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Mientras tanto ¿qué hacen los demócratas?

Superados por los acontecimientos, desbordados por el torbellino de decisiones de Donald Trump y todavía traumatizados por la derrota en las presidenciales, los demócratas no saben muy bien qué hacer.

Ante el alud de medidas anunciadas por la Casa Blanca, de momento parecen estar perdidos. Cuando Chuck Schumer, el líder de la minoría en el Senado, soltó unas lágrimas durante una protesta por las restricciones impuestas a inmigrantes y refugiados de países de mayoría musulmana, lo que le valió un tuit despectivo de Trump, no se sabía muy bien si lloraba de rabia ante la situación o de impotencia por no poder evitarla.

Lo cierto es que desde la minoría poco se puede hacer. Los demócratas cuentan con 193 representantes (de 435) en la Cámara Baja, dirigidos por la incombustible Nancy Pelosi, y 46 senadores (de 100) a los que se añaden dos independientes progresistas: Angus King, de Maine, y por supuesto Bernie Sanders, de Vermont. Este último, siempre imprevisible, aseguraba hace unos días en las páginas del Washington Post que estaba dispuesto a trabajar con Trump si éste cumplía su promesa de luchar contra las grandes farmacéuticas.

La provocación de Sanders ha recordado que el partido demócrata dista mucho de estar unido. Aunque el liderazgo ha prometido dar la batalla contra el nombramiento del juez conservador Neil Gorsuch, propuesto por Trump para ocupar la plaza vacante del Tribunal Supremo, no se descarta que algunos demócratas puedan votar por él (los republicanos necesitan 60 votos para romper la minoría de bloqueo demócrata, el famoso “filibuster”).

Los demócratas más moderados o los que se enfrentan a la reelección en 2018 en estados donde ha ganado Trump (Dakota del Norte, Misuri, Indiana o Montana) parecen más dispuestos a dar una oportunidad a Gorsuch. Otros sin embargo no han perdonado a los republicanos el bloqueo de la candidatura del juez que propuso Obama para el sillón vacante del Supremo, Merrick Garland, y quieren vengarse. Pero no será fácil y en todo caso habrá tensiones.

Si en Washington la oposición parece desorientada, en la calle, en las ciudades y en los estados se está reagrupando de forma más eficaz. Las bases, los alcaldes y los gobernadores se están movilizando contra Trump.

Organizaciones progresistas como ACLU (American Civil Liberties Union), que se ha movilizado en defensa de los inmigrantes y refugiados, MoveOn.org o Democracy for America están registrando récords de donaciones y de nuevas adhesiones. El caso de ACLU es el más espectacular: en una semana, desde el anuncio de las medidas antirefugiados, ha recaudado más de veinte millones de dólares, siete veces más de lo que consiguió durante todo el año 2015.

Las llamadas “ciudades santuario”, las ciudades que limitan su colaboración con las autoridades federales de inmigración e intentan integrar a sus indocumentados (entre otras Nueva York, Los Ángeles, Chicago, Detroit, Seattle o Houston), también están en pie de guerra.

El alcalde demócrata de Nueva York, Bill de Blasio, ha amenazado con llevar al gobierno a los tribunales si le obliga a “deportar a sus ciudadanos” o “dejar a niños sin sus padres”. A Bill de Blasio la batalla le ha venido bien porque sus tres años al frente de la ciudad han sido bastante decepcionantes y ahora que moviliza a sus simpatizantes contra Trump también aprovecha para pedir fondos para su reelección.

Mientras, el alcalde de Chicago, y exjefe de gabinete de Barack Obama, Rahm Emanuel, ha desafiado a Trump después de que este amenazara con mandar a la Guardia Nacional para frenar la violencia en sus calles. “Que los mande”, le ha lanzado Emanuel.

Y luego están los estados, empezando por California (el más rico de Estados Unidos y la décima economía del mundo). Su gobernador demócrata, Jerry Brown, no está dispuesto a someterse a las nuevas leyes que vengan de Washington, sobre todo en temas de medio ambiente. Anticipando un enfrentamiento complicado en los tribunales el parlamento de Sacramento ha contratado a Eric Holder, exministro de Justicia de Obama, para que defienda al Estado de las iniciativas de Trump. La batalla acaba de empezar.

Superados por los acontecimientos, desbordados por el torbellino de decisiones de Donald Trump y todavía traumatizados por la derrota en las presidenciales, los demócratas no saben muy bien qué hacer.

Ante el alud de medidas anunciadas por la Casa Blanca, de momento parecen estar perdidos. Cuando Chuck Schumer, el líder de la minoría en el Senado, soltó unas lágrimas durante una protesta por las restricciones impuestas a inmigrantes y refugiados de países de mayoría musulmana, lo que le valió un tuit despectivo de Trump, no se sabía muy bien si lloraba de rabia ante la situación o de impotencia por no poder evitarla.