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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

Primeras disensiones en el Gobierno de Trump

Abraham Lincoln pensaba que tener un equipo de ministros con fuertes personalidades, “a team of rivals”, era una gran ventaja. “Lincoln se rodeó de colaboradores con grandes egos y grandes ambiciones que no dudaban en cuestionar su autoridad y discutir con él”, cuenta la historiadora Doris Kearns Goodwin. A Barak Obama por ejemplo se le alabó la decisión, en 2008, de hacer de Hillary Clinton su secretaria de Estado y de mantener al republicano Robert Gates, nombrado por George W. Bush, en la cartera de Defensa.

El Gobierno de Trump promete ser un “team of rivals” bastante sui generis.

A primera vista, los 15 miembros del Gabinete se parecen mucho: vienen del sector privado; casi ninguno ha trabajado en la Administración, salvo los militares; son hombres, sólo hay cuatro mujeres en la cúpula, comparadas con las siete de Obama (transporte, educación, pequeñas empresas y la embajadora en la ONU); y son mayoritariamente blancos. El único afroamericano es un cirujano jubilado que va a dirigir el Ministerio de Vivienda y Desarrollo Urbano. Es el Gabinete menos diverso de la historia reciente de Estados Unidos. Y por primera vez desde 1989 no incluye a ningún latino

Pero las sesiones de confirmación de los nombramientos, que han empezado hace unas semanas en el Congreso, han mostrado ya algunas fisuras (ver el vídeo muy revelador de la revista Time).

La más sorprendente ha sido sin duda la del nuevo secretario de Defensa, el general retirado James “Mad Dog” Mattis, veterano de las guerras de Irak y Afganistán. 

El pasado fin de semana, en una entrevista en The Sunday Times, Trump reafirmaba que la OTAN es un invento “obsoleto” porque fue diseñado hacía “muchos, muchos años” y porque los países miembros no estaban “pagando lo que les tocaba”. Pero Mattis ha dicho a los senadores que “si la OTAN no existiera, habría que inventarla” y que la alianza transatlántica es la mejor garantía de seguridad contra la “amenaza” rusa.   

En la misma entrevista el futuro presidente también declaraba “no estar contento” con el acuerdo nuclear con Irán, alcanzado en julio de 2015, “uno de los peores jamás firmados”. Una iniciativa que sin embargo Mattis ha respaldado “porque cuando Estados Unidos da su palabra, debe respetarla y trabajar con sus aliados”.

Cuando Trump preguntó a Mattis qué pensaba del waterboarding se quedó “sorprendido” cuando este le contestó “que no le veía mucha utilidad” y le dijo “que un paquete de cigarrillos y un par de cervezas eran más efectivos que la tortura”. Al parecer el general ya había contribuido a matizar la opinión de Trump, que durante la campaña dijo que el “waterboarding” no era “la mejor de las cosas, pero nada comparado con las alternativas”.

Incluso, Jeff Sessions, el polémico fiscal general (con funciones de ministro de Justicia) y senador por Alabama desde hace veinte años, ha dicho ante el Senado que no iba reinstaurar el waterboarding y ha afirmado que piensa ser independiente y enfrentarse a Trump si su conciencia se lo exige.

El que también ha matizado las promesas electorales del nuevo presidente es otro militar retirado, el general John Kelly, nuevo secretario de Seguridad Nacional. Kelly, que teóricamente se encargará de construir el famoso muro en la frontera con México, estima que “una barrera física” no solucionará “por sí sola” el problema de la inmigración ilegal, y se ha mostrado totalmente contrario, como sugirió Trump en la campaña, a crear un registro de los musulmanes que viven en Estados Unidos. 

Más en sintonía con Trump está Rex Tillerson, expresidente de la petrolera ExxonMobil y nuevo secretario de Estado, que ha prometido, entre otras cosas, “mandar una señal muy clara” a Pekín para decirle que dejen de crear islas artificiales en el mar de China y prohibirles el acceso a las que ya han construido, declaraciones que ya han creado gran inquietud.

Pero la gran incógnita es saber como hombres como Tillerson, o Steven Mnuchin secretario del Tesoro (y productor de Hollywood entre otras cosas), o Wilbur Ross, responsable de Comercio y magnate de las finanzas, millonarios acostumbrados a tomar decisiones y a mandar, van a poder trabajar en un Gobierno.

Y sobre todo como van a aceptar el tutelaje de la mayoría republicana en el Congreso, y muy particularmente la del presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, cuando éste les diga que las medidas que quieren implementar no cuentan con el respaldo del partido o deben conseguir primero el visto bueno de algún subcomité técnico del que nadie ha oído hablar. Veremos entonces como funciona eso de los egos y las ambiciones.

Abraham Lincoln pensaba que tener un equipo de ministros con fuertes personalidades, “a team of rivals”, era una gran ventaja. “Lincoln se rodeó de colaboradores con grandes egos y grandes ambiciones que no dudaban en cuestionar su autoridad y discutir con él”, cuenta la historiadora Doris Kearns Goodwin. A Barak Obama por ejemplo se le alabó la decisión, en 2008, de hacer de Hillary Clinton su secretaria de Estado y de mantener al republicano Robert Gates, nombrado por George W. Bush, en la cartera de Defensa.

El Gobierno de Trump promete ser un “team of rivals” bastante sui generis.