¿Tiene el mundo razones para temer la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca? La opinión generalizada es que sí. Este blog colectivo de eldiario.es vigilará de cerca al nuevo presidente norteamericano y si es preciso hará la autopsia de lo que quede de Estados Unidos.
Trump, el presidente más presidencial de la historia y del mundo
Según me siento a escribir este artículo, Donald Trump acaba de tuitear sobre su HISTÓRICO paquete de recortes. Las mayúsculas son suyas, aunque a Trump no siempre le hacen falta para reforzar lo que quiere decir. El presidente es un personaje exagerado, extremo, hiperbólico. Y eso se refleja en su forma de hablar, de escribir, de tuitear...
Para comunicarse con lo demás, Trump es un adicto al superlativo.
Centrémonos por ejemplo en los últimos dos días y en su herramienta de expresión favorita: Twitter. Solo en 48 horas, Trump ha contado que en sus primeros 500 días de mandato (de “grandeza”) ha logrado “más que ningún otro presidente” y que ahora la economía estadounidense y el empleo están “mejor que NUNCA, porque NUNCA ha habido un momento mejor para encontrar trabajo”. De hecho, la actual economía es la “más grande en la HISTORIA de América”, como nos ha recordado varias veces.
Solo en estos dos días también nos ha hablado de su lucha contra el déficit comercial “masivo” y de la investigación contra él, que es “una caza de brujas” y además “totalmente INCONSTITUCIONAL”. Aún espera que se tomen medidas contra la “corrupta Hillary” y el “escurridizo” exdirector del FBI, James Comey, pero por si acaso recuerda que tiene el “derecho absoluto” a INDULTARSE a sí mismo.
Y aún con todo esto encuentra tiempo para recomendar un libro “tremendo” y dar ánimos a varios republicanos que “de verdad aman al país” y cuentan con su “apoyo total”. Recordemos: esta avalancha de mayúsculas y adjetivos contundentes se ha producido en solo dos días.
Fuera ya de Twitter, a Trump no le vale con ser o no ser algo, tiene que ser superlativo: el que más o el que menos. No es que no sea machista, es que “nadie respeta a las mujeres tanto como él”. Tampoco le vale con no ser racista, es “la persona menos racista que existe”. Es “más presidencial” que ningún otro presidente y tiene “una de las mejores memorias de todos los tiempos”, además de “uno de los más altos intelectos”. “Nadie” como él para entender el peligro de las armas nucleares y tampoco hubo otro presidente que comprenda tan bien las leyes. Todo dicho por el propio Trump.
El presidente escribe como habla y habla como un buen guionista de televisión. Palabras coloristas, sonoras, llenas de fuerza. Ideas contundentes pero sencillas, al alcance de todo el mundo pero rimbombantes. Masivo, enorme, tremendo, estúpido, fantástico, fabuloso, lo nunca visto...
Escuchándole se entiende su éxito en el mundo del reality y se adivina el vendedor que siempre ha sido: con toda la pasión y el respeto justo por la verdad. Si tú no te crees tu propia historia, ¿quién lo hará?
El problema de exagerar la importancia de todo es que las palabras acaban por perder su sentido. No hay mejor ejemplo que su constante apelación a la historia: 52 tuits desde que es presidente para contarnos todo lo que es histórico, desde sus recortes de impuestos y la asistencia a sus mítines hasta sus viajes internacionales.
Todo es histórico, también las desgracias que ha sufrido como “la peor persecución de la historia” o “el peor obstruccionismo de la historia” o “los peores acuerdos comerciales de la historia” o “las peores inundaciones de la historia”.
Habría que establecer un tope de cuántas cosas pueden entrar en la historia en un corto período de 500 días, porque ya vamos desbordados. Tal vez para su segundo mandato.
Según me siento a escribir este artículo, Donald Trump acaba de tuitear sobre su HISTÓRICO paquete de recortes. Las mayúsculas son suyas, aunque a Trump no siempre le hacen falta para reforzar lo que quiere decir. El presidente es un personaje exagerado, extremo, hiperbólico. Y eso se refleja en su forma de hablar, de escribir, de tuitear...
Para comunicarse con lo demás, Trump es un adicto al superlativo.