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¿Cuándo se come aquí? Alimentación y Agenda Urbana

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Ahora que la presentación de la Estrategia España 2050 ha puesto el foco en la planificación de largo alcance, es un buen momento para preguntarse por el vínculo entre ciudad y alimentación. En el contexto venidero, marcado por el incremento de la población urbana, un acusado descenso energético y la incidencia del caos climático en la producción agrícola, junto a la no descartable irrupción de nuevas crisis sanitarias globales, ¿estaremos en condiciones de garantizar el suministro alimentario de nuestras ciudades?

La agenda política estatal e internacional ha empezado a asumir algunos de los vectores urgentes de cambio que nos demanda este siglo (y el anterior, en realidad). En menos de un año se ha adoptado institucionalmente el concepto político de resiliencia, hasta hace muy poco acotado a discursos alternativos. Por otro lado, la superación del cénit del petróleo, ya evidenciada por la desinversión de la industria petrolera, ha acelerado el tránsito urgente a las renovables, que, si bien ha dado pábulo a una ola extractivista de megaproyectos, también incluye la apuesta por la producción local distribuida y el autoconsumo.

El impulso político al consumo energético de proximidad ya está aquí. Pero no ha terminado de emerger una apuesta equivalente en relación con otra necesidad básica, la alimentación, y tenemos la percepción de que es un tema llamado a eclosionar a corto plazo. Todos los ingredientes están sobre la mesa, valga la metáfora.

Desde hace años viene creciendo en Europa un sólido conjunto de experiencias e iniciativas económicas, ciudadanas, académicas y políticas que impulsan la agricultura y el consumo de proximidad, ligados a la gestión sostenible del territorio. Lo atestiguan figuras institucionales como el Pacto de Milán, alianzas como Intervegas, la Red de ciudades por la agroecología, experiencias de referencia como los parques agrarios periurbanos (Milán, Baix Llobregat), así como la planificación de sistemas agroalimentarios locales (Vitoria, Segovia, Valladolid, Valencia, Córdoba) o la articulación emergente de redes de producción y consumo local y ecológico (Madrid, Granada, Barcelona, …). Toda esta visión tiene su perspectiva en las instituciones comunitarias que aprobaron en 2020 la estrategia Farm to fork.

Comer no está en la agenda

Pero esta corriente de prácticas y políticas emergentes no ha terminado de confluir con los marcos institucionales que marcan las prioridades de inversión sobre el territorio de forma integrada. Apenas se recogen algunos principios, pero no de forma visible y preeminente.

Por un lado, el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, en la primera de sus políticas palanca, “Agenda urbana y rural, lucha contra la despoblación y desarrollo de la agricultura”, señala que “La crisis ha puesto de manifiesto, asimismo, la importancia de contar con un sistema agroalimentario sólido y con los más altos estándares de seguridad alimentaria”, y proyecta el fomento de “la producción ecológica y el consumo de temporada y de proximidad”. Pero hasta el momento el PRTR no ha concretado esta consigna en una apuesta sólida. Precisamente en este sentido acaba de publicarse la iniciativa de la Fundación Entretantos “Propuestas PRTR para la transición hacia sistemas agroalimentarios saludables y sostenibles”, respaldada por numerosas organizaciones de todo el Estado.

Por otro lado, en 2019 se presenta la Agenda Urbana Española (AUE), expresión operativa del ODS 11: Ciudades y comunidades sostenibles y concreción estatal de la Nueva Agenda Urbana emanada de la Conferencia Hábitat III de la ONU. La AUE se erige como la hoja de ruta y el marco estratégico para la sostenibilidad urbana y territorial, y constituye, efectivamente, un esfuerzo de sistematización muy valioso para el urbanismo de nuevo cuño que necesitamos.

Pero la AUE, organizada en diez Objetivos Estratégicos y treinta Objetivos Específicos, entre los cuales se atiende a necesidades como la vivienda, la movilidad, la energía, el agua o los materiales, no reserva un lugar propio al tema de la alimentación. Hay que buscar dentro del Objetivo específico 7.1 sobre productividad local y diversificación económica para encontrar, entre sus líneas de actuación, una referencia a “Favorecer las actividades económicas en el ámbito rural y la producción local, la alimentación de proximidad -para lograr la máxima interconexión entre los ámbitos rural y urbano- y tratar de limitar al máximo el transporte de los alimentos para consumir menos recursos y favorecer la alimentación de temporada (…)”.

La alimentación de proximidad puede ser, efectivamente, un vector de productividad y diversificación de la economía local, pero entendemos que debe constituir no solo una línea de actuación económica sino un objetivo explícito en materia de resiliencia y gestión sostenible de los recursos.

Economía circular: sí, pero ¿de qué diámetro?

Por otro lado, está la incidencia del sector alimentario en la emisión de Gases de Efecto Invernadero (GEI). Varios de los ODS de la Agenda 2030 recogen explícitamente el papel y la importancia de la producción alimentaria en los sistemas urbanos y rurales, pero especialmente el ODS 12 Producción y consumo sostenible resalta: “El sector de la alimentación representa alrededor del 30% del consumo total de energía en el mundo y un 22% del total de las emisiones de gases de efecto invernadero”.

La Fundación Ecología y desarrollo (ECODES) señalaba en un informe de 2019 que “La producción de alimentos es una de las actividades humanas con mayor impacto ecológico, suponiendo el 26% de las emisiones antropogénicas de GEI a nivel mundial”. Y en cuanto a la cuestión del transporte, el informe continúa:

En relación con el sistema de producción, pero especialmente con el modelo de consumo, nos encontramos con dos grandes problemas: el transporte y el desperdicio alimentario. Según el estudio Alimentos viajeros: ¿Cuántos kilómetros recorren los alimentos para llegar a tu plato? en 2011 se importaron en España más de 25,4 millones de toneladas de alimentos que recorrieron de media 3.827 kilómetros, lo que resulta en 4,2 millones de toneladas de CO2 emitidas a la atmósfera. En este mismo estudio, se estima que la huella de carbono de los alimentos producidos localmente (km 0) es entre 5 y 40 veces menor que la media.

Esto refuerza los estudios cuyos resultados señalan que el sistema alimentario genera todavía más GEI del 26% estimado.

En este sentido, a la economía lineal convencional se ha opuesto el paradigma de economía circular, y así lo recoge la AUE en su Objetivo Estratégico 4. Pero, no ya la AUE, sino el Plan de acción de la UE para la economía circular y la Estrategia Española de Economía Circular (EEEC), tienden a privilegiar una noción de economía circular acotada al aprovechamiento de los residuos obviando la distancia al punto de procedencia de los recursos, esto es, apuesta más por el cierre de ciclos que por hacerlo en circuitos de proximidad , que sin embargo es una cuestión clave para el ahorro de energía y recursos.

Incluir el Ciclo alimentario local como Objetivo Específico de la Agenda Urbana

Por todo lo anterior, lanzamos la siguiente propuesta para someterla a la consideración del equipo responsable de la AUE y, en cualquier caso, a la de los gobiernos y equipos técnicos responsables de la redacción de Agendas Urbanas a escala local y regional. Se trata de introducir en la AUE un nuevo Objetivo Específico dentro del Objetivo Estratégico 4: Gestión sostenible de los recursos y economía circular, referido a la alimentación de proximidad como una pieza clave de la sostenibilidad de las ciudades y del medio rural. Sería un quinto Objetivo específico que podría enunciarse como: OE4.5. Fomentar los sistemas alimentarios locales, y dotarse de indicadores como la disponibilidad de planes de gestión agroalimentaria sostenible o instrumento equivalente, así como compromisos explícitos y dispositivos de gobernanza que permitan avanzar en la sostenibilidad y eficiencia de los recursos alimentarios del territorio.

Siendo la AUE el marco estratégico para la transición ecológica de las ciudades, el papel que la gestión sostenible de la alimentación desempeña en la configuración y metabolismo de los sistemas urbanos habría de presentar una relevancia y visibilidad no inferior a la del agua, los materiales o la energía. No solo porque constituya un suministro igualmente esencial para la vida, sino también porque, siendo las ciudades los puntos del territorio que concentran cada vez más población, son también los grandes mercados de consumo, que pueden sostener las economías agroganaderas del medio rural y erigirse en un pilar clave de las estrategias frente al reto demográfico. Si la mayor parte de la población mundial va a ser urbana, la alimentación de la Humanidad será una necesidad fundamentalmente de las ciudades.

Escrito junto a Jose María López Medina de Hábitat 4 SCA y Alberto Matarán Ruíz de la Universidad de Granada

Ahora que la presentación de la Estrategia España 2050 ha puesto el foco en la planificación de largo alcance, es un buen momento para preguntarse por el vínculo entre ciudad y alimentación. En el contexto venidero, marcado por el incremento de la población urbana, un acusado descenso energético y la incidencia del caos climático en la producción agrícola, junto a la no descartable irrupción de nuevas crisis sanitarias globales, ¿estaremos en condiciones de garantizar el suministro alimentario de nuestras ciudades?

La agenda política estatal e internacional ha empezado a asumir algunos de los vectores urgentes de cambio que nos demanda este siglo (y el anterior, en realidad). En menos de un año se ha adoptado institucionalmente el concepto político de resiliencia, hasta hace muy poco acotado a discursos alternativos. Por otro lado, la superación del cénit del petróleo, ya evidenciada por la desinversión de la industria petrolera, ha acelerado el tránsito urgente a las renovables, que, si bien ha dado pábulo a una ola extractivista de megaproyectos, también incluye la apuesta por la producción local distribuida y el autoconsumo.