El software libre a menudo se denomina “código abierto”, e incluso “software de fuentes abiertas”. Puede sorprender que cuando alguien utilice esos eufemismos, como hizo Cenatic etiquetando como “SFA” el artículo ¡Es la GPL, estúpido! de Marta Peirano sobre software libre, la comunidad que defiende el término original se apresure a quejarse con preocupación. El debate continua en blogs como el de Marilín Gonzalo y en las redes sociales, mostrando esa profunda diferencia de criterios.
¿Por qué no acepta la comunidad del software libre lo que aparentemente es un simple uso de términos distintos para referirse a lo mismo?¿Por qué es tan importante la terminología en el software libre (programas informáticos) y en el conocimiento libre (obras de conocimiento y creación)? ¿por qué preocupa tanto a los colectivos sensibilizados con ciertas ideas nuevas que otros las etiqueten con neologismos y eufemismos?
Esencia y requisitos circunstanciales
El Software Libre, propuesto por Richard Stallman, es una forma de distribuir programas, de modo que se respetan ciertos derechos (o “libertades”) de los usuarios. Esto no lo cuestiona ninguna de las alternativas terminológicas, cuyas definiciones describen las cuatro libertades originales del software libre (0: Libertad de uso; 1: Libertad de estudio y modificación; 2: Libertad de copia, y 3: Libertad de redistribución de modificaciones).
Para hacer efectivas esas demandas esenciales es necesario que las obras, los programas, se publiquen con una licencia de uso que técnicamente haga realidad ese deseo. Por ejemplo, para disfrutar de la libertad de estudio y modificación la licencia debe requerir al programa que su código sea accesible; de otro modo no se podrá estudiar ni modificar. Estos requisitos no son la esencia del software libre (las libertades); son características circunstanciales que, dado el estado actual de la tecnología, se hacen necesarias para “implementar” esas libertades. Esas características pueden variar en función de las tecnologías, pero las libertades esenciales del software libre permanecen inmutables.
Por eso las licencias van evolucionando con el transcurso de los tiempos; precisamente para acomodarse a los cambios tecnológicos y circunstanciales, y para garantizar que un software que utilice esas licencias sea realmente libre: que aporte las libertades, lo esencial.
Mucho más que programas abiertos
La idea original detrás de la propuesta de cambio de “software libre” a “código abierto” era tratar de evitar la palabra “free”, que significa “libre” pero también “gratis”; esto por lo visto asustaba a las empresas. Este problema, en inglés, es real. Pero, en lugar de elegir un término que aclarase la cuestión, se optó algo muy distinto: para deshacer la ambigüedad se evitó no solo la palabra “free”, también la idea de “libre” y “libertad”.
Si la diferencia hubiese sido solo la cuestión del precio la comunidad del software libre hubiese adoptado inmediatamente el nuevo término; pero la cuestión es que, como hemos visto, “código abierto” es un eufemismo de consecuencias nefastas para la idea central. La comunidad que comparte la visión de Stallman rechazó el término nuevo con contundencia.
Eufemismo porque, tal como los propios defensores del código abierto aseveran, las licencias son las mismas, y los programas son, en principio, los mismos.
¿Dónde está el problema? ¿Por qué esa actitud aparentemente incomprensiva de la comunidad del software libre? La cuestión es que el código abierto hace referencia a la apertura del código, que es un requisito circunstancial, y no a lo esencial del software libre: la defensa de las libertades y derechos. Como cuando un gobierno evita decir “rescate” y habla de “apoyo” o “línea de crédito”, cuando se dice “abierto” para no decir “libre”, se evita la esencia de la cuestión, y el resultado final, pretendido no, es que quien recibe la información percibe una idea distinta.
El software libre es una idea poderosa. Stallman consigue, con unas reglas esenciales muy sencillas (las cuatro libertades), formar un paisaje completo de beneficios sociales, técnicos, económicos, etc., y que es independiente de los detalles circunstanciales. Es, incluso, transportable a otros dominios del conocimiento. Este “sistema fractal” es tan potente precisamente porque ha eliminado todo lo que sobra. Se centra en lo esencial e inmutable, aquello de lo que se deriva todo lo demás.
Lo más importante no es la licencia, que cambiará con el tiempo como cambia la realidad de la tecnología y la legislación. Lo fundamental es saber qué es lo que queremos, para ir adaptando las licencias, los “contratos”, a la realidad cambiante, salvaguardando esa esencia.
El software libre es mucho más que “programas abiertos”, que es lo que proyecta el término “código abierto”. Cuando se introduce un concepto nuevo utilizando palabras que ya existen previamente, y que tienen un significado muy claro, se corre el riesgo de adulterar la idea. En algunas ocasiones ese es el efecto deseado, como quizá en el ejemplo anterior del gobierno. En otras es una simple consecuencia inesperada. Pero en cualquier caso nos aparta de la idea original.
Desmontando la idea
Como nos enseña día a día la política, una forma de desmontar una idea poderosa, y peligrosa o poco interesante para algunos, es introducir confusión. El uso de nuevos términos que despisten y adulteren la idea original es una forma perfecta.
Aunque la intención original del “código abierto” pudo ser otra, en la práctica ayuda a quienes no tienen interés alguno en propagar las ideas de libertad (igualdad, derechos) del software libre. Por ejemplo, las empresas que basan su modelo de negocio en que los usuarios no dispongan de esas libertades, o cualquiera de sus títeres. Un establishment a quien la confusión le viene muy bien, porque entorpece precisamente lo que el software libre promueve y facilita: prescindir del intermediario ineficiente, del especulador estéril, etc.
Más tarde apareció “FOSS”“ (Free and Open Source Software) y ”FLOSS“ (Free Libre and Open Source Software); es decir, ”Software libre y de código abierto“. Es una postura aparentemente conciliadora que no añade claridad a la cuestión, y que es utilizada generalmente por terceros que quieren contentar a todo el mundo sin tomar partido. Pero ya no sabemos si libre y abierto es lo mismo o no, y al igual que ”código abierto“ aleja la discusión de lo esencial. Como explica Nassim Taleb (”El cisne negro“, ”Antifragile“), la media tinta fragiliza.
En todo esto, el Gobierno de España creó el eufemismo “software de fuentes abiertas”, quizá para “aclarar las cosas”.
Cuando se pregunta a todos ellos sobre estas cuestiones suelen decir que “es lo mismo” software libre, codigo abierto, FOSS, FLOSS y SFA, y que “las comunidades son las mismas”. Si es lo mismo, ¿para qué crear nuevas terminologías, que “casualmente” evitan la cuestión central?
Coraje
Lo esencial del software libre es lo que denota la palabra “libre”“, que hace referencia a la libertad, los derechos. Es lo que hace que sea un concepto tan poderoso, y en último término que funcione, es ”lo práctico“. Decir ”software libre“ es un acto de honestidad, es no ocultar la idea central aunque requiera un esfuerzo, y eso siempre es rentable.
Echar arena en el engranaje evitando esa idea, centrando la atención en lo accesorio, es decidir una estrategia cobarde aunque se adorne con todo tipo de falacias y eufemismos. No porque se manejen ideas diferentes, por supuesto; sino porque se apropian del término original para adulterarlo, envenenando la idea, cuando dicen que “es lo mismo”.
Como diciendo, y parafraseando al político aquél, “...es lo mismo, pero que no lo llamen libre”.