- Sin sus aportaciones para descifrar el código Enigma, la Segunda Guerra Mundial podría haber tenido otro final
Matemática brillante y una de las mentes más excepcionales del siglo XX, el trabajo de la británica Joan Clarke ha estado cubierto por el polvo del olvido durante 70 años. Un vacío que casi logra sepultar una de las vidas más apasionantes del siglo pasado.
Corrían los años 40 y Europa entera estaba atenazada por la amenaza de la Alemania nazi. Sus fuerzas militares utilizaban una tecnología puntera desde 1930 cuya inviolabilidad parecía imposible de romper. Se trataba del Código Enigma, una máquina creada por el ingeniero alemán Arthur Scherbius a finales de la Primera Guerra Mundial, que disponía de un mecanismo de cifrado rotatorio, que permitía usarla tanto para cifrar como para descifrar mensajes.
La inteligencia británica, con Alan Turing a la cabeza, trataba de romper ese intrincado código. En Bletchley Park, la Escuela de Códigos y Cifrado del Gobierno de Reino Unido (GC&CS, por sus siglas en inglés), situada a 80 kilómetros de Londres, Turing y su equipo intentaban dar con la respuesta a ese lenguaje secreto.
Joan Clarke había sido reclutada para el GC&CS en 1939 por uno de sus tutores en la Universidad de Cambridge, donde había obtenido un doble título en Matemática, y aunque era evidente su talento, le habían asignado un puesto de secretaria por el que cobraba tres dólares cada dos semanas.
En pocos días, sin embargo, destacó por sus habilidades y, a pesar del sexismo de la época, reconocieron su ingenio de Clarke y la instalaron un escritorio extra para ella en la pequeña habitación del Hut 8 ocupado hasta entonces por Turing y un par de empleados más.
Para poder cobrar por su nuevo puesto en el Hut 8 –el departamento del GC&CS dedicado a descifrar los mensajes de la Armada alemana creados con dicha tecnología–, tuvo que ser clasificada como lingüista, ya que la burocracia del funcionario británico no tenía protocolos para emplear a una criptoanalista mujer.
Más tarde la propia Clarke recordaría no sin cierto humor que al rellenar los formularios para dicho supuesto trabajo pondría con sorna: “grado: lingüista, idiomas: ninguno”.
Rompiendo juntos el enigma
La matemática pronto se hizo una experta en Enigma y gracias a su absoluta dedicación fue ascendida a subdirectora del Hut 8. Las comunicaciones a las que se dedicaban Clarke y sus colegas estaban relacionadas con los submarinos que perseguían a los barcos aliados encargados de transportar tropas y suministros desde Estados Unidos a Europa. Sus descifrados eran en tiempo real y lograban salvar a miles de vidas.
Clarke decía entonces: “A veces es la gente de la que nadie se imagina algo la que hace las cosas que nadie puede imaginar”. Joan Clarke y Alan Turing fueron amigos y confidentes durante toda su vida y, durante un breve tiempo, estuvieron prometidos.
En una entrevista para un documental de la BBC en 1992 contaba sobre su amigo Turing: “Hicimos varias cosas juntos, fuimos al cine y tal, pero ciertamente fue una sorpresa cuando me dijo: '¿Podrías considerar el casarte conmigo?'”.
El compromiso, sin embargo, duró poco. Ambos sabían de la homosexualidad oculta de Turing -por la que luego pagaría con su vida-, y de mutuo acuerdo decidieron no seguir adelante. A pesar de eso, fueron muy amigos hasta que él murió en 1954.
Recuperar la historia
Ahora la historia de esta criptoanalista aparece reflejada en el cine por la actriz británica Keira Knigthley, en la película The Imitation Game del director Morten Tyldum.
En su labor de documentación, el guionista Graham Moore relata las dificultades para hallar el verdadero trabajo de Clarke debido al secretismo que rodeaba a Bletchley durante y después de la guerra; y señala los muchos puntos en común que encontraron entre ella y Turing. “Ambos eran outsiders, ajenos al sistema. Tuvieron eso en común, además, eran capaces de ver las cosas de manera diferente al resto”, explica el guionista.
Entre las paredes de la opaca Bletchley también hubo más mujeres decodificadoras que contribuyeron con su trabajo a lograr el triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, como Margaret Rock, Ruth Briggs o Mavis Lever, que estuvieron directamente relacionadas con el éxito del desembarco de Normandía.
Joan Clarke recibió en 1947 la Orden del Imperio Británico, una condecoración otorgada por la reina, por su trabajo durante la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de ello, murió en 1996 sin que su nombre ni su trabajo fueran recordados junto al de Alan Turing.