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Ya está bien

El líder del Partido Popular, Pablo Casado, en una imagen de archivo.

Baltasar Garzón

No sé si en el mundo entero, pero sí en un gran número de países, se está produciendo una metamorfosis política preocupante hacia la extrema derecha, que en forma larvada viene arrastrándose desde la crisis financiera de 2008, “resuelta” con medidas draconianas y austericidas que han dejado infinidad de daños directos y muchos más colaterales. De igual modo, han afectado el proyecto de vida de cientos de miles de seres humanos, en España y en todo el mundo, con una marcada deriva hacia la ultraderecha que en la actualidad se manifiesta de forma clamorosa y abierta.

En esta deriva internacional hacia una especie de neofascismo de corte neoliberal, asistimos en España a una desgraciada puesta en escena de los políticos de derechas locales, ansiosos de retomar el poder del que se sienten injustamente arrojados, utilizando para ello todo tipo de descalificaciones y mentiras, sin importarles incurrir en las más evidentes inconsecuencias. Vemos cómo arbitran la realidad a su medida, aplaudiendo las acciones de las instituciones cuando les benefician y denostándolas si les vienen de frente. Eso es lo que está haciendo el Partido Popular que, acostumbrado durante demasiados años a tener a su disposición a un sector de la justicia, de los medios de información, del poder económico y habituado al mangoneo más descarado, no se resigna a encontrarse en los asientos del público. La acción de su líder Pablo Casado llega a ser incluso poco ética. Todo vale con tal de recuperar el poder.

Pensando que así se despegaba de la corrupción que asola a su partido y que mal que le pese está firmemente dictaminada por sentencia, Casado ha desechado a sus compañeros de formación de los viejos tiempos en la convicción de que, de ese modo, el mal no le alcanzaría. No sé si por inexperto, por iluso o por ignorante, no esperaba que la corrupción le pudiera salpicar.

Los que hemos dedicado nuestro mejor esfuerzo a combatirla, sabemos que la corrupción es una telaraña pegajosa y difícil de eliminar, que acaba atrapando a los que se aproximan demasiado a ella sin denunciarla, sin hacer nada por su erradicación. Pero, si ese planteamiento es torpe, resulta ya patético que el discurso parlamentario del partido que lidera se instale en la calumnia, la injuria, la manipulación y el insulto como únicas armas para superar al oponente, arrasándolo todo como un caballo desbocado, que se asoma peligrosamente al neofascismo y traicionando los principios ideológicos de una derecha democrática.

Quien se postula para ser algún día el sucesor de Pedro Sánchez en la silla de la Presidencia del Gobierno, está acusando a los demás de los mismos vicios en que los suyos han incurrido hace tan sólo unos meses atrás: forzar a la justicia a trabajar para sus fines e intereses y acusar a los profesionales que valerosamente se les resisten y no se dejan doblegar de estar politizados y trabajar para los intereses de sus adversarios. “O estás conmigo o estás contra mí”, como si la imparcialidad y la independencia no existieran, como si éstas no fueran las cualidades intrínsecas de la administración de justicia.

El que utiliza una política de este jaez no tiene consistencia, trabaja en exclusiva para su propio interés de poder y le importa poco o nada lo que le ocurra a la sociedad, fuera del limitado colectivo al que responde y al que debe su puesto y que, probablemente, financia a su propia formación.

Disputa por encabezar la derecha

Como en todo teatro, en este también ha de haber un director de escena, actores principales, secundarios y de reparto. Si Pablo Casado pretende ser el protagonista de la derecha española tal protagonismo se lo disputa el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, que, tras sucesivas idas y venidas, sus “ahora te sigo, ahora, no”, siempre rascando un poco más de lugar al sol, pareciera haber elegido enarbolar la bandera del ultranacionalismo para hacerse con el monopolio de lo que significa ser “español”.

El papel de reparto lo escenifica el recién llegado, pero no por ello menos avieso, Santiago Abascal, en nombre de VOX, que se erige a sí mismo como el auténtico representante de la extrema derecha, sin esconder su intención de emular a otros sombríos colegas europeos. Y, lógicamente, la dirección de la obra no puede sino corresponder a alguien como el resurgido José María Aznar, el expresidente que no tuvo reparos en meter a su país en una guerra ilegal o en mentir descaradamente para no perder unas elecciones, aún a costa de confundir deliberadamente la autoría de uno de los más terribles atentados terroristas que ha sufrido nuestro país, o en presionar y descalificar a las víctimas del Yak 42 para tapar los errores y la desidia de su propio Gobierno.

Esta disputa por demostrar quién es más de derechas (sin reparar en extremos), hace daño a la ciudadanía y al país del que formamos parte. Un buen ejemplo lo tenemos en el acto organizado por la Plataforma España ciudadana impulsada por los de Albert Rivera en la localidad navarra de Alsasua en homenaje a las fuerzas de seguridad, prevista para el domingo 4 de noviembre. Vox se apuntó de inmediato, anunciando que a la cita iba a acudir el propio Santiago Abascal. Y ¡a ver qué remedio! el PP también aseguró su presencia en las personas de su líder local Ana Beltrán y el exdirector general de la policía y portavoz popular en el Senado, Ignacio Cosidó.

En plena pelea de codazos a ver quién es más afecto a la guardia civil y a la policía, los vecinos de Alsasua, asombrados e indignados, se han rebelado por lo que consideran una práctica “de oscuros intereses” y “ensañamiento fascista”. Decidieron que la respuesta sería una marcha el día anterior con el lema “Dejad en paz a Alsasua” y una convocatoria de actividades festivas y culturales en la plaza principal, el domingo, a la misma hora que el acto convocado por la derecha.

Es sin duda un espectáculo lamentable, que trasciende lo político y aprovecha como excusa lo judicial, representado por una sentencia, más que cuestionable, no firme, al estar pendiente en la sala de apelaciones de la Audiencia nacional del recurso presentado por las defensas de los condenados, oriundos de Alsasua, para escenificar acciones que, cuando menos, representan un desafío a otra parte de la sociedad.

La frustración del PP

Lo que estamos viviendo con el Partido Popular es la frustración por haber sido pillados en el epicentro de la corrupción, con importantes cargos y militantes condenados por delitos cometidos contra el erario de España, en contra de la misma Patria que ahora dicen querer defender como el que más, todo ello a costa del contribuyente que ha pagado religiosamente sus impuestos y al que ahora quieren convencer de que les vote o les siga votando. Necesitan recuperar el sillón del gobierno, no sólo por su propio interés, sino por los intereses mucho más poderosos a los que se deben y que no suelen consentir estos fallos.

El miércoles 31 de octubre, en la sesión de control del Congreso, Casado se dirigía al presidente del Gobierno para repetir cansino la cantinela habitual, es decir, que cuándo pensaba romper “su relación con los independentistas” y “convocar elecciones”. En esta ocasión no le calificó de golpista, como había hecho con anterioridad cruzando líneas rojas que nunca se deben franquear. Hacerlo supone agraviar el concepto de democracia con una ligereza de lenguaje que sólo busca la descalificación aún a costa de las instituciones y deja vacío el espacio de verdadero interés para los ciudadanos que esperan que se les dé solución a sus problemas sin tener que asistir de forma permanente a peleas de gallos descabezados.

A esta reiterada provocación, el presidente respondió haciendo muda referencia a los audios descubiertos de Dolores de Cospedal, a la sazón Secretaria General del PP, con el comisario Villarejo en el verano de 2009, época en que la trama Gürtel estaba en plena tramitación ante el Tribunal Superior de justicia de Madrid. En esta conversación, al parecer, adelantaba la jugada de lo que se investigaba en tal organización delictiva que involucraba exclusivamente al Partido Popular. El presidente del Gobierno preguntó al jefe de la oposición qué favor le debía a algún diputado para no luchar contra la corrupción de su partido.

Partiendo de la dudosa legalidad de los audios y su nulo valor probatorio, los que contienen, según lo publicado, la conversación del señor Villarejo con la señora de Cospedal en nada se parecen a los que recogían lo hablado en una comida entre ocho comensales y que sirvieron de base para el miserable ataque personal contra la Ministra de Justicia, Dolores Delgado, por parte de toda la jauría popular. Unos hechos que se descalifican en sí mismos y a quienes los han utilizado de forma artera y que sólo buscaban acabar con el Gobierno a través del agravio a una persona de intachable trayectoria al servicio de la Justicia.

Lo reitero, para ellos todo vale con tal de recuperar el poder. Los audios de Villarejo y Cospedal no responden a un morbo malsano, sino que dan cuenta de una conversación sobre cómo poder evadirse de la justicia y evitar las consecuencias legales de las acciones corruptas del Partido Popular, que estaban siendo investigadas en ese momento y que buscaban, o al menos pretendían hacerlo, cómo librarse de la acción de la justicia. No por nada Albert Rivera ha decidido marcar distancias con los populares y lo ha hecho anunciando que retiraba su frente común contra los presupuestos. Estos vaivenes son muy significativos.

Lobos que abandonan la piel de cordero

Tales acciones ponen de manifiesto la confrontación entre dos conceptos sobre el poder: uno verdaderamente democrático, que se basa en la ética y en la transparencia, en el que los administradores buscan formar a unos ciudadanos acostumbrados a exigir y a pedir explicaciones sobre cualquier posible desviación. Y la forma tradicional, que está al servicio de intereses poco claros, opacos, ajenos al proceso democrático pero que son los que de verdad controlan las instituciones y las estructuras económicas para seguir medrando en su propio beneficio. De ahí tanta “pasión” en el ataque, tanta agresividad en las formas y tan poco fuste en los contenidos.

En estos tiempos tan convulsos, es imprescindible actuar desde todos los foros para que la sociedad reconozca a los lobos que según pierden los nervios van abandonando la piel de cordero, antes de que sea tarde y nos veamos inmersos en situaciones como las que vive Brasil y algunos países europeos, que parecen estar especialmente empecinados en desandar el camino democrático y volver a fórmulas políticas que tanto dolor produjeron en tantas vidas. Ahora, van revestidos de defensores de la seguridad, de la defensa del estilo de vida occidental, del combate a la inmigración, considerando a los extranjeros “invasores”, como así los identifica el paladín de esta política, Donald Trump, o Mateo Salvini en Italia, posiciones xenófobas que ocultan otros males mayores que aquejan a nuestras sociedades y que no se quieren afrontar.

Desde todos los foros, desde el artístico, desde el filosófico, desde el académico, desde el político, desde el periodístico, desde las instituciones y los sindicatos, desde las entidades sin ánimo de lucro y cada cual, en la medida de sus posibilidades, debemos hacer pedagogía de la democracia. El mensaje ha de dejar claro que esta forma de actuar de la derecha no es democrática, no es ética, no piensa en el bienestar social ni pretende empoderar a los ciudadanos; que busca su propio beneficio y poco más le interesa; que tratan de descalificar al oponente porque no tienen argumentos propios para enaltecerse, para hacer un debate de altura con ideas de verdad y porque temen que su adversario político se haga fuerte con el apoyo social.

Debemos apelar también a los profesionales de la justicia, pero de una justicia independiente y que no pretenda hacer el trabajo de la política; que no esté al servicio de la política sino comprometidos frente al poder o frente a los poderes fácticos. Ellos en suma tendrán que ejercer su papel en la balanza niveladora entre el bien y el mal que les ha asignado el Derecho, aplicando una visión de justicia que tenga como fin la defensa de los ciudadanos y sus derechos, a los que les resulte próxima y no lejana ni ajena. Se trata de que podamos percibir que el judicial es verdaderamente un Poder del Estado, que está puesto ahí para contrarrestar a los otros dos poderes que juegan en el mismo terreno de la política. Sin división de poderes no hay Estado de Derecho. Sin una Justicia independiente no hay Estado de Derecho, sin una Justicia que defienda los derechos de los ciudadanos frente al poder político y económico no hay Estado Social y Democrático de Derecho.

Superar el incipiente neofascismo neoliberal

De lo contrario, si dejamos pasar los síntomas evidentes de involución nos haremos cómplices y causantes de lo que sin duda se perfila como un futuro tenebroso. Tenemos el ejemplo de nuestros vecinos europeos y el mapa de todos los países en que paso a paso la ultraderecha ha tomado posiciones y gobierna en solitario o en coalición. Y que espera en las elecciones europeas formar un frente común en el Parlamento de la UE para poder presionar frente al resto de formaciones e imponer sus criterios en la política comunitaria y anticomunitaria.

O lo que ya está ocurriendo en Brasil, donde el pasado domingo 28 de octubre se produjo un acontecimiento histórico, y no por anunciado menos preocupante, con impacto planetario. Jair Bolsonaro, el candidato a la presidencia del país carioca que incluyó medidas en su programa y adoptó posiciones en su campaña de carácter xenófobas, homófobas, racistas, antidemocráticas, de destrucción del medioambiente y exaltadoras de la dictadura y la tortura, ganó por una amplia mayoría y será pronto investido como jefe de Estado y de Gobierno de uno de los países más influyentes de América y del mundo. Pero es que, a pocos días de la victoria de aquel, su Congreso ya está sumido en la votación de propuestas para aplicar la ley antiterrorista a los “sin techo”, a los trabajadores rurales o a todos quienes, según propuesta de la mano derecha de Bolsonaro, Magno Malta, realice “actos para coaccionar al gobierno” o “hacer o dejar de hacer algo, por motivación política, ideológica o social”, conceptos que definen el crimen de terrorismo desde su óptica.

O entre otros proyectos legislativos, el denominado “Escuela sin partido” cuyo objetivo es combatir la, para ellos, “ideología de género” que modificará la Ley de Directrices y Bases de la Educación para que disciplinas que tengan como parte de su contenido cuestiones de género o que traten sobre orientación sexual sean prohibidas en las escuelas. O la decisión de sumar al Ministerio de Agricultura el de Medio Ambiente, para desesperación de quienes velan por los recursos naturales y pretenden proteger espacios tan básicos para la salud del planeta como la Amazonía, para gozo de las multinacionales que allí operan.

Frente a las arbitrariedades y la obstrucción del viejo y chirriante aparato de gobierno que entorpece la democracia participativa, hay que situar al ciudadano como eje central del sistema y humanizar la política sin disciplinas de partido que escondan intereses espurios. Ese es el camino para superar esta etapa de neofascismo neoliberal incipiente, plasmada en las personas de estos líderes que con la mentira y la difamación nos llevan hacia el oscuro camino de la intolerancia y del odio, cuyo recorrido acaba irremediablemente en la violencia, en la barbarie y después en la impunidad. De nosotros depende ponerle atajo cuanto antes pues se han empezado a cruzar algunas líneas rojas y no podemos esperar a que se sigan cruzando otras más. Ya está bien.

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