Puedo escribir los versos más tristes esta noche… decía Neruda, y su poema hecho canción por Paco Ibáñez era censurado en la radio de la dictadura franquista. La inmensa tristeza de un pueblo puede ser una metáfora con evidentes interpretaciones políticas, entre ellas que la alegría pasa por un cambio de régimen y por eso es peligrosa. Tristeza es la palabra más repetida en las conversaciones con familiares y amistades, en los grupos de Telegram o en muchas esquinas de las grandes ciudades que han perdido los gobiernos del cambio. El ciclo inaugurado por el 15M se clausura de forma rotunda y parece que negara toda la alegría vivida en las plazas. El reto es convertir la tristeza en esperanza, antes de que se traduzca en impotencia.
Más allá de las decepciones, que suelen ser proporcionales a las expectativas y al realismo con el que se asumieron los límites institucionales (interdependencia institucional, presupuestos, competencias...), las transformaciones vividas estos años en las formas y en el fondo de las agendas municipalistas resultan innegables. Ha habido cambios significativos en cuestiones redistributivas, una nueva generación de políticas de participación, de igualdad de género y diversidad; incluso tímidos avances en políticas ambientales y de reequilibrio territorial. Así como procedimientos más participativos que irían de la coproducción en el diseño de muchas políticas a la gestión ciudadana de equipamientos o las herramientas digitales. Un listado significativo de las principales políticas públicas impulsadas por algunos de estos gobiernos locales podemos encontrarlas en Ciudades en Movimiento. A las políticas concretas tendríamos que añadir intangibles, como la percepción de un clima más acogedor, abierto y amable en muchas de estas ciudades.
Hans Magnus Ezenberger en su novela histórica El corto verano de la anarquía, relataba la vida de Durruti y describía el breve, intenso y convulso proceso desatado por la revolución libertaria durante la Guerra Civil. En las grandes ciudades cuatro años se han hecho muy cortos para consolidar muchas de las transformaciones emprendidas y el corto verano municipalista corre el riesgo de convertirse en un recuerdo nostálgico, en un breve y anecdótico paréntesis.
El paso del tiempo irá poniendo en su justo lugar las políticas impulsadas una vez pase la polvareda y amaine el ruido de la campaña electoral. Ahora nos toca identificar qué se ha sedimentado de toda esta oleada de creatividad e innovación institucional, y por dónde arrancarán los procesos de desmantelamiento del modesto andamiaje levantado. Los nuevos gobiernos locales, especialmente si se apoyan en la extrema derecha, tratarán de revertir las pequeñas conquistas y volverlas efímeras. El ambiente revanchista recuerda a la última escena de Las bicicletas son para el verano, cuando el padre contaba a su hijo que al final de la guerra no llegaba la paz sino la victoria.
Lo que no hemos sabido defender como electores nos tocará hacerlo como sociedad civil organizada. Sindicatos, asociaciones vecinales, organizaciones ecologistas, asambleas feministas, colectivos en defensa de la vivienda, cooperativas… tenemos la responsabilidad de conjurarnos en la protección de los servicios públicos, de los procesos de cooperación publico social y la gestión ciudadana de equipamientos con perspectiva comunitaria, en evitar que los cuidados y el feminismo vuelvan a salir de la esfera pública, en mantener los novedosos apoyos a la economía social y solidaria, a la agroecología y el derecho a la alimentación, el blindaje de los procesos de renaturalización y de lucha contra el cambio climático, o de medidas en vivienda y urbanismo más audaces. Así como dar continuidad a luchas de largo aliento contra los desahucios, la turisficación, la proliferación de casas de apuestas en nuestros barrios, o la defensa de los centros sociales… .
Una defensa que no debe ser una oda al resistencialismo, al repliegue a las trincheras que deriva en culturas y dinámicas autorreferenciales, sino una invitación a dejar los ajustes de cuentas y dedicarnos retejer complicidades que sean capaces de seguir arrancando avances concretos que mejoren la calidad de vida de la gente. El corto plazo no da para mucho más.
Hay muchos análisis, debates y enseñanzas que extraer de estos procesos, aunque una de las principales conclusiones es que varias generaciones de activistas sociales han vivenciado y asumido la importancia determinante de las políticas públicas para movilizar recursos, coordinar actores, imponer regulaciones, legitimar procesos y construir sentido común en la ciudadanía. Y tenemos que asumir que ante cuestiones como las urgentes transiciones ecosociales, que encaran una década decisiva, perder estos cuatro años para reorientar de forma ambiciosa las políticas locales y regionales puede resultar decisivo.
El medio plazo exigirá que el municipalismo vuelva a gobernar, y este retorno incorporará tanto la experiencia acumulada como inéditas formulas que le ayuden a reinventarse. William Morris lo explicaba de forma más bella, cuando afirmaba que “las personas luchan y pierden la batalla, aquello por lo que pelean se consigue, a pesar de la derrota, y entonces resulta no ser lo que tenían intención de lograr, de modo que otras personas tienen que luchar para obtener lo mismo que aquellos deseaban, aunque ahora lo llamen de otro modo”.
Ante la llegada de George W Bush al poder en EEUU la escritora Rebecca Solnit publicó un hermoso ensayo llamado Esperanza en la oscuridad, editado por Capitan Swing, en el que realiza una apología del activismo y sus potencialidades en tiempos oscuros. Entre sus páginas afirma que “la esperanza es abrazar lo desconocido y lo incognoscible, una alternativa a la certeza tanto de los optimistas como de los pesimistas. Es la convicción de que lo que hacemos importa, incluso independientemente de cómo y cuándo pueda importar, o cómo podría afectar y a quién, que no son cosas que podamos conocer de antemano”. Así que huyamos de las pasiones tristes y seamos capaces de agruparnos para vencer el desconcierto, de conversar para enfrentar la desorientación y de abrazarnos para sacar las fuerzas que nos hagan seguir con la cabeza alta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche… decía Neruda, y su poema hecho canción por Paco Ibáñez era censurado en la radio de la dictadura franquista. La inmensa tristeza de un pueblo puede ser una metáfora con evidentes interpretaciones políticas, entre ellas que la alegría pasa por un cambio de régimen y por eso es peligrosa. Tristeza es la palabra más repetida en las conversaciones con familiares y amistades, en los grupos de Telegram o en muchas esquinas de las grandes ciudades que han perdido los gobiernos del cambio. El ciclo inaugurado por el 15M se clausura de forma rotunda y parece que negara toda la alegría vivida en las plazas. El reto es convertir la tristeza en esperanza, antes de que se traduzca en impotencia.
Más allá de las decepciones, que suelen ser proporcionales a las expectativas y al realismo con el que se asumieron los límites institucionales (interdependencia institucional, presupuestos, competencias...), las transformaciones vividas estos años en las formas y en el fondo de las agendas municipalistas resultan innegables. Ha habido cambios significativos en cuestiones redistributivas, una nueva generación de políticas de participación, de igualdad de género y diversidad; incluso tímidos avances en políticas ambientales y de reequilibrio territorial. Así como procedimientos más participativos que irían de la coproducción en el diseño de muchas políticas a la gestión ciudadana de equipamientos o las herramientas digitales. Un listado significativo de las principales políticas públicas impulsadas por algunos de estos gobiernos locales podemos encontrarlas en Ciudades en Movimiento. A las políticas concretas tendríamos que añadir intangibles, como la percepción de un clima más acogedor, abierto y amable en muchas de estas ciudades.