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Tres razones por las que la crisis ecológica debería ser portada

El 19 de agosto, en pleno retiro veraniego, conocimos la noticia de que el planeta había entrado en déficit ecológico. La información pasó desapercibida cual rodadora del desierto en una peli del Oeste, llegó y se fue con un soplo de viento. Sin embargo, como las plantas rodadoras, fue esparciendo sus semillas por el camino, semillas que son preguntas que, más pronto que tarde, tendremos que responder ¿Sabemos qué significa realmente esto del déficit ecológico? ¿Qué implicaciones tiene? ¿Es un camino de no retorno? y sobre todo, ¿qué podemos hacer para superarlo?

  1. El déficit ecológico es una causa creciente y central de insostenibilidad, conflictos y deuda

El 19 de agosto la huella ecológica de la humanidad, es decir, nuestro impacto sobre el medio ambiente, superó la capacidad del planeta para regenerar lo que consumimos y absorber lo que desechamos. Entramos en “déficit ecológico”, lo que significa que producimos y consumimos por encima de nuestras posibilidades ecológicas.

Este déficit se calcula anualmente y lo grave es que cada año la fecha clave de déficit ecológico llega antes. 1986 fue el último año en el que el conjunto del planeta fue capaz de (re)generar y asimilar tantos recursos ecológicos como los que consumió y desechó. Desde entonces no hace sino menguar la capacidad de recuperación del planeta ante nuestra pisada implacable. En 1995 el día del déficit llegó el 21 de noviembre; en el 2006, el 9 de octubre, y este año el 19 de agosto. El planeta soporta cada vez menos la búsqueda del crecimiento infinito.

Lo dicho significa que la humanidad agotó en agosto su “presupuesto anual” ecológico. De aquí a final de año, vivirá a expensas de sus “stocks”, que en este caso son ni más ni menos que las reservas acumuladas durante millones de años en forma de combustibles fósiles, minerales, etc. De ahí la conocida sentencia de que la humanidad vive hoy en día como si tuviera a su disposición 1.5 planetas.

Cualquier familia corriente que agotara su presupuesto mensual el día 15 sería consciente de que tiene un problema gordo, pero nosotros seguimos actuando como si no pasara nada, relativizando el problema, confiando en que se encontrará una solución mágico-tecnológica o pidiendo más préstamos. Este espejismo puede durar un tiempo, pero cuando las reservas previas (de petróleo, carbón, uranio, oro, cobre, plomo, etc.) llegan a su pico de producción, entramos en una situación de escasez que puede generar conflictos crecientes por su control. Al igual que ya está pasando en Oriente Medio o África, eso se traduce en inestabilidad, guerras y violencia.

Al vivir la humanidad a crédito, decimos que generamos “deuda ecológica”. Esta deuda, en gran parte, la pagarán las generaciones futuras porque nuestro modelo de desarrollo satisfizo nuestras necesidades, o mejor dicho las del mercado y de la publicidad, pero es incapaz de garantizar las necesidades de nuestros descendientes. A diferencia del mundo financiero en el que una creativa arquitectura matemática parece poder dar solución a todos los problemas, cuando los recursos naturales se agotan y los sumideros planetarios se colapsan, no hay más crédito. Es una cuenta atrás donde los excesos de hoy se cargan irremediablemente sobre la factura del mañana.

  1. La injusticia entre Norte y Sur, pobres y ricos, y hombres y mujeres, es también ecológica

Pero ojo, no todos son y somos responsables de igual manera de este despropósito ecológico. En particular, los países mal llamados “desarrollados” (países europeos, Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia) devoran los recursos del planeta con una voracidad mucho mayor al resto de países. Aunque tan sólo el 12% de la población mundial vive en Europa y Norteamérica, su huella ecológica alcanza el 38%. Al contrario que Latinoamérica y África, que a pesar de contar con un 21% de la población mundial, no supera un 15% de la huella ecológica. La justicia ambiental brilla por su ausencia en las relaciones Norte-Sur.

En el propio occidente también, las diferencias sociales entre ricos y pobres se hacen notar en el consumo desigual de los bienes de la Tierra. Si bien, la gran mayoría de la ciudadanía occidental sobre-consumimos, los más ricos son los que tienen una huella ecológica superior. De hecho, en el Norte, existe un “cuarto mundo”, es decir personas que infra-consumen, viven en la miseria y pasan hambre a diario. De igual manera, en los países del Sur, hay élites que viven mucho mejor que la media de la ciudadanía europea e incluso se colocan dentro de los más ricos a nivel planetario. La injusticia ambiental también se reparte entre las categorías sociales de cada realidad local.

Además las diferencias entre hombres y mujeres también tienen su traducción en la huella ecológica. Según un estudio realizado en Francia un hombre -más proclive socialmente a dedicar su tiempo a actividades más contaminantes y energívoras- emite un 20% de CO2 más que una mujer. Así que la injusticia ambiental también tiene género.

Esta situación de injusticia global es una bomba de relojería. Digámoslo claro: superar la crisis de civilización es una prioridad social, cultural y política absoluta que no puede seguir siendo postergada a un hipotético momento de calma en el que no haya una urgencia mayor.

  1. No hay planeta B pero existen soluciones en nuestro Planeta A

Ha llegado el momento de adaptarnos a la crisis ecológica. Nos movemos en un escenario en el que se abren dos caminos indeseables. El primero: un colapso de nuestra civilización, es decir un escenario tipo Mad Max de derrumbe de las instituciones y de la organización social como ya ocurrió en la civilización maya en el siglo IX, o ya está ocurriendo en Estados fallidos como Sudán. El segundo: una “dictadura verde”, es decir el reparto autoritario, violento y excluyente de los pedazos de naturaleza que queden, como ya está pasando a través del expolio de recursos del Norte a las poblaciones del Sur.

La buena noticia es que hay soluciones para superar esta crisis de civilización. Para ello, es imprescindible que asumamos que lo socio-económico y lo ecológico, lo cultural y lo estructural, lo social y lo político, lo comunitario y lo institucional, lo local y lo global tienen que ir de la mano siempre. Es fundamental entender que más y mejor democracia, así como la conquista del poder, son condición necesaria, pero no suficiente, para superar la crisis ecológica. Y es condición sine qua non que las propuestas políticas a corto plazo sean consecuentes con el horizonte de crisis ecológica que se nos echa encima.

Estamos tristemente acostumbrados a que la gran mayoría de los líderes nacionales, europeos y mundiales, provengan de donde provengan, hagan el avestruz dejando nuestra responsabilidad histórica frente a la crisis ecológica a los que vengan después. Pero no podemos aceptar esto de las nuevas generaciones políticas, sean del signo que sean.

Por mucho que las películas de ciencia ficción nos sitúen en escenarios postapocalípticos en bases espaciales o planetas donde la vida es posible en condiciones similares a la Tierra, no tenemos un planeta B al que escaparnos. Este Planeta A es nuestra única Tierra. Por eso necesitamos que la crisis ecológica sea portada y, sobre todo, sea el centro de cualquier cambio social y político real.

El 19 de agosto, en pleno retiro veraniego, conocimos la noticia de que el planeta había entrado en déficit ecológico. La información pasó desapercibida cual rodadora del desierto en una peli del Oeste, llegó y se fue con un soplo de viento. Sin embargo, como las plantas rodadoras, fue esparciendo sus semillas por el camino, semillas que son preguntas que, más pronto que tarde, tendremos que responder ¿Sabemos qué significa realmente esto del déficit ecológico? ¿Qué implicaciones tiene? ¿Es un camino de no retorno? y sobre todo, ¿qué podemos hacer para superarlo?

  1. El déficit ecológico es una causa creciente y central de insostenibilidad, conflictos y deuda