leer este post: mascarilla autofiltrante; no toque sin guantes de látex, y bajo ninguna circunstancia, los nombres propios, y menos si tienen cargos; lávese las manos con cloro, y si decide protestar, hágalo en la calle, nunca en la intimidad).
Ser Ana Mato no es tarea fácil estos días de crisis, convertida en el pimpampum del rojerío más envidioso y guerracivilista de Europa (aledaños del PP dixit) y de unos medios de comunicación que buscan desesperadamente lectores, televidentes, oyentes, clicks, tuits, lo que sea que cuente, aunque sea entubando a destiempo a Teresa Romero, víctima del Ébola y de la política sanitaria española.
Ana Mato, nacida en Madrid en el año 1959, se ha encontrado en el ojo de la madre de todos los huracanes. No es Jesús Sancho Rof, aquel genio del bichito de la colza de UCD, pero casi: el mismo rictus, la misma mirada perdida y mismo discurso vacuo. Una prueba de que España, pese a sus ínfulas de nuevo rico que se codea en el G-20 ampliado, no ha avanzado tanto. ¡Denme una crisis y el Gobierno le traerá al maquinista culpable, corra, vuele o navegue! Así lo manda el protocolo de escurrir bultos. Si se desmorona la tesis del maquinista, la culpa pasa a Zapatero o a los jemeres rojos de Podemos.
No siempre tuvo Ana Mato tan mal fario. Pero desde que le cayeron encima varios kilos de confeti caducado de origen ignoto no levanta cabeza ni cerebro; parece que la ha mirado un tuerto. Todo empezó con el viento a favor, las montañas nevadas y todas esas cosas del régimen autoritario anterior cuando se inició, en 1987, como chica Aznar dentro del clan de Valladolid, un grupo de poder al que le ha ido mejor en la vida que al de las chicas de Jesús Hermida.
Ese clan pucelano ha ofrecido grandes intelectuales a España: el mismo hombrecillo insufrible y su mujer Ana Botella, el piloto de coches on the rocks Miguel Ángel Rodríguez, un tal Miguel Ángel Cortés, director general de la cooperación dado a organizar viajes de turismo humanitario para sus amigas, las celebrities de la derecha española: Irak, Sarajevo, etc y Jesús Sepúlveda, maridísimo de la futura ministra de Sanidad y pieza destacada en la red Gürtel en Madrid, esa trama corrupta desmontada por la liberal Esperanza Aguirre, patrona del carril bus y de la policía de movilidad.
Mato fue asesora de gabinete de Aznar en los tiempos gloriosos de la Comunidad de Castilla y León, cuando su jefe preparaba el asalto al poder en Madrid. Aquellos consejos, sin duda sabios, le granjearon fama de lumbreras amiga del jefe, virtudes, sobre todo la segunda, ponderadas en cualquier organización que se precie, y que le lanzaron a una insólita carrera política en un no menos insólito país: Españistán.
Nuestra Mato, la chica para todo de Aznar, empezó por abajo, como los hijos pijos de los dueños pijos de las empresas familiares pijas: diputada en la Asamblea de Madrid, solo dos años que tampoco hay que deslomarse, diputada estatal en 1993 y miembro del Comité Ejecutivo Nacional del PP. En las fotos aparece casi siempre al lado de Aznar. También es una asidua del balcón de la rue del Percebe número 13, conocida oficialmente como calle Génova. Estar o no estar en ese balcón, y más en los tiempos victoriosos, marca el pedigrí de los peperos.
Fue presidenta de la Comisión Nacional de Ciencia y Tecnología del PP entre 1999 y 2004, lo que da una idea de lo que le importa al PP la ciencia y la tecnología. En 2004 dejó de ser diputada nacional y se marchó a Estrasburgo como eurodiputada: mejor sueldo, más dietas, menos curro y casi ningún periodista. En aquel periodo sombrío empezó a torcerse: cogió el gusto a no hacer la cola en los aeropuertos sin pagar el Priority Pass, sentarse en los asientos de Business de los aviones, comer mejillones en Bruselas, ponerse ciega de chocolate (el de comer) y acudir a fiestas de cumpleaños por todo lo alto. Aquel exilio dorado fue breve, pero intenso.
Cuatro años después regresa a la política por la puerta grande, ya de la mano de Mariano Rajoy, ungido por el santo dedazo del hombrecillo insufrible, quien estuvo en dudas entre El Mudo de Santiago y Rodrigo Rato. Aznar tenía vista, que de haber errado en su capricho electoral estaríamos rescatando, además de cajas y bancos, al mismísimo FMI y a la empresa Visa. De la que nos hemos librado.
Mato fue de número 3 en la lista de Madrid en las elecciones de 2008. Eran los tiempos tenebrosos del zapaterismo en los que los homosexuales se casaban como si la unión entre dos personas del mismo sexo pudiera compararse con la fortaleza moral de las bodas como dios manda, como la de Sepúlveda y Mato. Parejas para toda la vida hasta que la política los separe, matrimonios ejemplares con tres niños correteando por casa, un Jaguar invisible en el garaje y vacaciones en EuroDisney.
Aquella Ana Mato despistada en las cosas de casa se batió el cobre en el hemiciclo del Congreso. Era uno de los azotes de los socialistas, de las que daba la cara en las preguntas de control, que más que preguntas eran peroratas. Quienes la conocen sostienen que es una mujer educada, como la mayoría de los dirigentes del PP, incluido Martínez Pujalte, nuestro ‘Saza’ del filme La Escopeta Nacional de Luis García Berlanga. Son educados aunque nunca dicen nada, o quizá por eso.
En algún momento de enorme confusión Ana Mato recibió la Medalla al Mérito de las Telecomunicaciones, lo que ya tiene mérito en un persona que no pisa una ‘tele’ y que no tiene ni idea en el arte de comunicar. Esa medalla es otra prueba de lo mal que está el sector o de cómo se reparten prebendas, premios, visas y puestos, tanto en el Gobierno como en la oposición. Basta con pertenecer a un partido con poder y entrar en el clan adecuando para pillar un tobogán de por vida. Mato pasó del clan de Valladolid al clan de Santiago de Compostela sin moverse del escaño.
Tras la victoria pepera del 20-N de 2011 y debido a que no se lleva bien con la señora María Dolores de Cospedal, duelo de Rotenmeyers, Rajoy la nombró un tres en uno: ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad con el resultado ya conocido. Se alejó del partido pero no del corazón del Jefe, que la tiene en altísima estima. No por sus grandes dotes políticas, eficacia comunicacional, empatía y capacidad sino por todo lo contrario, por su flamante inutilidad. Mariano se ve reflejado, acompañado en sus señas de identidad, expuestas en el primer post de esta serie de Tipos (y tipas) Inquietantes, y en sus dificultades ante la prensa, ante cualquier interlocutor que no exhale loas y el obligado santo y seña para medrar “sí señor, que bien has estado”.
Mato no puede ver una cámara de televisión. A diferencia de Pedro Sánchez que vaga por el Congreso preguntando por Jorge Javier, a la ministra le salen ronchas y picores por todo el cuerpo. Es ver el flash y se produce un blackout de ideas, un apagón monumental.
A Rajoy le debió encantar la rueda de prensa de la catástrofe, cuando anunció que el Ébola estaba en España; esa brillante exposición primera, ese dar paso después a sus acompañantes como si en vez de ministra fuese moderadora en el programa de Mariló Montero, ese escribir en un folio en blanco la única frase que recordaba: “ni se te ocurra abrir la boca”. Mariano debió sentirse feliz, allá en sus aposentos de La Moncloa, tumbado en su hamaca de psicoanalista, donde le pasa sesión una vez a la semana el gurú demoscópico Pedro Arriola.
Si en algún momento de la catastrófica presunta rueda de prensa sobre el Ébola en España, a Mariano le asaltó alguna crítica hacia su ministra clon fue la de salir a dar la cara ante esa jauría incontrolada de periodistas. Donde esté un buen plasma que se quite todo lo demás.
Nuestra heroína, transformada en #AnaMatomata, anda cabizbaja. Soraya Sáez de Santamaría le ha apartado con alevosía, colocándose ella al frente cuando todo estaba arreglado, los protocolos a la última y la prensa amiga disparando contra la auxiliar de enfermería. Ahora llega lo fácil. Al menos tiene la satisfacción de que no es Cospedal, la gran bruja de Toledo, su enemiga acérrima. Ana se siente señalada por los suyos que la rehúyen por pérfidas razones electorales, como si padeciera un Ébola político capaz de descarrilar el pensamiento conservador al completo.
A Mariano le han preguntado sobre el futuro de su ministra de Sanidad, destituida en diferido en simulación de responsabilidad. El Jefe miró al periodista, disparó dos o tres tics con su párpado izquierdo (el lado débil) y tiró de protocolo: “Por supuesto que apoyo a Ana Mato, si no, no sería ministra de Sanidad”. Traducido al gallego: ‘‘Ana Mato seguirá de ministra de Sanidad, o no’. Eso es sentido del humor.
(Protocolo para leer este post: mascarilla autofiltrante; no toque sin guantes de látex, y bajo ninguna circunstancia, los nombres propios, y menos si tienen cargos; lávese las manos con cloro, y si decide protestar, hágalo en la calle, nunca en la intimidad).
Ser Ana Mato no es tarea fácil estos días de crisis, convertida en el pimpampum del rojerío más envidioso y guerracivilista de Europa (aledaños del PP dixit) y de unos medios de comunicación que buscan desesperadamente lectores, televidentes, oyentes, clicks, tuits, lo que sea que cuente, aunque sea entubando a destiempo a Teresa Romero, víctima del Ébola y de la política sanitaria española.