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COVID-19 y la otra primavera silenciosa

El nacimiento formal del ecologismo suele fecharse simbólicamente en el año 1962, cuando la bióloga Rachel Carson escribió Primavera silenciosa , donde se alertaba de los peligros del DDT para la biodiversidad y la salud humana. El título aludía especialmente a la pérdida de aves por comer insectos contaminados, y el silencio que dejaba su ausencia en los campos. La publicación del libro inspiró una enorme movilización social, que logró que el Departamento de Agricultura revisara su política sobre pesticidas y el DDT fuera prohibido por la legislación de los EEUU.

A raíz de la emergencia sociosanitaria de la COVID-19 hemos vivido otra primavera silenciosa, donde se ha callado el ruido que hacemos los humanos. El estado de alarma y el confinamiento global han mantenido apagados los motores de millones de coches; se ha paralizado la actividad de cientos de miles de fábricas; aviones y cruceros se han quedado en tierra, las personas permanecemos recluidas en las casas, el consumo de objetos superfluos ha descendido significativamente…

Y la naturaleza ha demostrado su enorme capacidad de resiliencia, recuperando de forma efímera. Así que más allá de lo pintoresco y conmovedor de estas escenas, el reto que tenemos para reencajar nuestras sociedades en la biosfera es la imitación del funcionamiento de la naturaleza. Algo que venimos haciendo desde hace mucho tiempo en el diseño de objetos, el kevlar de los chalecos antibalas está inspirado en los tejidos de las telas de araña o la forma aerodinámica de los trenes, en la de determinadas aves. Aunque en este caso se trata de algo menos restringido y más complejo, como el rediseño del funcionamiento de nuestras economías y de nuestros estilos de vida.

Tras el griterío y el alegre bullicio de la oleada de movilizaciones climáticas globales del año pasado, que situaron la crisis ecosocial en la esfera pública y en la agenda política, esta primavera silenciosa se presenta como la coyuntura decisiva para el despliegue de un nuevo ciclo para el ecologismo. Aunque formalmente nos encontrábamos en una situación de emergencia climática, declarada por el Parlamento y la UE, nuestras vidas cotidianas no se habían alterado, las políticas públicas no se habían reorientado lo más mínimo y el modelo productivo funcionaba de forma inalterada. La dramática crisis sociosanitaria, y la devastación social que le ha acompañado, perfilan el difícil escenario en el que habrá que disputar al servicio de qué y de quiénes se pone la “nueva normalidad” y los cimientos sobre los que se reconstruirá nuestro modelo socioeconómico.

Y en esta coyuntura conviene recordar a la politóloga alemana Elisabet Noelle-Neumann, que teorizó sobre la conformación de la opinión pública como mecanismo de control social, denominando a este fenómeno la espiral del silencio. Las personas y colectivos que al observar su entorno social, mediado por la representación que ofrecen los medios de comunicación, perciben que sus ideas y opiniones obtienen apoyo social, se reafirman en ellas sin temor a expresarlas en público. Por el contrario, aquellas que perciben que sus ideas carecen de apoyo social se vuelven más recelosas de expresarlas abiertamente y tienden a caer en el silencio. Debido a que los primeros expresan con mayor comodidad sus puntos de vista y las minorías se mantienen en silencio, se crea una influencia sobre la forma en que el público percibe la situación. Las posturas mayoritarias parecen tener más apoyo del que realmente tienen, mientras que las minoritarias parecen tener menos.

Hoy debemos ser plenamente conscientes de que la comunicación y la cultura se convierten en un recurso de extrema importancia para romper la espiral del silencio en torno a la crisis ecosocial, pues estamos convencidos de que contamos con más fuerzas y apoyos de los que se muestran abiertamente en la esfera pública y mediática. Otra clave para crecer en apoyos es el contacto directo con las personas y las realidades más afectadas por la crisis económica, ligando de forma inseparable ecología y justicia social. El ecologismo ha sabido asumir un protagonismo en el desarrollo de las redes de ayuda mutua vecinal y en la defensa activa de las políticas públicas de carácter social.

La reconstrucción de los vínculos colectivos, la nueva centralidad de la esfera barrial y de lo próximo, situando la interdependencia en primer plano, se presentan como el primer paso para socializar en un futuro inmediato la noción de ecodependencia. Una metáfora perfecta serían la forma en la que se han estado reutilizando las pancartas de Greenpeace para realizar materiales de protección individual. Ayer se usaron para cuidar el planeta y desobedecer a quienes imponen la barbarie, hoy se reconvierten en materiales para cuidar de quienes nos cuidan.

Así que ante lo excepcional de la situación debemos impulsar un experimentalismo en las políticas públicas, especialmente en las urbanas, pues en esta coyuntura salud y la sostenibilidad están más unidas que nunca. Los debates sobre el modelo de ciudad que necesitamos en esta coyuntura deben ligarse al modelo de ciudad que deseamos: peatonalizaciones, desarrollo de infraestructuras ciclistas, fortalecimiento del transporte público, agricultura urbana, “ciudades 15 minutos”, ciudades acogedoras con la infancia… deben de entrar con fuerza en la agenda política.

Esta primavera silenciosa se ha compensado con una explosión de diálogos en los hogares, con familiares y amistades a través de los dispositivos tecnológicos, pero también con esos desconocidos con los que convivíamos puerta con puerta. Decía Jesús Ibáñez que una revolución es una inmensa conversación, esperemos que el murmullo de las cocinas y los balcones, de las despensas comunitarias y de las redes de ayuda mutua, abra el camino para que como sociedad podamos establecer un gran debate que asuma en toda su complejidad la crisis ecosocial.

Y ojalá tengamos la imaginación y la creatividad suficientes como para inventar mecanismos capaces de sostener la acción colectiva en estos tiempos de “distanciamiento físico”. Nos va la vida en ello.

El nacimiento formal del ecologismo suele fecharse simbólicamente en el año 1962, cuando la bióloga Rachel Carson escribió Primavera silenciosa , donde se alertaba de los peligros del DDT para la biodiversidad y la salud humana. El título aludía especialmente a la pérdida de aves por comer insectos contaminados, y el silencio que dejaba su ausencia en los campos. La publicación del libro inspiró una enorme movilización social, que logró que el Departamento de Agricultura revisara su política sobre pesticidas y el DDT fuera prohibido por la legislación de los EEUU.

A raíz de la emergencia sociosanitaria de la COVID-19 hemos vivido otra primavera silenciosa, donde se ha callado el ruido que hacemos los humanos. El estado de alarma y el confinamiento global han mantenido apagados los motores de millones de coches; se ha paralizado la actividad de cientos de miles de fábricas; aviones y cruceros se han quedado en tierra, las personas permanecemos recluidas en las casas, el consumo de objetos superfluos ha descendido significativamente…