En la crisis de la Covid-19 no solo mata el virus
Estos días España está empezando a doblegar el primer ataque de al Covid-19. Parece muy probable que produzca más adelante otras “réplicas” infecciosas menores, pero el efecto del coronavirus tiene otras olas no estrictamente infecciosas muy amenazantes.
Pasará esta primera ola de infección muy masiva, que pone contra las cuerdas al sistema sanitario y que está causando muerte, ya veremos cuántas. Lo veremos cuando, al final, podamos valorar con perspectiva lo que se llama “exceso de mortalidad” durante el periodo a través de análisis de series previas. Nunca los sistemas de registro directo son enteramente fiables para establecer el impacto real de una causa. Después de pasado todo podremos saber muy fiablemente a cuántos infectó y a cuántos mató este virus que está resultando más severo de lo que todos los expertos vaticinaron en un principio.
Desgraciadamente esto no va a terminar cuando acabe esta primera avalancha. El efecto social producido por las innegablemente necesarias medidas adoptadas para evitar muertes va a producir otras tres olas de daño socio-sanitario.
Habrá una segunda ola, que veremos enseguida: el impacto de las semanas que el sistema sanitario estuvo centrado en la Covid y no pudo dar respuesta adecuada a las enfermedades que fueron apareciendo es este periodo y que, a día de hoy, están por conocer.
La tercera ola es el impacto en los pacientes de enfermedades crónicas a los que no se pudo atender como se venía haciendo, en el hospital y en atención primaria porque el sistema estuvo ocupado y sobrepasado por la emergencia vírica. Hay que añadir aquí los retrasos en consultas, pruebas médicas e intervenciones quirúrgicas suspendidas en un entorno previo de enormes demoras. Tanto esta como la segunda ola serán tanto más graves cuanto más se desaprovechó por los respectivos gobiernos regionales la Atención Primaria de Salud. La respuesta aquí ha sido muy variable y en los extremos quizás La Rioja, en donde se mantuvo gran protagonismo y el máximo de funcionalidad, y Madrid, donde literalmente se cerró.
Por fin, la cuarta ola es la más intensa y grave: las consecuencias en las personas y en su salud mental por el trauma, el confinamiento, los duelos incompletos, el paro, los cierres de empresas y comercios, las dificultades económicas en general. Y aún más las consecuencias en la economía social y en la equidad. Esto es lo peor. La salud de un país, de una comunidad tiene que ver más con las circunstancias socioeconómicas en las que viven las personas que con los virus, incluso más que con los dispositivos sanitarios. Hay una relación matemáticamente directa entre el nivel socioeconómico y la salud, constatada invariablemente desde mediados del siglo XIX y que cada mes se reedita en las publicaciones científicas en cualquier parte del mundo.
La consecuencias en la salud, vamos a centrarnos en España, de los españoles van a ser leves o fatales según la respuesta que demos como sociedad a estas cuatro olas.
La respuesta a la primera ha sido razonablemente satisfactoria en nuestro país, se podrá analizar cuando todo esto haya pasado, considerando la debilidad en la que ha pillado a nuestra excelente red sanitaria pública empobrecida tras años de abandono, depauperada económicamente y con una reducción temeraria de plantillas. Solo la profesionalidad de los sanitarios la ha hecho funcionar a costa de su dedicación y sobreesfuerzo.
Para la segunda y la tercera olas tenemos el modelo, sabemos cómo debe funcionar: con una atención primaria bien dotada y resolutiva que llega hasta el último rincón del territorio para dar asistencia a lo físico, a lo psicológico y a lo social, lo agudo y lo crónico y que, además es un observatorio epidemiológico privilegiado. Completa el dispositivo un hospital bien dotado y con las plantillas bien dimensionadas, que no arrastre listas de espera y que sea capaz de soportar las eventualidades que vayan apareciendo, porque irán apareciendo.
Ya hacía referencia hace unas semanas a la otra vertiente asistencial: la protección social de los más desfavorecidos, ancianos y dependientes, otra víctima trágica de los pasados recortes.
Ahora la gente ha conocido que existe algo que se llama “Salud Pública”(SP), una disciplina científica encargada de medir, monitorizar, descubrir amenazas y buscar las mejores soluciones técnicas dentro de una colectividad. Paralelamente al desmantelamiento de la asistencia sanitaria, los servicios de SP del Estado y de las CCAA fueros devastados durante los años de la crisis. Nunca pasaron del 1% del presupuesto de sanidad y la Ley General de Salud Pública de 2011. que pretendía darle su justo protagonismo, no llegó a desarrollarse. La epidemiología, una de sus ramas, trata técnicamente, por encima de opiniones, cuándo estamos en una amenaza, cómo y con qué abordarla. En estas semanas hemos visto a propósito del coronavirus un esperpento. Opiniones personales, bulos, muchos de ellos malintencionados, espectáculos mediáticos, tertulianos al uso, también ahora convertidos en expertos salubristas y políticos desaprensivos y oportunistas. Hemos pasado de ser todos entrenadores de fútbol a ser expertos en epidemiología. No es cuestión de opiniones ni de objeto para la batalla politicastra. Es el trabajo que tienen que hacer los departamentos de SP del Estado y de las CCAA para lo que requieren reconocimiento, personal y medios suficientes. La pandemia es una enfermedad social y corresponde a los servicios de SP diagnosticarla, determinar el tratamiento estratégico y vigilarla.
Por fin, las consecuencias económicas que van a generar más pobreza hay que manejarlas con herramientas políticas ambiciosas. El objetivo debe ser minimizarlas pero, fundamentalmente, que no generen más inequidad, que no disparen la desigualdad que produjo la crisis económica de 2008. Decíamos muchos entonces que lo peor de la crisis sería las consecuencias de la estrategia que se adoptara para abordarla ¿recuerdan? Entonces la respuesta fue lo que se llamó eufemísticamente “austeridad” y consistió en un obsceno traspaso de los recursos púbicos a los bancos, que por cierto, no lo olvidemos nunca, fueron los responsables de aquella crisis. Dirigidos entonces por el poder económico instalado en Bruselas, los respectivos gobiernos, algunos con entusiasmo como el nuestro y otros amenazados de “muerte”, desposeyeron a los ciudadanos de todo para dárselo a los bancos. 62.000 millones de euros de los que apenas se han recuperado 3.000. La consecuencia fue el empobrecimiento de las clases medias mientras las clases bajas caían en la miseria y los ricos se hicieron más ricos. La respuesta política entonces, no la crisis en sí, multiplicó la inequidad. La equidad y la justicia social son el primer mandamiento en cualquier religión y la primera prioridad para cualquier ética.
Así pues debemos exigir un sistema sanitario público remozado y eficaz, un sistema de protección social solidario y unas políticas intersectoriales, económicas, fiscales, educativas, laborales, de vivienda… propias de un país socialmente avanzado.
Muchas serán las dificultades. El poder económico no ceja, busca el negocio hasta, incluso y, sobre todo, en las crisis. Carece de escrúpulos y es insaciable y muy poderoso. Busca el negocio en la sanidad y en los servicios a los ancianos y dependientes, en las dificultades de quienes no pueden pagar los alquileres o las facturas, de los que pasan por dificultades de cualquier tipo. Su única prioridad es multiplicar sus beneficios a cualquier costa y cuentan con sus propios políticos que ponen lo público a su servicio.
Enfrente estamos nosotros, todos, incluso los que ahora nos creemos al abrigo, con unas pocas reservas, con un sueldo aceptable, con piso propio, coche y vacaciones. Esta crisis está demostrando que todos somos vulnerables. Solamente empujando todos juntos lograremos vencerla, primero al virus y luego a sus consecuencias. Tenemos una oportunidad para rehacer nuestro Estado del Bienestar pero eso se hace con políticas. Que cada uno se retrate, oigamos lo que cada partido propone y lo que hace cuando está en situación de poder. No todos son iguales, no todos quieren responder a la crisis actual con las mismas estrategias.
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