En defensa de la Rey Juan Carlos, frente a las intromisiones de la política
Ayer, de camino a la URJC recibí un misil informativo: personal de nuestra universidad parece que está involucrado en la obtención supuestamente poco ética de un título de máster de la presidenta de la Comunidad. Es desolador. Otra losa a sumar a la carga de desprestigio que vestimos cada día.
No quiero sumergirme en el fango de los detalles de este caso. Vivimos otra tormenta perfecta en el que todo lo peor de la clase política, mediática y universitaria se mezcla de forma turbulenta para conseguir el fin último; dar pábulo a ese mensaje trumptiano de que la universidad pública no funciona. No es momento de entrar a detallar los problemas derivados de la gobernanza de nuestras universidades, ni del sinsentido de la intromisión política en buena parte de ellas, ni de la falta de proyectos sólidos y estratégicos de servicio público, ni de las oportunidades perdidas durante las crisis padecidas para hacer de nuestras universidades un motor real de cambio de nuestra sociedad. Eso daría para muchas líneas. No, hoy sólo quiero reivindicar a muchos de mis compañeros y al trabajo que hacemos en esta denostada URJC.
Sé que todos tendemos a simplificar y estereotipar: los catalanes son… o los del Madrid hacen… Así, leemos con bochorno los comentarios vertidos sobre nuestra institución sin hablar con profesores y/o alumnos de la casa. La URJC es… lo peor de las universidades públicas; es la universidad del PP; es un cementerio de elefantes políticos. Duele, profundamente. Hace unas semanas en una reunión en Bruselas unos colegas alemanes se hacían eco de pasados calvarios y preguntaban sobre lo acontecido en la URJC en meses anteriores. Difícil tarea. Son muchos los grupos y áreas donde el trabajo es espartano y donde la dedicación a la academia absolutamente monacal. Ínsulas que forman muchos archipiélagos de éxito científico y visibilidad internacional, donde se habla de ciencia y se intenta trasmitir a los alumnos pasión por lo que se hace, honestidad y ética en el quehacer y en el cómo vivir. Si, sitios donde se habla de éxitos en publicaciones científicas de alto nivel, o donde se discute cómo mejorar las actividades docentes y llegar mejor a los alumnos. Lugares donde los estudiantes de doctorado preparan foros para discutir sobre cuestiones situadas en el mismo borde la ciencia, o donde la lista de visita de profesores de prestigiosas instituciones extranjeras o de colegas en régimen sabático es muy elevada. Áreas donde podemos escuchar muchas lenguas y donde se han conseguido generar entornos de impacto global y a dónde se acercan académicos de todo el planeta. Esto es URJC. Una universidad pública y joven del entorno más popular e históricamente abandonado de Madrid. En Móstoles, Fuenlabrada, Alcorcón no hay centros de organismo públicos de investigación, ni otras infraestructuras nobles. La URJC es su ventana a la modernidad. ¿Nos la cargamos?
Somos mayoría los que sufrimos con estas cosas y los que nos dedicamos a tiempo completo y en muchas ocasiones en condiciones difíciles a investigar y enseñar. No nos olvidemos que para ser tan amigos del poder somos la universidad pública peor financiada de Madrid (y de toda España). Todos nos peleamos contra los recortes en ciencia, o luchamos contra las limitaciones impuestas por la nueva Ley 9/2017 de 8 de noviembre, de contratos del sector público que impide ejecutar los gastos de los proyectos de investigación que con tantas dificultades conseguimos. Somos honestos, al igual que los compañeros de otras universidades públicas. Somos buenos profesionales y productivos. La mayoría nos sentimos maltratados por lo que está pasando y por el estigma que se nos ha puesto. Existe otra URJC, la mayoritaria, la que no tiene conexión con el poder político, la que lucha para sacar nuestro proyecto social hacia adelante, la profesional del servicio público, la de los investigadores que han tenido que seguir una carrera muy dura para conseguir una plaza permanente.
El prestigio en las cloacas y el trabajo de mucha gente en una universidad pública aparece completamente desacreditado. Se rema en la misma dirección para hacer que, no sólo la URJC, si no la universidad pública en mayúsculas termine por desaparecer, maltratando a esta herramienta crucial de justicia social y de reequilibrio.
Seguro que hay disfunciones en la URJC, como en otras instituciones. Marquémoslas y limpiemos la herida, pero no tiremos contra el trabajo honrado, honesto y valioso de mucha gente porque nos estaremos dando un tiro en el pie.