Educar para la democracia
Estos días que estamos celebrando el 40 aniversario de la Constitución, casi coincidente con la irrupción en el escenario político de la extrema derecha, creo necesario recordar el artículo 27.2 de la misma, recuperar y reforzar su sentido y el espacio que nunca debería haber perdido en el sistema educativo. Dice así: “La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales”.
Leía hace unos días unas reflexiones de un profesor andaluz que sentía la responsabilidad del fracaso que como docentes podemos experimentar ante la deriva que muchos jóvenes han tomado en su opción política, que está al margen de principios democráticos, con un fuerte grado de intolerancia, xenofobia y sexismo.
La precariedad y la inseguridad económica son el caldo de cultivo para el voto a opciones extremistas. El Gobierno socialista de Pedro Sánchez está desarrollando una ambiciosa agenda social no sólo por imperativo de justicia social, sino también por imperativo democrático. Hemos de curar las cicatrices y heridas de la crisis para que no se produzca una metástasis contra la democracia y los valores ilustrados de tolerancia y fraternidad. Algunos siguen sin entenderlo.
Heredamos una crisis económica que ha debilitado la confianza social en las instituciones, en la capacidad del Estado para resolver muchos de nuestros problemas cotidianos y, así, surgen discursos falsos, fáciles, populistas que potencian el individualismo. Con ellos, también pensamientos radicales basados en mentiras y falsas creencias que dañan la convivencia y cuestionan la democracia. La convivencia se daña cuando desaparece el respeto hacia el otro, hacia nuestros vecinos o compañeros, sean parecidos o distintos.
Por eso, estoy plenamente convencida de que hay que romper todos esos esquemas, falsos tópicos y fake news alimentadas por la irresponsabilidad de determinados medios de comunicación que magnifican la importancia de estos pensamientos y minimizan el impacto de sus informaciones en la sociedad en general. Pero, sobre todo, en las mentes que no están plenamente formadas y que requieren educación, formación, valores y civismo para entender lo que sucede a su alrededor, hacer análisis crítico y poder discernir con fundamento.
Hoy reivindico, más que ayer, la formación y la educación para prevenir y vacunar contra el crecimiento de corrientes políticas profundamente antidemocráticas; y por ello reclamo el sentido del artículo 27.2 de la Constitución.
De manera muy irresponsable, el gobierno del PP eliminó una asignatura obligatoria en valores cívicos que abordaba la necesaria formación en nuestros valores democráticos –fundamentales para el desarrollo de la personalidad de nuestros jóvenes–, desoyendo las recomendaciones del Consejo de Europa, que con un gran sentido de defensa de los valores de convivencia europea y ante la creciente oleada de xenófobos en nuestro continente, quiso ponerle freno.
Lamentablemente, el exministro Wert eliminó esta asignatura con carácter obligatorio: hoy en día solo la pueden cursar los alumnos y alumnas que no optan por Religión, quedando en suspenso la aplicación del artículo 27.2 de la CE y excluyendo la enseñanza de los valores constitucionales comunes. Uno de ellos es, precisamente, el ejercicio de la libertad de culto y el respeto por el pluralismo religioso.
Recuperar las prácticas democráticas
Por si fuera poco, el sistema educativo que hemos heredado de Wert tampoco tiene bases de funcionamiento basadas en una práctica y modelo democráticos, puesto que el principio de participación quedó seriamente dañado al restringir la posibilidad de que la comunidad educativa tomase decisiones en los centros educativos.
Siempre he creído y defendido que para hacer teoría se requiere un grado importante de práctica. Por eso, si queremos dar lecciones sobre democracia, es de obligado cumplimiento ejercerla; sobre todo en los centros educativos, que son espacios y modelos de permanente aprendizaje. Esto hace que no sólo sea necesario recuperar la participación, sino practicar día a día normas democráticas, ejercer la tolerancia, crear climas y entornos de buena convivencia trabajando con medidas que la fomenten, con proyectos colectivos de centro y no proyectos individualizados que sean anecdóticos.
También creo y considero que nuestro sistema educativo actual puede hacer mucho para que nuestros jóvenes adquieran más conocimiento sobre nuestra historia, para que les ayude a entender nuestro presente y evitar caer en errores de nuestro pasado. En la práctica, los adolescentes desconocen nuestra historia más reciente: la mayoría de ellos finalizan la educación obligatoria sin conocer siquiera los casi 40 años de dictadura franquista y su herencia en nuestra sociedad actual. Solo se estudia en cuarto de la ESO, dentro de un bloque de diez temas que abarca “La estabilización del Capitalismo y el aislamiento económico del Bloque Soviético”, con un único criterio de evaluación y dos escasos estándares de aprendizaje. Como consecuencia, con temarios tan extensos, esta parte esencial del pasado no se conoce y nuestros jóvenes desconocen la memoria histórica.
Igual de necesario es introducir en colegios e institutos formación en afectividad, en igualdad, que siguen siendo asignaturas pendientes de nuestro sistema educativo. En los centros educativos sigue habiendo diferencias de roles, actitudes, juegos, valores y relaciones en el día a día. Estos son algunos de los objetivos que se deben afrontar y sobre los que la mayoría de los docentes ponen un gran empeño, porque son agentes implicados en acabar con el sexismo, detectar actitudes misóginas y ayudar a prevenir y combatir la violencia de género. Desde la socialización en la escuela se pueden alcanzar claves para una mejor interacción y comprensión, así como desarrollar un lenguaje común sin machismo, que culminen en el respeto y en una convivencia sin riesgos, sin peligros, sin violencia.
Es evidente que la educación no es ni debe ser el cajón de sastre para solucionar y prevenir muchos de los problemas que existen en nuestra sociedad, que los docentes no pueden poner freno a todas las influencias externas que inundan las mentes de niños y jóvenes, y que se requiere una implicación familiar, social y educativa para que adquieran un conocimiento, una formación sólida para interpretar la abundante información y toxicidad que les rodea. Pero los elementos educativos bien pensados, estructurados y planificados sí ayudan, mientras que su ausencia supone un riesgo inadmisible para las mentes de muchos jóvenes que fácilmente pueden dar el cambio de la defensa de una sociedad democrática a una que quiebra la convivencia, genera crispación social, intolerancia y se establece al margen de los valores constitucionales de un Estado de Derecho.
La futura ley educativa, y toda una serie de medidas van a recomponer la inclusión educativa, la educación democrática en valores y principios de ciudadanía, la igualdad de género y contra la segregación escolar. Esas son las necesidades urgentes para garantizar que las escuelas eduquen en y para la democracia.