Hace ocho años tuve el privilegio de codirigir un festival llamado Copyfight, cuyos grandes temas eran el copyright como herramienta de control cultural y de censura política, la gestión de derechos musicales, las licencias alternativas y las consecuencias del secuestro del código en la era de la Información.
Invitamos a Lawrence Lessig a hablar de Creative Commons y de cómo la presión de la industria cultural empujaba el Copyright hasta el infinito. Invitamos a Jimmy Wales para hablar de Wikipedia, a Cory Doctorov para que contara cómo vender novelas sin proteger los derechos de reproducción, a Downhill Battle para que hablara de su lucha para liberar la producción artistica de los despachos de los abogados y Pablo Soto para que hablara del P2P como herramienta de promoción de grupos.
Invitamos a docenas de personas, organizaciones y proyectos que demostraron que hay maneras más productivas de proteger la cultura que la mordaza y el martillo. Todos pensábamos que la verdad bastaría para hacernos libres. Esto es un error.
¿Están ganando?
¿Están ganando?Es justo y necesario decir que las cosas han empeorado desde entonces. La administración ha sucumbido a los lobbies, produciendo reformas de ley que vulneran los derechos de los ciudadanos. La industria desprecia los derechos del consumidor con libertad y ligereza, protegida por las mismas instituciones que fueron creadas para protegernos de sus abusos. El hombre más poderoso del mundo le debe su puesto a la industria del entretenimiento y uno de nuestros invitados tuvo que enfrentarse a un juicio millonario por haber escrito un software que facilita el intercambio de archivos entre usuarios de una red.
Las administraciones públicas compran software privativo con el dinero de los contribuyentes. Pese a la fiebre de distribuciones regionales que se desató con GnuLinEx en Extremadura, la administración española no usa software libre. Y, a pesar de las numerosas campañas de distribución por parte de empresas y organizaciones, tampoco lo hacen los colegios, institutos y universidades públicas.
La llegada de las licencias desató la confusión; ya nadie parece saber muy bien lo que es suyo y lo que es de otros; lo público y lo privado, lo que es de uno y lo que es de Facebook, Twitter o Pinterest. Muchos de los artistas que lanzaron discos con licencias flexibles se sintieron traicionados por no haber encontrado gloria y fortuna que habían sido prometidos por renunciar a sus royalties imaginarios. Resumiendo rápido, estos ocho años habrían sido devastadores para la cultura libre salvo por una única, extraordinaria excepción. No fue gracias a Copyfight.
Todos somos usuarios de Linux, incluso los que no saben lo que es. Según netmarketshare.com, Linux constituye sólo un 1% del mercado, pero hay que ver qué mercado. GNU/Linux es el sistema que hace funcionar los grandes bancos, las oficinas de correos, las redes ferroviarias, el tráfico aéreo, las grandes cadenas alimenticias, los laboratorios farmacéuticos, los departamentos de desarrollo industrial y la Red. Los servidores que sostienen Internet usan Linux y Google también. Linux triunfa donde la seguridad, la modularidad y la excelencia son imperativos vitales. El centro de investigación internacional más importante del mundo usa su propia distribución, adaptada a las necesidades de los grandes laboratorios científicos y el Departamento de Defensa de los Estados Unidos usa Red Hat Linux porque cuando están en juego vidas humanas hay que elegir bien. Circula la historia de un coronel de la armada británica que vio a su jefe firmar un contrato con Microsoft y se fue a vivir al campo con su mujer y dos perros.
La libertad nos hará libres
El secreto tiene cuatro líneas y se llama General Public License. El Software libre no es un apaño para que el pequeño y mediano artista pueda promocionar su obra hasta que lo descubra un A&R; es un ecosistema en sí mismo. Y la GPL es una descripción epistemológica de ese ecosistema; sus cuatro leyes son las cuatro interacciones fundamentales que hacen el sistema. No son negociables. Como dice Richard Stallman, su arquitecto, GNU GPL is not Mr. Nice Guy:
Dice NO a algunas de las cosas que a veces la gente quiere hacer. Hay usuarios que piensan que esto es un error -que la GPL “excluye” a algunos desarrolladores de software que “necesitamos acoger en la comunidad del software libre”. Pero no los excluimos, son ellos los que han decidido no entrar. La decisión de producir software propietario es la decisión de quedarse fuera de nuestra comunidad. Ser parte de nuestra comunidad significa trabajar en cooperación con nosotros; no podemos “traer a nuestra comunidad” a gente que no quiere venir. La GNU GPL está diseñada para generar un incentivo desde el mismo software: “si haces tu software libre, puedes usar este código”. Evidentemente, no convencerá a todo el mundo, pero funciona de vez en cuando*.“
Esas cuatro líneas, que no necesitan ser adaptadas a la legislación de diferentes países porque no dan lugar a equívocos ni interpretaciones, son el texto más revolucionario de nuestra época porque establecen una economía que no protege al creador, ni al usuario ni a la industria sino que sólo protege el código. Su genialidad es que, garantizando la libertad del software, todos se benefician sin estancarse, amordazarse o aprovecharse unos de otros. La libertad nos hace libres, no la verdad. A nadie le importan las intenciones del programador ni la bondad de la compañía ni el permil de los usuarios; sólo la transparencia, accesibilidad y excelencia del programa.
De todas las personas que invitamos a Copyfight, la más importante nos dijo que no. Richard Stallman estaba en Asia presionando a los fabricantes de software para que liberaran las BIOs de sus placas base. Hoy muchos escépticos desearían fervientemente que lo hubiera conseguido.