Hay en la especie humana un punto oscuro, una forma de amor por las gentes propias que se expresa mediante la hostilidad a los ajenos y el rechazo al diferente. Se gradúa en círculos concéntricos que empiezan en la familia y acaban en la patria, y está perfectamente resumido en ese tópico refrán de Oriente Medio: ‘Yo contra mi hermano; mi hermano y yo, contra mis primos; mis primos, mi hermano y yo, contra el mundo’.
Sus consecuencias aparecen en fenómenos como los linchamientos de afroamericanos en los estados del Sur de Estados Unidos durante el siglo XX, el bullying, las peleas entre aficionados deportivos o las grandes manifestaciones de masas que tan bien describió Canetti. Nuestro origen familiar y tribal nos dota de un poso de xenofobia latente que con facilidad puede dar lugar al rechazo, la persecución o incluso la violencia; es la base del auto de fe o del embreado y emplumado de los tiempos antigüos. No sorprende que este tipo de comportamientos hayan reaparecido, adaptados, en la cultura de la Red.
Quizá el primer ejemplo de ciberacoso a gran escala con consecuencias reales en el mundo físico fuera el de la pareja de abogados estadounidenses formada por Laurence Canter y Martha Siegel a partir de abril de 1994, y reúne todos los elementos clásicos más allá de los correos insultantes y la vejación en abierto, desde ataques de denegación de servicio a su proveedor de acceso a Internet, al ‘doxing’ (la indeseable práctica de publicar datos personales como direcciones y teléfonos, seguido de acoso en el mundo real), pasando por denuncias ante organismos públicos.
Los resultados no se hicieron esperar: su proveedor de acceso (Internet Direct) canceló su cuenta tras sufrir 15 caídas consecutivas de su sistema por el DDoS (y no fue el único; fueron expulsados de varios ISP más). Las oficinas de su bufete de abogados tuvieron los teléfonos y faxes inundados de basura durante semanas. Un anónimo internauta creó un script que llamaba a su teléfono particular 40 veces cada noche e inundaba de ruido electrónico su contestador. Denuncias sobre sus actividades acabaron reactivando antiguos casos y finalmente Laurence Canter perdió la licencia para ejercer como abogado. La pareja se acabó divorciando. En suma, la incipiente Internet de 1994 arrasó sus vidas.
¿Su crimen? Inventar el ‘spam’ comercial lanzando un anuncio a casi 6.000 grupos de noticias de USENET, una red que podríamos considerar antecesora remota de las redes sociales actuales. Para colmo presumieron de ganar dinero con ello, publicaron un libro para enseñar a hacerlo, amenazaron con demandas a quienes los criticaron y fundaron la primera compañía de ‘spam’ comercial de Internet. Habrá quien piense que se merecían lo que les pasó. Pero con independencia de lo justificado que pudiese estar, el tratamiento recibido fue un verdadero ciberlinchamiento. No iba a ser el último.
En sus tácticas, procedimientos y filosofía el linchamiento en Internet linda con comportamientos como el trolling, el flaming o el ciberacoso, y con personalidades como el hater. A diferencia de estos casos en el ciberlinchamiento hay una causa percibida como legítima, noble y justa. No se trata de insultar o perseguir por el mero placer de hacerlo, sino con un propósito: hacer justicia al estilo ‘vigilante’. Así es como han surgido verdaderas ‘máquinas de linchar’ como en sus orígenes el colectivo Anonymous, desde las entrañas del foro /b/ de 4Chan, o el apodado ‘Buscador de carne humana’ chino.
El doxing, o publicación de datos personales que sirven para avergonzar públicamente o para acosar en el mundo real a sus víctimas, se hizo conocido a través de acciones del colectivo Anonymous como la publicación de datos personales de 7.000 agentes policiales en 2011 o de afiliados del Ku Kux Klan en 2014.
Es una táctica comúnmente empleada en foros como Reddit, y en muchas ocasiones acaba en ciberacoso y en la destrucción de vidas. Es el caso de Lindsey Stone, narrado por Jon Ronson en The Guardian, despedida y obligada a recluirse en su casa durante año y medio por culpa de una estúpida broma colgada en una foto en su página de Facebook. O el de Justine Sacco que contó el mismo autor en The New York Times; una brillante y exitosa ejecutiva de comunicación que vio destruida su carrera y casi su vida por un tuit: una broma hiriente y carente de gracia en Twitter.
En estos casos verdaderas turbas de cibervigilantes cayeron sobre las estúpidas e insensibles bromas y las convirtieron en definitorias de la personalidad de sus autoras. Seguidamente se procedió a insultar y calumniar para posteriormente solicitar a sus empleadores que las despidieran (lo que obtuvieron).
El acoso prosiguió con el doxing y la persecución en el mundo real (con insinuaciones de violencia física) hasta que ambas, sin trabajo y sin opciones, tuvieron que desaparecer de la vida pública. El fenómeno está tan extendido que ha dado a Jon Ronson para publicar un libro: So, you’ve been publicly shamed (así que te han humillado en público).
En la Internet china el asunto es incluso peor. Quizá debido a las tradiciones de aquella sociedad, al poso histórico del maoísmo o a la censura y la relativa indefensión ciudadana ante las autoridades el fenómeno de las turbas y los linchamientos digitales ha llegado a preocupar al gobierno. Casos narrados por la BBC como el del taxista Yin Feng, perseguido por ser considerado culpable de escupir a un indigente (cargo que él niega) o el de Wang Fei, a quien las turbas consideran responsable del suicidio de su esposa, han mostrado el poder de intimidación del ‘buscador de carne humana’.
En China el acoso puede incluir desde llamadas telefónicas constantes, insultantes y amenazadoras, hasta seguimientos de grupos de personas en la calle o pintadas en la puerta de la casa de la víctima. Las peticiones de despido a su empleador, generalmente con éxito, son estándar.
El sistema, que tiene sus orígenes a principios del actual milenio en foros de la Internet china, se basa en la cooperación de miles o millones de personas en el análisis exhaustivo de la información disponible sobre el blanco hasta que se consigue su identificación personal y la extracción de todos sus datos privados. Entonces comienza la humillación pública. Por otro lado el ‘Buscador de carne humana’ ha servido para desenmascarar y perseguir a funcionarios corruptos, para localizar y avergonzar a un turista chino que vandalizó un monumento egipcio, para castigar a una mujer que asesinaba gatos y subía los vídeos a Internet o incluso para encumbrar y convertir en famosa (y modelo) a una chica corriente. Las instancias de poder chinas desconfían del fenómeno y la Corte Suprema Popular ha expresado su preocupación.
Porque por supuesto hay varios problemas serios con el fenómeno. Por un lado está la falta de garantías de que la persona agredida sea la verdadera culpable del hecho perseguido. Por ejemplo en el caso de Yin Feng la identificación se llevó a cabo porque la matrícula de su taxi coincidía en parte con la del vehículo responsable; no hay modo de saber si de verdad fue él.
Cuando el atentado contra la Maratón de Boston un intento en Reddit de utilizar este tipo de técnicas para localizar sospechosos en el hilo r/findbostonbombers salió catastróficamente mal, al identificar por error a varios inocentes. Cuando se ejerce la justicia por las bravas nadie evalúa la solidez de las pruebas; no hay abogado, ni juez, ni posibilidad de apelar o de presentar alegaciones. En los linchamientos no hay garantías procesales ni proporcionalidad de las penas, y los inocentes pueden resultar atropellados. Porque, ¿cuándo se da por terminado el castigo? ¿Qué pena es suficiente? ¿Quién cuida los derechos del acusado?
Y quizá peor: ¿quién decide qué es un crimen, y qué no? En la llamada ‘controversia Gamergate’ se organizó un clásico linchamiento con todas sus características y consecuencias contra una periodista especializada en videojuegos a la que una ciberturba consideró responsable de violaciones éticas en sus relaciones con desarrolladores. Pero desde otro punto de vista se trató de un caso claro de venganza personal de una expareja que se complicó en foros de 4Chan con acusaciones de feminismo y corrección política y que acabó convirtiéndose en un movimiento en contra de la presencia de mujeres en el mundo de los videojuegos. ¿Qué es lo que debe castigarse, aquello que una multitud sin forma ni responsabilidad considere que transgrede qué criterios éticos, morales o políticos? ¿Quién vigila a los vigilantes?
Lo cierto es que mientras el ser humano sea capaz de hacer el mal habrá tendencia a formar turbas y a perseguir y castigar a aquellos que la masa cree culpables. Y que la aparición de nuevos sistemas de comunicación y cooperación como es Internet no elimina las tendencias más profundas del corazón de la Humanidad; tan sólo proporciona otras vías para expresarlas. Tendremos que aprender a convivir y a conllevar esta nueva realidad que sin embargo lleva entre nosotros desde siempre. Porque el mal habita en nosotros, y por tanto también está en la Red.