Hace meses que cafés, escuelas, centros culturales y locales asociativos, de Reino Unido vibraban con una intensa actividad sociocultural en torno a un tema como la gravedad y excepcionalidad que supone la crisis ecológica. Centenares de conferencias y debates, tertulias, talleres, artículos en medios locales o intervenciones en radios comunitarias… eran los pequeños y silenciosos pasos con los que arrancaba la campaña Extinción/Rebelión.
Ante la falta de liderazgo institucional y el desinterés mostrado por los partidos políticos, que suelen encontrar en la crisis ecológica una cuestión incómoda para sus cortoplacistas cálculos en términos electorales, una amplia coalición de colectivos sociales y ecologistas decidían pasar a la acción. La iniciativa ha sido respaldada por un pluralidad de intelectuales, más de un centenar de académicos e incluso por algunos arzobispos como el de Canterbury. El activista y columnista George Monbiot planteaba en un texto alentando a la campaña cómo no podemos salvarnos sin oponernos al control oligárquico; la lucha por la democracia y la justicia y la lucha contra el colapso ambiental son lo mismo. No permitamos que quienes han causado esta crisis definan los límites de la acción política.
Y es que la principal singularidad de este llamamiento a la acción ha sido apelar al inicio de una campaña de desobediencia civil, masiva, pacífica y sostenida en el tiempo; cuyo objetivo es presionar a la clase política y activar a la sociedad ante el colapso climático y la crisis ecológica. Un desafío que se conecta con otros episodios históricos en los que la ciudadanía desobedeció como una forma de alterar el injusto orden existente (abolicionistas, sufragistas, Gandhi, derechos civiles... ) y lograr que se tomaran determinadas medidas, que hoy forman parte del sentido común pero que en su momento suponían propuestas rupturistas y verdaderas provocaciones.
Este movimiento ha logrado articularse en base a la necesidad de abordar de forma urgente tres demandas, que han aglutinado un amplio abanico de sensibilidades ecologistas:
- El gobierno debe decir la verdad sobre el clima y la emergencia ecológica, revertir las políticas inconsistentes y trabajar junto con los medios de comunicación para comunicárselo a la ciudadanía.
- El gobierno debe promulgar medidas políticas legalmente vinculantes para reducir las emisiones de carbono a cero neto para 2025 y reducir los niveles de consumo.
- Se debe constituir una Asamblea Nacional de Ciudadanos para supervisar los cambios, como parte de la creación de una democracia capaz de asumir este propósito.
Un camino no es más que una superposición de pequeñas huellas, así que los invisibles pasos dados durante meses por Extinción/Rebelión fueron emergiendo como un iceberg con la convocatoria del Día de la Rebelión. El pasado 17 de noviembre miles de personas confluyeron en Londres y se movilizaron, bloqueando los cinco puentes que comunican las dos riveras del Támesis, así cómo otros lugares emblemáticos como el Parlamento. Al recinto del parlamento se llegó a arrojar un ataud cubierto de flores con una sencilla inscripción “nuestro futuro”.
Hemos asistido al mayor acto de desobediencia civil pacífica que se vivía en décadas en Reino Unido, con familias y pensionistas compartiendo las calles junto a otros perfiles activistas más juveniles. Una jornada que se desarrolló en medio de un ambiente alegre, festivo y desafiante; terminando con cerca de un centenar de personas detenidas. Un éxito de convocatoria que ha logrado un fuerte impacto comunicativo en Reino Unido, y que ha sido totalmente ignorado por nuestros medios de comunicación.
Un singular acontecimiento que resulta muy relevante e inspirador, estimulando las neuronas espejo del ecologismo social; aquellas que se activan en nuestro cerebro cuando tratamos de comprender las acciones emprendidas por otras personas, pues su comportamiento se refleja en nuestra mente como si estuviéramos realizando dicha acción. La neurociencia sostiene la importancia de las neuronas espejo en los procesos de aprendizaje por imitación o en el desarrollo personal de capacidades cognitivas esenciales para la vida social, como la empatía. ¿Qué podemos aprender de lo acontecido en las calles londinenses?
Atender políticamente un problema exige situarlo en la agenda, lograr que se priorice a nivel comunicativo y que su marco de referencia lo haga inteligible, de forma que permita el posicionamiento deseado por parte de la ciudadanía; como diría Manuel Castells. Normalmente la crisis ecosocial se encuentra en la periferia de la agenda, su nivel de prioridad comunicativa es bajo y, aquí aparece el principal problema, su enmarcado elude tanto la gravedad de la situación como la urgencia temporal para lograr cambios radicales. Extinción/Rebelión ha abierto espacio en la esfera pública para otro lenguaje y otros imaginarios que hablan de “colapso climático”, “extinción masiva de especies”, “dejación de funciones institucional”, “necesidad de activar una situación de emergencia”, “obligación ética de rebelarse en defensa de la vida”… . Una narrativa que cuestiona las creencias y valores socialmente aceptados, poniendo en juego diferentes definiciones de la realidad; a la vez que trata de divulgar la situación de excepcionalidad en la que nos encontramos, de traducir la crisis ecológica al lenguaje de la gente y establecer una complicidad cognitiva con otras problemáticas sociales (feminismo, desigualdad social y pobreza, movilidad humana…).
Extinción/Rebelión es un movimiento que asume la necesidad del protagonismo ciudadano, a la vez que apela a la clase política a asumir las incómodas consecuencias derivadas de todos los diagnósticos científicos. Más allá de la imprescindible construcción de alternativas locales, este tipo de campañas logran escenificar la contradicción existente entre las grandes declaraciones en favor de la sostenibilidad y los decididos compromisos políticos que son necesarios.
Y por último nos reafirma en cómo la noviolencia ha sido históricamente una herramienta democratizadora del sistema político y del propio funcionamiento de los movimientos sociales. Más allá de las consideraciones éticas o morales; de la mayor coherencia entre principios, medios y fines; de que resulten más transversales e inclusivas; que logren una mayor legitimidad social y dificulten la represión; la noviolencia se ha terminado imponiendo por mero pragmatismo. La magistral investigación de María J. Stephan y Érica Chenoweth, donde han comparado los resultados de 323 campañas de resistencia violenta y no violenta desde 1900 hasta el 2006, en diversas áreas geográficas del planeta y ante regímenes políticos muy variados, que incluirían desde dictaduras militares a sistemas democráticos con niveles de desarrollo diferenciados, demuestra que el 53% de las grandes campañas no violentas han tenido éxito, frente al 26% de las campañas de resistencia violenta.
En distintos lugares del mundo confluencias de movimientos sociales vienen construyendo a nivel local el esbozo de una agenda para la transición ecosocial, trabajando en la elaboración consensuada de programas sin partido como diría Naomi Klein. Tal y como ha planteado Extinción/Rebelión, puede que haya llegado el momento de empezar a plantearnos la necesidad de acompañar estos procesos con campañas de desobediencia civil. Acciones capaces de interrumpir nuestras inercias culturales e institucionales, de plantear la discontinuidad que supone la crisis ecológica a nuestro futuro inmediato y de abrir debates capaces de articular nuevos consensos sociales sobre la justicia, la democracia y la sostenibilidad.
¿Y si ayudamos a internacionalizar Extinción/Rebelión?