Xbox One hace muchas cosas. Microsoft ha lanzado una máquina con la que sustituir al resto de aparatos del salón de casa, una pareja monógama para el televisor. Y entre otras cosas, es una videoconsola con control tradicional, por movimientos y por voz.
Llegó en noviembre de 2013 a los principales mercados de videojuegos por 499 euros en un paquete que incluye un mando y la nueva versión de Kinect. No trae juegos como tal pero se pueden descargar sin coste varias demos, aplicaciones y la versión inicial de Killer Instinct, que es un juego free-to-play, es decir, descargarlo y una parte básica es gratis pero hay que pagar por conseguir más contenido.
Una máquina potente pero no espectacular
Una máquina potente pero no espectacularEl corazón de Xbox One es un chip SoC diseñado por AMD, una pieza única que integra su CPU de 8 núcleos a 1,75GHz y una GPU a 800 Mhz, junto a 8GB de memoria RAM DDR3 y 32MB de eSRAM. Aunque tiene bastante parecido a un PC, tanto en hardware como en software, por el diseño específico que distingue videoconsolas de otros aparatos es atrevido hacer comparaciones directas de rendimiento con uno de ellos sólo por los números, es preferible fijarse en el resultado expuesto.
Junto a sus 8GB de memoria Flash, el baúl de esta máquina es un disco duro de 500GB. Dado que los juegos pesan hasta 45 GB y que es obligatorio instalarlos todos para poder jugar, es un buen punto de partida pero a poco que se dé bastante uso, o se borran y descargan archivos continuamente o hay que recurrir a su expansión mediante un disco duro externo.
Microsoft ha metido todo eso en una caja negra rectangular muy grande que es en sí misma una rejilla de ventilación camuflada. En su frontal destaca la única pieza de color, una franja cromada que dibuja la forma del lector de BlueRay más visible que el propio logo de Xbox, que sirve como botón de encendido. La primera impresión es terrible, pero es fácil acostumbrarse a ese diseño y dejar de verla fea. Viniendo del desastroso pasado de fiabilidad de Xbox 360, mejor esto que vivir con el miedo a que se queme la consola. En la parte trasera espera una batería de conectores con varios USB 3.0 y dos HDMI, uno de salida que soporta hasta teles 4K y otro de entrada para recibir la señal de otro dispositivo y convertirse así en ese centro de operaciones del salón. También tiene un USB en la parte lateral cercana al frontal que va a ser muy necesario para enchufar los mandos, y que estaría mucho mejor delante.
Pero guste o no guste, que es algo personal, un condicionamiento inevitable es todo el espacio que necesita. La consola solo puede colocarse en posición horizontal, como un viejo reproductor de vídeo, Kinect siempre tiene que estar conectado y junto a la tele y además hay que esconder por algún lado su gigantesco transformador. Tampoco hay que perder de vista que consume hasta 110W cuando se juega y 18W en modo, según un estudio de Natural Resources Defende Council.
Kinect 2.0 no llega todavía al 1.5
Hay dos aparatos de control, aunque la clara favorita de Microsoft es mediante Kinect, es decir, por voz y movimientos. Se puede hacer de todo hablándole a la consola y se puede navegar por el menú tocando botones en el aire. Otra cosa es que sea eficiente porque esta versión 2.0 del sensor sigue sin funcionar de la forma más correcta. Es más preciso que la anteior pero sigue sin ser fiable a pesar de repetir una y otra vez todos los test que incluye.
El micrófono responde la mayoría (simple) de las veces, solo hay que decir “Xbox”, esperar medio segundo y continuar con uno de los comandos predefinidos. Puede ser útil para volver a inicio o ir a una aplicación concreta si estás, por ejemplo, viendo vídeo y no tienes el mando a mano, pero hablarle a la tele aun se hace raro, costará acostumbrarse. Queda mucho mejor aplicado a los juegos, como por ejemplo para hacer los cambios en FIFA 14 sin tener que parar el partido o para llamar la atención de los zombis de Dead Rising 3. No he podido probar NBA 2K14 pero he leído que incluso el árbitro sanciona falta si escucha a través de Kinect que gritas quejas o insultos.
La cámara es la que más sufre. Una persona sola no tendrá muchos problemas en conseguir que reproduzca sus movimientos pero sigue fallando en cuanto hay elementos externos que la confunden, como más gente que pueda estar en su periferia de visión. Tampoco se ha corregido el problema de retraso en la respuesta, quizá por eso es la que menos se está usando en los propios videojuegos.
Pero tener una cámara y un micrófono en el salón de casa también es un problema para la privacidad, hay que saber lo que puede hacer el aparato y configurarlo a conciencia. Kinect crea un valor único para cada cara siguiendo un patrón de puntos clave que Microsoft registra, toma fotografías del cuerpo y siempre está escuchando, incluso con la consola apagada, y al aceptar las normas de uso se da permiso a la empresa para monitorizar conversaciones.
Después está el mando tradicional, una versión mejorada del de Xbox 360, más redondeado, con un tacto menos frío; más cómodo en general. Ha perdido los clásicos select y start por botones para cambiar de aplicación y para desplegar el menú, parece que influenciados por los móviles, pero muy útiles para explotar su función multitarea. Lo que más me ha gustado es la resistencia precisa de los gatillos traseros, que son analógicos, y la vibración, intensa y distribuida. Lo peor, que no lleva batería incluida y las que se venden por separado son caras; también funciona con pilas y enchufado a través de un cable microUSB.
Por cierto, nada de la antigua consola sirve, no es compatible ni el software ni el hardware.
Un sistema operativo muy Windows que insiste en conectarse a internet
Un sistema operativo muy Windows que insiste en conectarse a internetWindows inside. La interfaz de Xbox One sigue el mismo diseño de aplicaciones en mosaico de Windows 8 y Window Phone, sencillo de utilizar con el mando o con el control táctil, que se van desplegando a la derecha. Cuenta con la ayuda del botón menú para ofrecer todo lo necesario a un par de pulsaciones, muy cómodo. Sin embargo, por mucha potencia que tenga, sufre de unos tiempos de carga muy largos, sobre todo dentro de los juegos. Si esto es una consola tiene que servir para jugar, debe ser preferente y sin embargo el sistema operativo se come 3GB de RAM.
Y después está el lastre, la decisión odiosa: Xbox One tiene que conectarse continuamente a internet, aunque gracias a la presión de los usuarios finalmente no es obligatorio que esté siempre online. Para poder jugar hay que registrarse con una cuenta de usuario a través de Xbox Live, por tanto al menos hay que entrar a la red una vez para realizar todo este proceso, y también cada vez que se quiera cambiar de usuario. El servicio online de Microsoft es muy bueno, facilita el multijugador, es estable y las descargas son rapidísimas, pero no hay razón para no permitir a la gente jugar en su casa sin pasar por el aro. Además, para aprovechar todas las funciones hay que pagar una suscripción mensual. De todo lo que hay me quedo con Upload, un servicio de grabación y publicación online de vídeos cortos al vuelo, muy a la moda con los Let's Play de YouTube. El siguiente paso es el directo y seguro que no tarda demasiado en llegar.
Justa de catálogo, por el momento
Justa de catálogo, por el momentoLa nueva generación de videojuegos no llega para sorprender a primera vista con unos gráficos completamente distintos a lo que ya ofrecen las consolas que están a punto de jubilarse como hizo la que se va, y como siempre ha sido costumbre, nada más nacer ya se ven superadas por los PC de gama alta. A la mejora gráfica esperable (texturas, iluminación, modelados y animaciones) se le une una distancia de dibujado mucho mayor y más nítida que transmite una sensación de estar ante un mundo más real, más completo, e invita a pensar en llegar hasta allí.
Sin embargo el catálogo de lanzamiento, a grandes rasgos, no es especialmente atractivo. De sus exclusivos, que son los que deben marcar la diferencia, destaca Forza 5, un juego realista de conducción. Ryse: Son of Rome es un portento técnico pero le falta profundidad y peca de soberbia, mientras que Dead Rising 3 mantiene el tipo como un juego divertido y desenfadado aunque ha perdido el enfoque de las entregas anteriores. El resto, títulos que se pueden encontrar en las consolas actuales con escasas diferencias, o al menos no tantas como para justificar un gasto extra de 500 euros.
Para mucha gente las funciones multimedia pueden ser una razón de compra, aunque para mi tener un aparato intermedio siempre encendido solo para poder cambiar a juego de forma rápida no lo justifica. Lee BlueRay y DVD, ofrece vídeo bajo demanda de pago y aplicaciones de tele gratuita, Skype, Twitch... acaba de nacer y los servicios son muy amplios, pero todo eso ya lo tengo en el PC o en la Smart TV.
La decisión
La decisión
Comprar Xbox One en estos momentos es una decisión arriesgada. Es la videoconsola más cara del mercado y aunque tiene rasgos diferenciadores que sirven para justificar este gasto extra, especialmente Kinect 2.0, por el momento no funciona como se esperaba y el uso que hacen de él los videojuegos es secundario, complementario a la misión principal.
El sistema operativo funciona bien y va a mejorar, la multitarea da buena salida a todas las funciones multimedia, que pueden ser muy atractivas para quien vea esta máquina como un centro con el que unificar todos los cacharros del salón. Pero esa malísima idea de obligar a tener conexión a internet para entrar en una cuenta de usuario junto a los tiempos de cargan rompen la dinámica fresca de coger un mando y echarse una partida.
Unido a que el catálogo de lanzamiento no tiene grandes atractivos excepto para los fans de los juegos de velocidad y de zombis y sabiendo que dejándola madurar unos meses va a ganar bastante, mi conclusión es que el tiempo de Xbox One aun no ha llegado.