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Ante la crisis socioecológica… ¿esperanza activa?

Ante la compleja crisis socioecológica a la que nos enfrentamos a escala planetaria, ¿cómo no caer en la desesperanza? ¿Cómo ser capaces de digerir esta situación y poder llevar una “vida buena”? ¿Cómo no sucumbir al “qué más da” o al negacionismo y continuar con este estilo de vida insostenible pero (para bastante gente en los países centrales del sistema) lleno de comodidades?

Tal y como se puede ver, las distopías pueblan diferentes géneros artísticos: literatura, cine o series conducen nuestra imaginación hacia futuros donde poco espacio queda para otros tonos más allá de los grises y negros. Frente a estas propuestas hay quienes, comprendiendo la coyuntura a la que nos enfrentamos, han decidido apostar por ofrecer herramientas para que seamos capaces de aliviar parte del peso que supone el hacerse cargo de esta situación, y que consigamos mirar con otros ojos los proyectos que tenemos delante.

A un nivel más general se puede hablar de las utopías reales de Erik Olin Wright, quien parte del imaginar un futuro distinto y del nutrirse de los ideales emancipatorios, pero tomando como base las potencialidades humanas y coyunturales existentes, dando lugar a “otros mundos” o sociedades conformados por instituciones que sean capaces de dar respuesta al mundo actual. Otro caso muy sonado es el de Naomi Klein, quien en su libro Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima considera que la crisis climática puede ser esa vía para lograr una transformación económica real y que, además, se establezca como el “gran empujón” que congregue e impulse a todos esos movimientos que están divididos.

En una clave tan práctica como la de E. O. Wright, pero menos institucional, tenemos el caso de Joanna Macy y Chris Jonhstone, quienes han buscado con su libro Esperanza activa. Cómo afrontar el desastre mundial sin volvernos locos ofrecer diferentes claves para no caer en lo que han considerado dos de los grandes relatos de nuestro tiempo: el basado en ponerse una venda ante los ojos para continuar pensando que todo va a seguir como hasta ahora; y aquel en el que, aun siendo conscientes de la situación, derivamos hacia la parálisis y el derrotismo a causa de la dificultad de las tareas que han de realizarse.

En esta propuesta se ofrecen claves para ser parte un relato que se ha denominado de diferentes maneras: Revolución Ecológica, Revolución de la Sostenibilidad o la Revolución Necesaria. Macy, estudiosa del budismo y la teoría de sistemas, y Johnstone, experto en resiliencia, le han dado su propio toque y lo han denominado “El Gran Giro”: un proyecto basado en construir estrategias para llevar a cabo esa transición hacia un mundo mejor o, simplemente, un mundo habitable en condiciones buenas.

Desde la perspectiva de Joanna y Chris este proyecto pasa por un cambio a diversos niveles, y uno de ellos es el conceptual. Realizan, de manera principal, esta tarea con la esperanza, dejando de lado la acepción tradicional donde se concibe como un estado que se origina cuando aquello que nos gustaría que sucediera tiene grandes posibilidades de hacerlo. Por el contrario, apuestan por entenderla a través del deseo, es decir, del mismo imaginar un futuro deseable, desbloqueando muchas de las posibilidades que, por la propia definición, se dejaban de lado en la anterior concepción. A esta idea de esperanza le añaden una parte crucial: la parte “activa”, apuntando hacia la necesidad de tomar partido en la creación de este futuro deseable, siendo partícipes activos en esta construcción.

Es una evidencia que cada vez más personas están contribuyendo a construir ese futuro deseado. Movimientos como Extinction Rebellion, Fridays For Future o Juventud por el Clima son prueba de ello, y activistas que ya llevan décadas trabajando por construir un cambio efectivo se están nutriendo de este nuevo empujón que da la alarma acerca de la necesidad de actuar de inmediato. Pero es importante poner sobre la mesa que para activar a gran parte de la población no solo se necesita que la información llegue. Esta es una parte crucial, sí, pero hay otras dimensiones también esenciales que es preciso no dejar de lado: las herramientas emocionales y sociales son también claves para que los individuos logren abordar esta crisis y sean capaces de digerir e integrar dicha información.

Macy y Johnstone se instalan ahí. Realizan una tarea informativa, pero sobre todo formativa, proporcionando herramientas para que, una vez que somos conscientes de la crisis socioecológica multinivel, seamos capaces de no desistir en el intento de contribuir a ese cambio hacia nuevos modelos sociales y económicos, hacia la creación de nuevas maneras de habitar y relacionarnos. En definitiva, de ser y estar en el mundo.

Para lograr esto trabajan desde planos más allá de lo epistémico y cognitivo, y transitan también lo emocional y lo social. El dolor, la frustración o la impotencia son tres estados que en muchas ocasiones se adueñan de las personas tras ser estas conscientes de la tarea que hay que realizar (o bien cunden entre quienes llevan tiempo trabajando por este cambio y se topan con demasiadas piedras por el camino).

En primer lugar, Joanna y Chris remarcan la necesidad de expresar estas emociones y de ver más allá de su dimensión negativa. El dolor, por ejemplo, no ha de reprimirse: lo consideran un indicador que no solo nos alerta del peligro, sino que también revela nuestra profunda preocupación. Es, al fin y al cabo, una expresión saludable de nuestra pertenencia a la vida. Pero no solo eso, sino que el dolor también funciona como una alerta: aceptar que existe y localizar su fuente también puede ayudar a reconducir la dirección, tal y como sucede con los bucles de retroalimentación negativa que nos expone la teoría de sistemas. Negarlo puede hacer que no redirijamos nuestras acciones, y a nivel social ello puede tener consecuencias que a estas alturas quizá no nos sea posible permitirnos.

Otro estado muy común es la impotencia que surge, por definición, de la falta de poder. Para ahondar más detalladamente en este estado analizan el concepto de poder, que bajo la lógica capitalista ha pasado a ser una posesión, es decir, algo que se compra y vende, que se gana y se pierde, dejándolo subsumido bajo las relaciones de dominación ¿Qué pasa con la impotencia si transformamos nuestra concepción del poder? -se preguntan-. Para tratar de averiguarlo lanzan una propuesta: el poder-con. En este caso lo crucial es la sinergia, en virtud de la cual dos o más partes que colaboran obtienen resultados que no se habrían alcanzado si hubieran ido por libre, una reformulación en otros términos del “1+1 no son solo dos”.

Sin duda, esta concepción del poder apuesta por dejar de lado el individualismo crónico tan presente en los países industrializados: la cooperación y el desarrollo un enfoque más amplio del yo constituyen puntos de apoyo cruciales. En este sentido, el “yo ecológico” expandido de Arne Næss es una buena guía, pues si la definición del “yo” se entrelaza al entorno y al resto de seres que lo habitan, entonces el significado del interés particular y las motivaciones lo hacen con él. De esta forma, esa lucha ya no se convierte en un sacrificio por algo ajeno, sino en una necesidad por algo común que propicia ese trabajo colectivo, donde la actividad individual es solo una pieza que, junto con otras muchas, moviliza un engranaje más grande.

A este respecto, hacen hincapié en comprender que iniciativas a escala local que parecen independientes en realidad no trabajan en solitario. Aunque las acciones se realicen a una escala más pequeña, estas son piezas de un puzle mucho más grande cuyo conjunto puede resultar complejo de ver en panorámica; pero significan contribuciones a un vaso que a estas alturas parece estar a punto de rebosar. Entonces, ¿estamos llegando ya a esa masa crítica que dé lugar a un gran cambio? Como esta pregunta no tiene una respuesta con fecha y hora, parece que mientras tanto tendremos que seguir apostando por no cerrar los ojos, por continuar trabajando para no llegar a puntos sin retorno, nos dicen Joanna y Chris. La incertidumbre que generan estas cuestiones tiene una doble cara, porque el no saber qué va a pasar es también un espacio donde poder influir, trabajar e inclinar la balanza.

Por todo ello, consideramos necesario prestar más atención a la dimensión emocional (tanto de manera colectiva como individual) en los movimientos de defensa de nuestro planeta. Los debates, estudios, artículos o videos informativos ofrecen, en muchos casos, datos devastadores o polémicas sobre si ciertas acciones son realmente relevantes o no, sin prestar atención al cómo se sienten quienes son conscientes de esta crisis o de parte de ella. Sin atender a lo emocional un movimiento de estas dimensiones está condenado al fracaso, pues vamos a tener que aprender a lidiar con sentimientos difíciles de gestionar si queremos contribuir hacia este gran cambio. Hay que estar preparadas y preparados a muchos niveles si queremos que el mirar para otro lado o la resignación no sea la repuesta de las personas que aún no se han unido a lo que Macy y Johnstone denominan “El Gran Giro”.

Ante la compleja crisis socioecológica a la que nos enfrentamos a escala planetaria, ¿cómo no caer en la desesperanza? ¿Cómo ser capaces de digerir esta situación y poder llevar una “vida buena”? ¿Cómo no sucumbir al “qué más da” o al negacionismo y continuar con este estilo de vida insostenible pero (para bastante gente en los países centrales del sistema) lleno de comodidades?

Tal y como se puede ver, las distopías pueblan diferentes géneros artísticos: literatura, cine o series conducen nuestra imaginación hacia futuros donde poco espacio queda para otros tonos más allá de los grises y negros. Frente a estas propuestas hay quienes, comprendiendo la coyuntura a la que nos enfrentamos, han decidido apostar por ofrecer herramientas para que seamos capaces de aliviar parte del peso que supone el hacerse cargo de esta situación, y que consigamos mirar con otros ojos los proyectos que tenemos delante.