La ciencia es poder y las pseudociencias son creencias. Cierto. Y en ocasiones intereses de las élites, publicidad engañosa y argumentos “científicos” también caminan de la mano. En los últimos años se suceden una extensa publicación de dossieres, blogs, encuentros y libros sobre algo fundamental que ya no podremos hacer de la misma manera que antes: alimentarnos con los actuales sistemas de producción y distribución. En eso coincidimos muchas personas preocupadas por esta situación. Discrepamos abiertamente en que la respuesta sea apelar, como afirmara A. Einstein, a las mismas herramientas que ocasionaron los problemas: insistir en mercados altamente globalizados, orientados por la biotecnología y poco centrados en la creación de circuitos alimentarios más localizados.
En el debate actual sobre la alimentación “del futuro” se están colando algunos mitos. Revisemos la que suele ser la primera y común creencia justificadora impulsada por la FAO en la reunión celebrada en octubre de 2009 en Roma, bajo el título “Cómo alimentar el mundo en 2050”: “el mundo necesita aumentar su producción de alimentos en un 70% para 2050 con el fin de atender a una población mundial de nueve mil millones de personas”. Leyendo el informe original se comprueba que se reclama el incremento no porque vayamos a alimentar a la población si no porque vamos a impulsar la extensión el actual modelo agroalimentario, que es bien distinto: aumentarán en 200 millones de toneladas la producción de carne para propiciar incrementos de entre un 25% y un 50% el consumo per cápita, según países. Lo cual implicará una necesidad de cereales de hasta 3 mil millones. O sea, prescindiendo de limitaciones ambientales y superficie agraria disponible, vamos a devastar más bosques, emitir más metano y continuar con un modelo ineficiente de producción de calorías para sostener una dieta excesiva, problemática desde el punto de vista de salud e innecesariamente rica en proteínas de origen ganadero. Recordemos que la dieta cárnica contemporánea reclama un tercio de las tierras de cultivo y casi la mitad de los cereales (destinados a la producción de piensos) que se producen en el mundo. Este publicitado informe termina, como consecuencia de su ensoñación modélica, reclamando más energía (¿no saben que caminamos hacia un mundo de menores disponibilidades energéticas?) y más puertos para el comercio internacional que faciliten un sector agrícola “dinámico” y que aumenten las “inversiones del sector privado” (¿dónde se seguirá muriendo la gente de hambre por no abordar el acaparamiento de tierras y de alimentos por mor de un mercado especulativo?). Pero el mantra de un 70% de producción ahí ha quedado: objetivo cumplido para las élites de las corporaciones agroalimentarias.
Continuemos con el mito que recurrentemente obvia la realidad histórica de la agricultura ecológica y la presenta como un “ejercicio romántico”. Existen referencias muy contrastadas que llevaron en 2010 a Olivier de Schutter, como relator especial de la ONU sobre el derecho a la alimentación, a escribir un informe donde se unen necesariamente al derecho a la alimentación y la potenciación de sistemas agroalimentarios locales y ecológicos. Trabajo que ha continuado la actual relatora Hilal Elver, concluyendo en su discurso de 2017 que la agroecologia se presenta como una alternativa al uso extensivo de plaguicidas, promoviendo prácticas agrícolas adaptadas a los entornos locales, que estimulen las interacciones biológicas beneficiosas entre distintas plantas y especies, para lograr un suelo sano y fertilidad a largo plazo. La producción ecológica, más allá de los nichos de mercado basados en certificaciones, es una realidad y es un futuro posible para sostener vidas, territorios y el planeta, en su globalidad, tal y como reflejan los informes del IPES (International Panel of Experts on Sustainable Food Systems) o las recomendaciones derivadas del comité que impulsa la UNESCO para la Evaluación Internacional del papel del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo Agrícola (IAASTD por sus siglas en inglés).
Recientemente un artículo de un “divulgador científico” afirma que la manipulación genética es “inevitable… porque la humanidad ya lleva diez milenios haciéndolo”. La humanidad lo que viene haciendo históricamente es la selección masal, pero no la manipulación genética. Contribuyendo a la confusión, seguramente por un gran desconocimiento de cómo funcionan las técnicas de hibridación, menciona que la producción de variedades tradicionales y locales se basa en técnicas poco eficientes como la de un “cereal híbrido conseguido con un injerto” (sic), para justificar que nuestra comida “será mutante”. Esto se afirma en el marco de una publicación que lleva el título de “científica” y que persigue “El reto de imaginar el futuro”. Argumentos suficientes para tildar la agricultura ecológica de “romántica” y defender “científicamente” que “la respuesta es más tecnología”.
Aclaremos tanto sesgo “divulgador”. La agricultura ecológica no “ha venido” en el siglo XX. Es una realidad histórica de miles de años y de culturas que, cuando por fin estamos constatando que el planeta impone sus límites, vuelve a poner en su sitio determinados avances tildados de “científico-tecnológicos”. La (re)localización de sistemas agroalimentarios se volverá a imponer como consecuencia de la creciente erosión de suelos, no aptos tras ser esquilmados por la agricultura intensiva (como ocurre en Argentina, en Almería o en la deforestada selva amazónica), la menor disponibilidad de petróleo y de agua, así como las crisis alimentarias por venir que desencadenarán descontentos y protestas como viene siendo habitual en los últimos decenios, las llamadas Food wars.
La propia FAO (en ocasiones contradictoria), apelando a la propia experiencia del Banco Mundial, confirma la necesidad urgente de invertir en agricultura a pequeña escala para paliar el hambre y promover una seguridad alimentaria. Reconoce un decrecimiento paulatino de las tasas productivas de la intensificación derivada de la llamada revolución verde. Y hace unas semanas en el marco del II Simposio Internacional de Agroecología en Roma (3 al 5 de abril) concluye que “la agroecología puede ser fundamental para alcanzar un amplio conjunto de metas políticas, ambientales y de seguridad alimentaria, desde objetivos relacionados con la sostenibilidad a la erradicación de la pobreza rural”.
Como resume el análisis del instituto suizo FiBL publicado en Nature Communications (2016) no es necesario aumentar la superficie agrícola, incluso en un escenario de 9 mil millones de personas en 2050 (otro supuesto que se revisará probablemente a la baja en los próximos años), si apostamos por una producción ecológica, ponemos las alarmas sobre el 33% del desperdicio alimentario, frenamos el acaparamiento de tierras y facilitamos el acceso de pequeños propietarios, a la vez que potenciamos un menor consumo de productos de origen animal que conlleve una progresiva disminución de la demanda de piensos concentrados. “Se producen alimentos suficientes para dar de comer hasta 12 mil millones de personas, según datos de la FAO”, afirmaba Jean Ziegler, relator especial de las Naciones Unidas para el derecho a la alimentación entre los años 2000 y 2008.
Pero no, el lobby que se vale de las instituciones científicas insiste en aclamar la biotecnología y el acaparamiento de tierras subsiguiente como la solución. Para ello reacomoda hechos y enfoques “científicos” que invisibilizan realidades: bien, seleccionando y malinterpretando datos para decir que la agricultura ecológica (certificada) es un problema para el planeta; bien jugando a la confusión al establecer nexos entre dos territorios irreconciliables, como son la agricultura ecológica y los transgénicos; bien apoyando campañas sostenidas por grandes medios que insisten regularmente en sostener que la agricultura ecológica es una amenaza para el planeta y para nuestros cuerpos.
La Ciencia (como aparato institucional) es hoy un poder con gran capacidad para legitimar lo insustentable. Un reciente estudio ha evaluado la disparidad de apoyos que suscita el tipo de agricultura en los planes de impulso a la Ciencia en la propia Unión Europea. Así, entre 1998–2013 la biotecnología habría pasado a copar la investigación en la agricultura, pasando de un 20% a un 70%. Por el contrario, la agricultura ecológica declinaba en los últimos periodos analizados y nunca había superado el 12%. Si analizamos la investigación que se realiza además por corporaciones privadas, apoyadas por planes estatales, la relación sería de 1 a 9 a favor la agricultura intensiva en químicos y favorable al sector de la biotecnología transgénica. Como afirmara en los años 60 Thomas Khun en su libro sobre La estructura de las revoluciones científicas, los “consensos” científicos surgen como consecuencia de estudios, sí; pero también por presiones externas que tienen que ver con intereses de las élites.
¿Seguiremos imponiendo modelos de laboratorio por encima de realidades y necesidades de las personas? No sólo hay presión, medios de vida que se defienden al apoyar a las élites, también hay hábitos de investigación y comunidades cerradas a ver lo que no esté ya demostrado de ante mano, como argumentara el filósofo de la ciencia Bruno Latour. ¿Qué es entonces la pseudociencia? Lo que se afirma apelando a criterios “científicos” pero que no ha seguido un método de construcción y comprobación científica. Es aplicable manifiestamente a quienes puedan invocar la ciencia para decir que el cáncer puede curarse con meditación, por mucho que sepamos, según informa la OMC, que nuestra quebrada salud mental es fuente de múltiples enfermedades, sobre todo en los países más ricos. Pero también las posiciones de quienes insisten en repetir argumentos, más bien mantras no cuestionados desde el 2009, como la necesidad de llegar a hacer circular un 70% más de productos en el actual sistema alimentario. O el abordaje de temas de alimentación sin considerar cómo los pesticidas, la transformación industrial actual y el empaquetamiento que llegan a nuestras mesas son hoy causas directas de disrupciones endocrinas, sobrepesos, malnutriciones. O también el juego de la confusión y la reiterada omisión de los estudios que empíricamente contrastan las potencialidades de sistemas agroalimentarios ecológicos relocalizados frente a imposiciones mercantiles globalizadas con una apuesta ciega por tecnologías que están en manos de 3 compañías: Bayer-Monsanto, ChemChina-Syngenta, Du Pont-Dow Chemical.
La ciencia viene desarrollándose desde el estudio sistemático de las regularidades con las que convivimos y de las que somos en gran parte (en su lado político y socioambiental) responsables. El afán de sistematización y evaluación nos ha llevado al grupo de investigación del Instituto de Sociología y Estudios Campesinos a acompañar más de 100 tesis doctorales en diferentes países sobre la relevancia y la pertinencia del enfoque agroecológico, como puede verificarse en los archivos públicos de la Universidad de Córdoba. Insistimos: la construcción de sistemas agroalimentarios viables y que atiendan las necesidades humanas no es patrimonio de la comunidad científica volcada en la agroecología. Pero sí venimos desarmando mitos, construyendo evidencias y contribuyendo a poner en pie iniciativas como las emergentes cooperativas agroecológicos o el Pacto de Milán sobre alimentación local y ecológica en las ciudades de este país. Por todo ello, y para discutir inclusive el enfoque de este artículo, estamos organizando un Congreso Internacional de Agroecología en Córdoba, del 30 de mayo al 1 de junio. Estáis invitados e invitadas.
La ciencia es poder y las pseudociencias son creencias. Cierto. Y en ocasiones intereses de las élites, publicidad engañosa y argumentos “científicos” también caminan de la mano. En los últimos años se suceden una extensa publicación de dossieres, blogs, encuentros y libros sobre algo fundamental que ya no podremos hacer de la misma manera que antes: alimentarnos con los actuales sistemas de producción y distribución. En eso coincidimos muchas personas preocupadas por esta situación. Discrepamos abiertamente en que la respuesta sea apelar, como afirmara A. Einstein, a las mismas herramientas que ocasionaron los problemas: insistir en mercados altamente globalizados, orientados por la biotecnología y poco centrados en la creación de circuitos alimentarios más localizados.
En el debate actual sobre la alimentación “del futuro” se están colando algunos mitos. Revisemos la que suele ser la primera y común creencia justificadora impulsada por la FAO en la reunión celebrada en octubre de 2009 en Roma, bajo el título “Cómo alimentar el mundo en 2050”: “el mundo necesita aumentar su producción de alimentos en un 70% para 2050 con el fin de atender a una población mundial de nueve mil millones de personas”. Leyendo el informe original se comprueba que se reclama el incremento no porque vayamos a alimentar a la población si no porque vamos a impulsar la extensión el actual modelo agroalimentario, que es bien distinto: aumentarán en 200 millones de toneladas la producción de carne para propiciar incrementos de entre un 25% y un 50% el consumo per cápita, según países. Lo cual implicará una necesidad de cereales de hasta 3 mil millones. O sea, prescindiendo de limitaciones ambientales y superficie agraria disponible, vamos a devastar más bosques, emitir más metano y continuar con un modelo ineficiente de producción de calorías para sostener una dieta excesiva, problemática desde el punto de vista de salud e innecesariamente rica en proteínas de origen ganadero. Recordemos que la dieta cárnica contemporánea reclama un tercio de las tierras de cultivo y casi la mitad de los cereales (destinados a la producción de piensos) que se producen en el mundo. Este publicitado informe termina, como consecuencia de su ensoñación modélica, reclamando más energía (¿no saben que caminamos hacia un mundo de menores disponibilidades energéticas?) y más puertos para el comercio internacional que faciliten un sector agrícola “dinámico” y que aumenten las “inversiones del sector privado” (¿dónde se seguirá muriendo la gente de hambre por no abordar el acaparamiento de tierras y de alimentos por mor de un mercado especulativo?). Pero el mantra de un 70% de producción ahí ha quedado: objetivo cumplido para las élites de las corporaciones agroalimentarias.